Adopta un pardillo
Barbarella
El amarillo no es mi color, por lo que me puse mi minivestido rojo para ser divisada desde cualquier parte del garito. Imprescindible doble capa de rimmel, para añadir dramatismo a mi pestañeo de mala malota. Me había documentado, y tras consultar diversas fuentes vía «San Google», tenía el retrato robot del pardillo perfecto para estos menesteres: Calvo, bajito, miope, con curva de la felicidad y orejas de soplillo.
El garito estaba lleno, no sería difícil identificar mi objetivo. El primer candidato fué descartado de inmediato, lucía la típica sonrilla de triunfador, y unos ojos azules que encendían mi líbido sin remedio, pero tras esa apariencia de empotrador nato seguro que se escondía uno de los vagos. Uno de esos que te dicen «házmelo tú» mientras te perdonan la existencia, o peor «un arrepentido al primer orgasmo», ese que espera justo al instante de correrse, sin que el placer sea mutuo, para decirte: «ohh me acabo de dar cuenta de que tengo novia», maldita crueldad…
Pero se conoce que era mi noche de suerte, y allí estaba, calvo con su gafitas de intelectual y cara de no haber roto un corazón. Le invité a mi casa. Al llegar me hubiera gustado uno de esos momentos «te subo la falda, te empotro contra la pared y de aquí no te escapas», pero le costó un poco entrar en mi juego de seducción; no paraba de darme detalles sobre su fascinante trabajo de ingeniero en una fábrica de rodamientos, por lo que no me quedó otra opción que abordarle y comerle la boca.
Como si estuviera en un sueño se pellizcó, y entonces ya se lanzó. Recorrió todo mi cuerpo con sus labios como si yo fuera lo mejor que hubiera probado nunca, como si fuera la última vez que iba a probar algo tan sabroso, ni las migas dejó. El tiempo pasaba pero sus caricias no cesaban, todo sin intento de penetración. Entonces caí en la cuenta. ¿Preliminares? ¿Eran preliminares? Hacía siglos que no pasaba por esa fase sexual, ya ni lo recordaba, y sin duda era una fase muy muy placentera, me trajo recuerdos gloriosos de polvos pasados.
Solo por eso mereció la pena.