Cena para tres
Barbarella
Tras la nominación y expulsión de mi mini zoo del pequeño saltamontes resacoso, he incluido en aquel un nuevo masculino. La verdad es que por el momento con bastante acierto: rápidamente ha subido puestos en mi lista de favoritos. Como estaba un poco quemada, empecé con los castigos, pero con este masculino no me sirven; ya tiene su castigadora y lo que va buscando fuera es más bien todo lo contrario, aire. Así que yo le doy aire, y él a mi me regala un empotramiento que me deja sin aliento; por el momento, un pacto perfecto. Su especialidad son los “aquí te pillo aquí te mato”, va a sacar de paseo al perro y por el camino nos entretenemos.
Me suele llevar a casa de su abuela que está vacía, mientras en su casita la ratita presumida está limpia que te limpia. Mi cuento de hadas parecía perfecto, pero el azar, el destino, la suerte y la más perversa de las serendipias han intervenido. Conocí a su ratita presumida, una niña muy mona con la que comparto clases de yoga. Del hola y adiós, pasamos a las charlas de vestuario. No podía evitar quedarme embobada mirando su cuerpo bien torneado, es pequeñita, pero está muy bien hecha. Tiene unos pechos respingones que invitaban a tocarlos. No es que me gusten las chicas, pero me atrae lo bello, y ella es muy bonita. Tampoco sería la primera vez que pruebo una fémina y, francamente, tengo buenos recuerdos de ello.
El shock fue descubrir quién era ese novio del que tanto me hablaba y tanto nos reímos en nuestras charlas, porque, aunque sea un buen empotrador, tiene sus rarezas, esas que solo se conocen en la convivencia. Nos encontramos en un bar, mira que he ido veces a ese bar y nunca les había visto, y la ratita presumida me presentó como “Barbarella, su amiga de yoga de la que tanto le habla”. Entre cerveza y cerveza se fue calentando y me lanzó una invitación para cenar en su casa, y como buena intrépida acepté.
Cena para tres, madre mía la que se iba a liar, mi empotrador y la buenorra, me venían a la mente muchos finales…
Podía jugar a la «buena invitada», sin hacer uso de miraditas de complicidad, dobles sentidos o indirectas. Sería tan solo una distendida cena de la que me despediría con gratitud hasta la próxima vez. Me gustaba la actividad que me daba mi empotrador, y este tipo de situaciones solo llevan al remordimiento, me temo no estaba dispuesta a perder al más prometedor de mis empotradores por un: «No puedo evitar pensar que estoy engañando a mi novia, ya la conoces, es muy buena chica, y te aprecia tanto…»
Otra posibilidad era terminar la velada con un tentador trío. Umm, solo de pensarlo sentía un gustoso hormigueo en mi sexo. No dudaba de que fuera placentero, pero estoy pasando por una fase tremendamente caprichosa, y me apetecían muchas cosas pero no compartir.
Me presenté a la cena con un par de botellas de vino, un estiloso vestido negro de esos que gustan a las novias, y una una pícara sonrisa que desmonta a cualquier masculino. Durante la cena obvié a mi empotrador, además no podía reprocharme nada, supuestamente nos nos conocíamos y no teníamos por qué tener confianza. Orienté la conversación al yoga, y entre que mi empotrador no es muy buen conversador y que no era muy conocedor del tema, permaneció al margen. Me ofrecí a recoger la mesa con ella, y el empotrador nos dijo que nos esperaba en la terraza fumando un cigarrillo. Era mi momento, con unas copas y sola, sabía que iba a fundirme con su piel. Elogié su buena estructura corporal al mismo tiempo que casi sin querer la contorneaba con mis manos. Posé la mirada en sus labios, y desde ese instante sus besos eran solo míos. Me perdí entre sus muslos y degusté su esencia. Ella susurraba mi nombre entre gemido y gemido, hasta que en su éxtasis gritó «Barbarella». Mi empotrador vino corriendo, posiblemente pensando que era fruto de una pelea por alguna indiscreción sobre lo nuestro, y nos encontró en nuestro improvisado postre.
Ninguno de los dos supo que decir, me vestí tranquilamente, a ella le agradecí la cena y de él me despedí con un «Nos vemos mañana, a las 8, una buena hora para sacar a pasear al perro».
Foto de portada: Edward Zulawski