De pagafantas a verdugo
Barbarella
Raro, muy raro, estaba inapetente en todos los sentidos. ¿Acaso me había cansado de jugar con mi minizoo? Me llamó mi amiga Selena; la idea era quedar con la cuadrilla del barrio, en “El Guarro”, nuestro lugar de encuentro de siempre, que no se llama así pero en su día lo bautizamos y con “El Guarro” se ha quedado. “Reunión de viejos amigos”, justo lo que quería para mantener la libido a raya. No nos veíamos desde hace siglos, y el tiempo había jugado a favor de más de uno, pero también en contra de la mayoría de los chicos. En cambio, las chicas estaban mejor que nunca. Por un microsegundo se me pasó por la cabeza la idea de enredarme en el cabello de alguna…
Fui a la barra a pedir y tuve una sensación extraña, normalmente mi sentido depredador se activa y hago un repaso a los masculinos, pero esta vez un escalofrío me recorrió de arriba a abajo y me sentí la presa. ¿Quién era el depredador que me perturbaba? Empecé a buscarlo, hasta que me topé con esa mirada… Tenía que ser él, pero no podía ser, era mi amigo; hace muchos años casi éramos inseparables pero nunca hubo atracción, o eso pensaba yo. Empezamos una conversación de miradas, no lo verbalizamos pero los dos sabíamos que nos íbamos a dejar llevar por el deseo. La situación era tremendamente morbosa, me comía con la mirada, a ninguno de los dos nos interesaba distorsionar nuestras realidades, pero íbamos a dar rienda suelta a nuestras fantasías.
Se acercó más a mi, y charlamos animadamente sobre los buenos viejos tiempos. En un momento de despiste logró colarme una nota en el bolsillo y entre susurros me dijo allí te espero. Ummm, qué directo. ¿Dónde estaba ese tímido chico que me acompañaba a casa cuando salíamos de fiesta? Estaba totalmente desconocido. No me atrevía ni a meterme la mano al bolsillo, yo que me jactaba de gestionar todo un minizoo estaba volviendo a mi “yo adolescente”, a esa época en la que me moría de vergüenza cuando la profesora nos pillaba a Irina y a mi intercambiándonos en clase notas de éstas. Ni me atreví a mirar, creo que hasta me temblaban las piernas, así que me fui al baño a leerla en intimidad.
Recordé mi regla de oro, “no mezclar cuadrilla y minizoo”, pero la lujuria me podía, quería sentir, probar, no quise evitarlo. En la nota indicaba una plaza de garaje en el párking de al lado. Sí, una plaza de garaje, no sé si esperaba un hotel de 5 estrellas, pero me decepcionó un poco. Tiré la nota al WC para no dejar pistas, y salí del baño. Él ya no estaba, al parecer tenía mucha prisa y yo muchas ganas, por lo que me despedí de mis amigos con una tonta excusa y allí me planté. No había nadie, pensé este golfo me ha vacilado, y yo toda excitada en medio de ninguna parte. Bueno, tampoco era tarde para tirar de mi ránking de especímenes. Justo cuando iba a llamarle apareció un estiloso BMW negro; era él. Se disculpó por la espera, y recordé que él siempre llegaba tarde en las quedadas de cuadrilla. Abrió la puerta y me dijo “sube que te voy a llevar a un lugar que no podrás olvidar fácilmente”.
Durante el camino fue parco en palabras, pero sus ojos me penetraban. Llevaba una falda de cuero negra, medias y ligas y me pidió que le hiciera el favor de coger una botella de agua que tenía en asiento trasero, y cual coqueta gatita lo hice levantándome la falda sutilmente de tal forma que el encaje de mi lencería se reflejaba en el espejo retrovisor. ¿Qué me pasaba? Normalmente soy la que controla la situación. Me sentía en su juego, y seducida sin remedio, y lo peor es que me estaba encantando, estaba rompiendo todos mis esquemas. Normalmente yo convoco y ordeno pero hoy estaba siguiendo pistas y pistas sin saber a dónde me llevaba todo eso. ¿A qué estaba jugando? Yo estaba dispuesta y predispuesta y aunque el lenguaje no verbal me decía que había tema, realmente no me había dicho nada más que iba a llevar a un bonito lugar. ¿No era más fácil que me propusiera una noche divertida? Malo, malote, me estaba dando de mi propia medicina y solo de pensarlo me excitaba.
Paró el coche, me dijo «bájate», y como si de una orden se tratara obedecí. Estábamos bajo las estrellas y un enorme faro nos iluminaba. Me acerqué al acantilado, divisé las mejores vistas que había disfrutado jamás. Estaba impresionada y confusa. ¿Todo por un polvo? Pero no, era algo más, pero eso yo aún no lo sabía. Me explicó lo que estábamos divisando y cuando se cansó de la clase de geografía pasamos a la anatomía. Posó sus manos en mi culo, empujándome hacia si bruscamente, y el choque terminó en un apasionado beso. Ay, los besos, cómo me gustan los besos, y lo que digo siempre, los besos son muy personales, y a mi me gustan unos muy concretos, justo como esos. Me tenía tan apretada a su cuerpo que notaba cómo la sangre se agolpaba en un único lugar, ese lugar.
Alardeando de su fuerza me levantó y me subió al capó de su coche, me levantó la falda y como si fuera un cuadro se quedó observando. “Bonita estampa,” dijo, y sonrió con una extraña mueca casi macabra que me ruborizó. Bueno, él había visto mis intimidades, y yo que estaba en plena fase de búsqueda del pene más bonito estaba impaciente por ver cómo sería el de este nuevo candidato, pero no me dejó ni tocarle. Me empujó con fuerza y me dijo “pequeña, hoy no vas a ser tú la que lleve el control”. De nuevo un escalofrío, me metió la mano entre las piernas y poco a poco retiró el tanga y fue buscando mi clítoris con su lengua. Puedo decir que algo sé de cunnilingus, y doy fe de que este muchacho tiene un don. Iba jugando con mis labios con toda la calma del mundo y yo que ardía de deseo necesitaba que me follara ahí mismo. Pero él no parecía tener mucha prisa por dejar de saborearme, me tenía inmovilizada. Logré moverme un poco y tocarle, pero me sujetó aún más fuerte y me dijo “esta noche es para ti nena, aunque te voy a torturar un poco”, y efectivamente lo estaba haciendo porque me moría de ganas de probar su miembro pero ya me había quedado claro que ese no era su plan. Su plan era llevarme al climax una y otra vez, lo que sin duda al final me pareció un buen plan.
Normalmente los masculinos están deseando meter, y me sorprendió que no quisiera hacerlo, también me sorprendió su iniciativa y el hecho de que no me dejara meter baza, a mi, “domadora de especímenes”. En esta su seducción fui su víctima, y él mi verdugo. Me quedé sin descubrir cómo era su pene y yo que estoy en plena fase de búsqueda del pene más bonito, me quedé con las ganas, pero he sacado dos cosas en claro: la primera, que mi radar sigue funcionando, y la segunda, que paso de reglas e introduzco un nuevo miembro para el minizoo: El verdugo.
De momento los primeros puestos del ránking por arriba los ocupan el pezqueñín, el empotrador, y el verdugo, que aunque es nuevo tiene mucho potencial. Y esta semana los nominados son el casado, que no termina de aprenderse la guía del amante, y la modista, que se está poniendo un tanto pesada, pero esa es otra historia…