Con olor a perfume de mujer
Dalila
Si hoy tuviera una lámpara maravillosa, le pediría al genio una noche contigo. Una de esas noches como la última, en la que el amor y la lujuria se derramaron sobre nosotras a partes iguales. Cuando me encontré con tus ojos ávidos sobre mi cuerpo, expuesta mi alma, y la tuya, al látigo del deseo.
Yo que tanto había anhelado verme en los ojos de alguien y que mirara mi alma durante horas, y ser no solo cuerpo, carne y sangre, ahora me detengo en saborear mentalmente aquellos detalles, nostálgica de un encuentro que la pandemia ha convertido en precioso, por lo escaso, si bien tiene lo hermoso de dos corazones que, en una noche cualquiera de octubre, decidieron que compartirían intimidad, juegos, risas, y, por supuesto, sexo.
Descubrí contigo lo que nadie me contó en la escuela: que el sexo no es un acto penetrativo, aunque puede tener penetración, y que no es necesario un pene. Que el sexo puede oler, y mucho, a fluidos de mujer. Que los orgasmos se cuelan como rendijas de luz a través de una persiana, como quien no quiere la cosa, y que pueden ser esquivos ante la tensión acumulada. Recuerdo llorar de desesperación ante un clímax que deseaba venir y que se agolpaba en mi sexo, y cómo, con infinita ternura y pasión, me decías que abriera la boca, que lo dejara pasar. Recuerdo notar las oleadas de placer y los gritos, que ahogaba en lo profundo de mi garganta, saliendo como caballos desbocados. Recuerdo sentirme como una amazona, o como una guerrera. Recuerdo las dulces agujetas de mis caderas, sentir que me partía en dos en una postura incómoda pero placentera. Recuerdo tus manos sobre mi cara, amándome como solo tú sabes, pero también mandándome a hacer lo que debía hacer en ese momento: correrme.
Me deleito pensando en tus tetas, no te engaño. En tus pezones claros, como galletas María en la leche de tu piel. Me deleito rememorando la suavidad de tus curvas y la raja que describe tu culo cuando te agachas, con una sonrisa, a recoger la ropa que has dejado tirada en el suelo. Tus manos en lo profundo de mi vagina. Mi cara enterrada en tu vulva, mientras te observo, de soslayo, emitir suspiros eternos y curvar los deditos de los pies. Pies que me como, para tu sorpresa y para la mía, porque parece que me he ganado la confianza de morderlos, chuparlos y manosearlos como parte de nuestro juego. Mi espalda arqueada mientras me muevo encima de ti, gruñendo, al borde del orgasmo. Tú sometiéndome sin necesidad de fuerza, entregada al máximo en ser vehículo para tu placer. Ríos de flujo mojándonos a las dos, mojando la cama. Besos enmarañados de pelos, fluidos y risas. Amor con olor a perfume de mujer.
Me derrito al pensar que estuve ahí, en la delicia de tus entretelas, y lentamente mis dedos se bajan a las mías, tratando de rememorar hasta el último detalle de aquella noche de octubre, y de la de diciembre, y de la de febrero, y de la de tantas otras noches esquivas que ahora solo están en mi memoria.
Guardo la esperanza de compartir otra noche juntas, aunque sea solo una. Ponerme la ropa que me compré para tu celebración de cumpleaños, antes de que esta pandemia nos pusiera en cuarentena. Y decirte al oído “llámame perra”. Y que lo hagas. Y que mientras lo haces, me mires con amor en los ojos, mientras me observas el alma, desnuda. Como solo tú sabes desnudarme.
Te deseo y te amo.