¡Tas tas!
Barbarella
Siempre me han gustado los de mi edad, pero teniendo en cuenta mi historial de malas elecciones decidí cambiar de estrategia. Además había un segmento masculino que todavía no había probado, los maduritos a partir de 50, y esa iba a ser mi próxima apuesta.
No me resultó difícil empezar a valorar candidatos. Tan solo hay que fijarse un poco y empiezas a detectar maduritos interesantes en el super, en el trabajo, en las clases de francés…Umm ya tenía mi elección, y empecé el acercamiento. Que si un cafecito después de clase, venga no fumo pero un cigarro ya te cojo, total que acabamos quedándo. Se le ocurrió demostrarme sus artes culinarias y me invitó a su cenar en su casa. Da gusto con los maduritos, mantienen el cortejo pero sin perder el tiempo. Todo preparado como en las películas, una bonita mesa puesta con cuidado y gusto, música de ambiente, y conversación inteligente. La «nouvelle cuisine» es muy estética y vistosa pero el contenido del plato se acaba pronto y allí estaba en su cama, en pleno postre, practicando mi francés. Todo iba rodado, íbamos encajando nuestras preferencias y la atracción era intensa. Un buenorro, bien formado y sin pizca de grasa desubicada, me recordaba a un cantante italiano de ojos azules. Así que estaba disfrutando mi recorrido por su cuerpo. Umm, firme y suave, llegué a su culito…
«El culo». Maldito gran desconocido, para mi es un misterio, nunca sé cómo abordarlo, no es que sea remilgada, es que los masculinos me lo ponen difícil, me lian. Una vez leí que las zonas erógenas comunes entre hombres y mujeres eran la nuca, las orejas y el culo. Las dos primeras las tenía muy saboreadas, el culo me pareció una amplia zona explorable, pero al sujeto objeto de mis estímulos, ese día, no le pareció buena idea. Se mosqueó, se le congeló la líbido, me prohibió acercarme a la zona del perineo y del ano y me dijo a modo de recomendación «Tus mamadas son excelentes, sigue con tus excelencias».
Seguí sus instrucciones pero sin perder la curiosidad, y como soy una intrépida, fuí tanteando el terreno con más masculinos, la penúltina vez el masculino no solo descubrió un deseo silenciado, sino que terminó aficionándose tanto que tuve que comprarle un dildo. Con esta diversidad de reacciones estoy hecha un lío; leo, pruebo, saco conclusiones, las descarto y vuelta a empezar. Sólo me reconforta pensar que a los masculinos les pasa lo mismo con nuestros traseros, otro gran misterio del universo femenino.
Y ahí estaba, con mi madurito interesante, en pleno diálogo interior divagando sobre hacia donde orientaba mis caricias con su tentador culito a mano. Así que opté por escoger mi primer impulso, «tas tas» en el culo, le di dos juguetonas palmaditas acompañadas de mi pícara sonrisa. Su respuesta no tardó, un sigue, más otra vez, más fuerte, sigue, más…
Abrí la caja de Pandora, y allí me tuvo media vida dándole «tas tas tras tas tas».
Le encantó, se despidió con la mejor de sus sonrisas, un dulce beso y el culo enrojecido. Y yo me fuí pensando : Necesito una fusta.