Pezqueñines si gracias
Barbarella
No puedo decir que no había probado nunca un pezqueñín, porque yo también he sido jovenzuela y he interactuado con jovenzuelos, pero hace tiempo que he dejado este segmento apartado. A priori me parecen unos críos, y como tampoco compartimos ambientes comunes es más difícil coincidir. Hasta que llegó el becario. Un morenito recién salido de la universidad dispuesto a aprenderlo todo de nuestro negocio.
En teoría el becario tenía que estar tulelado por mi jefe, pero está siempre muy ocupado, así que delegó en mi esta tarea. Soy muy profesional, y siempre estoy dispuesta a compartir todo mi conocimiento por el bien común, por lo que hasta me gustó aceptar el reto. Le planté a mi lado y así todo el día juntitos contándole lo que hacíamos y cómo lo hacíamos. Al principio estaba muy tranquilito, pero el roce hace el cariño, y la confianza fue creciendo, hasta que llegó el inocente comentario, “Barbarella, tu no tendrás una hermana pequeña, sensual, así como tú?”. ¿Sensual? Sensual es un término atípico en un ambiente laboral, vale, bueno, reconozco que siempre ha existido la erótica del poder, y la becaria-jefe es un clásico literario, pero en ese contexto me sonrojé. A lo largo de la semana empecé a fijarme en sus miradas, miradas a mis piernas, miradas al escote y esa mirada de “haz conmigo lo que quieras”. En cierta ocasión leí que la tensión sensual en el curro incrementaba la productividad, y en nuestro caso así fué, éramos un equipo muy eficiente, hasta el punto de que fuimos felicitados por nuestro jefe y mi pezqueñín tuvo la idea de quedar fuera del curro para celebrarlo.
Ay bandido, me llevó a su terreno, eligió una taberna irlandesa de lo más acogedora, y tomamos una ronda, y otra, hasta que dejé de contar, y zás, tenía la lengua del tierno pezqueñín en la garganta. El primer beso fue brusco, y ya que estábamos y retomando mi rol de tutora, le propuse una forma más suave de besar, jugando, que no todo consistía en buscarme la campanilla. Besar, no besaba muy bien, aunque una vez relajado, empezó a animarse, deslizando su mano por mi pierna hasta llegar a mi liguero, y tras una sonrisa pícara me dijo que nunca había tocado uno de esos. Supongo que las pezqueñinas son más sencillas y no llevan esta clase de atrezo. Toqueteó el mecanismo del liguero y después, al lío, se encontró con mi trasero. Siempre he pensado que hay masculinos con más afinidad hacia los culos y otros a las tetas. En este caso, supongo que aún no estaba definido porque una vez que vió que tenía suficientemente sobado mi culo, dirigió su mano a mi teta derecha.
Cómo tocar una teta, otro misterio del universo, te la estrujan, te la aprietan, sintonizan la radio con tus pezones… No creo que sea tan complicado, pero en esto, chicas, también tenemos que ayudarles, y si están perdidos, aunque quede muy didáctico, hay que guiarles. Y allí estaba yo, para instruir a mi pequeño becario en el sobeteo, así que le dije: “Pezqueñín, solo tengo estas tetas y quiero que me duren toda la vida, no es necesario que intentes sacar zumo de ellas…”
El sobeteo iba mejorando mientras el camarero seguía sacándonos rondas…
Nuestro encuentro podía mejorar en eficiencia, pero me gustaron sus ganas de aprender y disposición. Mi pezqueñín tiene actitud, se deja enseñar y escucha, algo que muchos masculinos tienen más que olvidado. Lo voy a dejar en cartera, a ver si algún día me empotra contra la impresora…