Que viva el vello
Hieros Gamos
Recuerdas esa primera vez que palpas el pelo ajeno, entre el miedo, la incertidumbre, los nervios. Un adolescente hecho un gazpacho de hormonas intentando asomarse al vacío sexual mientras los sudores te vienen a la frente solo con pensar en lo que te vas a encontrar más allá de los pantalones contrarios.
Incluso el propio resulta especial como un símbolo del paso de la niñez a la adolescencia, el vello púbico cierra una etapa de nuestras vidas, la más inocente, para abrir la puerta al deseo carnal consciente e incluso, para algún afortunado, practicante.
Muchas modas han pasado por la entrepierna capilar, desde el mato groso de los setenta hasta el Sahara actual pasando por el clásico ticket de metro. Amado y odiado a partes iguales, pero para mi, sin duda amado.
El porno ha hecho mucho daño en este sentido. Mucho bien en otros campos pero en lo que al pelamen se refiere flaco favor le ha hecho. Maldita moda de rasurarse.
No voy a negar que un chumi rasurado tiene su encanto, con su piel lisita y suave, encontrar fácilmente con tu espada el camino a la gruta del dragón y no tener que sacarse pelos de la lengua, aparte de que un cambio de aires siempre viene bien de vez en cuando y encontrarte a la parienta con la entrepierna despejada puede ser una grata novedad. Pero que queréis que os diga, a mi me gusta el pelo, llamadme loco o clásico pero creo que soy un hipster del parrús.
Con el monte de Venus afeitado como la cara de un ejecutivo a las nueve de la mañana te pierdes esos pequeños placeres, sobre todo visuales, como son el verlo asomarse despacito cuando le bajas las bragas, acariciarlo y enredar los dedos por debajo de la ropa interior…
Tampoco penséis que soy algún tipo de fetichista de pelo (que aunque lo fuera oye, aquí cada cual se la pela con lo que quiere), que yo tenga esta apetencia no significa que menosprecie un coño bien afeitado, pero donde hay pelo hay alegría. Lo que sí aprecio es que esté cuidado y arreglado: un césped bien cortado hace de un jardín un sitio hermoso y aunque una selva virgen puede ser de una belleza arrebatadora, al final acabas hasta las narices de abrirte paso entre el follaje a machetazos. Así que en su justa medida, ni demasiado ni demasiado poco.
Una vez me dijo uno: “las únicas que no tienen pelo entre las piernas son las niñas”. Yo no soy tan radical, pero puede ser que esa asociación de ideas sea la que me hace decantarme por el pelo.
Aparte de mis apetencias personales chicas, para vosotras dejaros el pelo tiene una serie de ventajas: primero de tiempo, el que te ahorras al no tener que andar con la maquinilla. Luego las molestias que ocasiona: si te afeitas pica, si te lo depilas duele… te queda el láser (que también pica) pero como te los quites para siempre y luego se vuelvan a poner de moda te hacen la puñeta. También tiene otra ventaja y es que el vello púbico existe por algo, para proteger la zona genital; de hecho, muchos médicos alertan que la moda de rasurarse está haciendo que crezca el número de determinadas infecciones.
Esto sobre pelo en coño, que es de lo que puedo hablar, sobre ellos vosotras diréis. Personalmente no estoy muy a favor de la depilación masculina en general y no porque no sea cosa de hombres o mierdas de ese estilo, sino porque soy realista; si Brad Pit se depila todo el cuerpo puede que parezca un aguerrido espartano de piel bronceada y brillante, pero si lo hago yo posiblemente parezca más un cochinillo corriendo por la pradera, pero incluso más ridículo que esto es el de aquellos que tienen pelo desde las cejas hasta los tobillos y no hay línea despejada en la que terminar de podar, acabando con un extraño claro en el bosque con un chuchurrío arbolito en medio.
En resumen, que aprendamos a disfrutar del pelo que también tiene su encanto.