Sobre colegas y colegueces
Ketesh Methiri
Tiempo ha de esto, pero fue una de esas situaciones que le hacen pensar a uno, aunque sea por una fracción de segundo, que hace algo bien para variar.
Me encontraba con dos colegas, tomando unos pintxos y unas cervezas en algún remoto lugar de Vizcaya. La conversación daba tumbos, como suele ser habitual en estas ocasiones, y acabamos (cómo no) hablando sobre sexo y cosas relacionadas. Tras contar alguna hazaña nuestra, y bromear al respecto, llegó una parte profundamente detestada por mí. La parte del cotilleo. En esta ocasión las habladurías se centraron en un tercero al que hacía tiempo que no veíamos, y que de muchos eran conocidas sus hazañas en lo profundo de su alcoba.
Sobre esto diré que muchas de sus prácticas son conocidas por bastante gente, aunque a mí no me seducen nada. Sin embargo no soy quién para meterme en los hábitos sexuales de nadie, siempre que no dañe a alguien, y no creo que dañase a nadie, porque encima tenía éxito el hideputa. ¡Y repetían con él!
Sin embargo, mis colegas tocaron un tema que me parece el menor y el menos relevante de entre todos sus hábitos. Más de una vez él había expresado que le excitaba arañar fuertemente, morder fuertemente y ser mordido y arañado fuertemente. ¡Diosex! ¡Era una salvajada, y el colega un degenerado! En ese momento no pude evitar esbozar una leve sonrisa, pensé “je, no saben lo que se pierden”. Como no me molan los pogromos contra nadie que no está presente, me callé como un mercenario bien pagado y asentí y sonreí. Por dentro pensé “tíos, me caéis bien y os valoro, pero no seáis tan mojigatos”.
Con todo esto quiero decir que me parece terrible que todo dios quiera meterse en la vida de otro. No soporto el mojigatismo, y tengo una teoría. La peña critica muchas cosas del ámbito sexual porque en el fondo de su ser quieren probarlas. Pero son incapaces de ser sinceros consigo mismos. Estamos ya a unas alturas de la película que sobran los juicios y las sentencias. Todo cristo tiene derecho a divertirse, modestamente o de la forma más salvaje; mientras nadie resulte herido de forma involuntaria, todo vale. Y nadie tiene cojones de meterse a juzgar eso. Creo que ya va siendo hora de que dejemos de ser tan mojigatos y de que nos sinceremos con nosotros mismos.
Hago hincapié en que si algo no me gusta, simplemente no lo hago, pero no voy dando la vara con lo mal o bien que pueda estar.
Pero estaba contando una historia y la voy a terminar. Resulta que mientras ellos despotricaban y daban rienda suelta a su moral censora, yo recordaba con una sonrisa casi imperceptible, la nochecita que había pasado días atrás, y aún me escocían los arañazos en la espalda, y los mordiscos en los hombros, en el cuello, pecho… Y demás. Menos mal, pensé, que ese día no era de playa, porque habría dado de qué hablar. Y es que por eso soy reservado con mis cosas, lamentablemente la gente habla demasiado y folla demasiado poco. O se masturba demasiado poco. O hace ambos pero mal. Yo qué sé.
Pero tú, que eres una criatura del Averno, sabes, al leer estas líneas, a qué me refiero. Si por el contrario, padeces esa enfermedad llamada mojigatismo, ¡nunca es tarde para curarla!