Mujer florero
Barbarella
El primer masculino que incorporé a mi minizoo fue un encantador viudo. Desde un principio dejé claro que yo estaba en una fase de cambio de mundo en la que no había sitio para enamoramientos pero sí mucho espacio para el sexo. Le costó un poco adaptarse, porque si la caverna de un casado es oscura, la de este viudo no podía ser más profunda. Empezamos con un periodo de adaptación aprendiendo la lección básica «Vernos más desnudos que vestidos».
Me pasaba las veladas encendiendo luces que él apagaba, escondiéndole la ropa para que me regalara esos paseítos en busca de sus calzoncillos, hasta que superó la lección. En preescolar aprendió las bondades del sexo oral, y finalmente se graduó con un «progresa adecuadamente». Mientras tanto en mi intento de aplicarme eso de «un clavo quita a otro clavo», llegaron el tastás, el pardillo, el casado, la modista, el pezqueñin…Lo llené todo de chinchetas. Pensé que era el momento de decirle al viudo que como recién graduado dejara estos lares y ampliara su aprendizaje con otras féminas o masculinos, pero lo que hice fue ubicarle en la parte baja de mi lista de masculinos, hasta casi olvidarme de que habitaba mi minizoo.
La Navidad y sus buenas intenciones me dieron la idea de disfrutar de una plena velada con el viudo, pero no me podía imaginar lo que me esperaba. Me ofreció ser su mujer florero. Al principio pensé que lo que me estaba ofreciendo era tener sexo en público, lo que me excitó instantáneamente, pero enseguida mi libido volvió a la realidad cuando me dí cuenta de que lo que quería era pasearme con su colegas y amigos, que dejara todos mis quehaceres para lucirme como inteligente y bonita acompañante.
En el acuerdo que me proponía no tenía que ejercer de mujercita hacendosa, que su servicio ya se encargaba de todo. Solo tenía que preocuparme del mantenimiento de mi armario y mi físico. Tiendas, salón de belleza, congresos, y demás eventos… no sé por qué no me ponía… Por su parte prometía estudiar y aplicar todos sus conocimientos adquiridos para satisfacerme. Umm, «satisfacción», ése si era el buen camino. Estábamos cenando en un sitio muy mono de cubertería fina y velas. Me disculpé para ir al baño a ponerme mis bolas chinas plantándole uno de esos besos que le dejan con los ojos cerrados y la boca abierta. Se apresuró a pagar la cuenta y me dijo ¿Nos vamos? Y al lío.
Tres meses pasaron hasta que logré verle desnudo en todos sus ángulos y esa noche, en menos de tres segundos ya estaba como vino al mundo. Me tumbó en la cama arrancándome el tanga, lo que después me pareció fatal porque era mi última adquisición de Victoría’s Secret. Y también fue muy mala idea ponerme un sujetador de cierre delantero porque recibió el mismo castigo. Me recorrió con sus manos y boca por todo el cuerpo parándose justo donde más me picaba robándome esos gemidos que siempre me delatan.
Al día siguiente le nominé.
No me veo como una mujer florero, me veo más como una doctora Frankenstein combinando masculinos de mi minizoo hasta casi alcanzar la sensación de disponer del empotrador ideal.