La mujer pantera
Barbarella
No había quedado hasta después de medianoche. Tenía tiempo de sobra para relajarme en casa viendo un clásico en blanco y negro, “La mujer Pantera”. La trama se basa en una leyenda serbia que cuenta que hay personas malditas que pueden transformarse en felinos en el despertar de sus pasiones, como en un acto de amor o celos. La protagonista que se acaba de casar vive atormentada pensando que la pantera que lleva dentro saldrá para despedazar a su amado. En el fondo creo que su mayor tortura era no poder realizar lo que su naturaleza le pedía, algo que no iba a dejar que me pasara.
Mientras degustaba la película me vino a la cabeza una canción de David Bowie, Cat People, tributo al felino que llevamos dentro, y sin poder evitarlo cerré los ojos y empecé recitar su letra como si fuera un mantra.
“See these eyes so red
Red like jungle burning bright
Those who feel me near
Pull the blinds and change their minds
It’s been so long…”
Entonces abrí los ojos.
¿Dónde estaba? ¿Me había teletransportado? Estaba en una nave industrial que a simple vista parecía abandonada, pero el ruido de fondo delataba que no estaba sola.
Llevaba un corsé de una piel negra tan fina que parecía fundirse con la mía. En la mano portaba un látigo con mi nombre grabado en letras doradas. Eché un vistazo a mi nuevo entorno. Unos estilosos zapatos de tacón de aguja marcaban el ritmo de mis pasos.
Reconocí a mi Pezqueñín, mi fiel becario, estaba flotando en el agua en un tanque de cristal, una enorme pecera de la que parecía no poder salir. Tratándo de llamar su atención empecé a a dar pequeños golpecitos en el cristal con mis afiladas uñas, lo que provocó que una fina grieta recorriera el cristal longitudinalmente. La presión del agua hizo el resto, mi pececito quedó liberado. Tumbado, mojado, parecía inerte, solo se me ocurrió hacerle un boca a boca. Su respuesta fué inmediata, tenía tanta sed de mí que le dí de beber.
Oí mi nombre, “Barbarella, Barbarella” y me dí la vuelta, un par de pardillos encaramados a los árboles solicitaban mi ayuda. Su jaula no estaba cerrada con llave, solo tuve que girar la manilla. Corriendo y saltando me rodearon, y yo, les dejé hacer hasta que se me acabó el cariño.
Al fondo ví una jaula de gruesos barrotes que parecía encerrar al rey de la selva, al más peligroso de los ejemplares, su cuerpo torneado era inconfundible, era mi empotrador. A su lado, ronroneándo como no, su novia, su linda gatita.
Entonces me dí cuenta, estaba en mi minizoo.
Me acerqué a la jaula de mi empotrador. Estaba desnudo, apetecible, marcando todos esos músculos que ya había degustado. Su robusta celda tampoco estaba cerrada, entré, agité el látigo en el aire provocando un gran chasquido, llevándole al punto de irritación que estaba buscando, me gusta así, pasional, salvaje. Dí otro latigazo al aire, esta vez para marcar mi territorio, dejando a su linda gatita acurrucada en una esquina. Se lanzó sobre mí, me iba a devorar como yo quería. Me emportró contra los barrotes. Su frío acero hizo que me recorriera un escalofrío, mientras me saboreaba los senos.
Ring Ring Ring Ring Ring …
-¿Si?
-¿Quién es?
-¿Nuestra cita? ¿Tan tarde es? Uff me he quedado dormida, ummm traete un látigo.