El chino y el vikingo
Barbarella
Sábado por la noche, quedada de cuadrilla, cena, unas cervezas y buena música, lo que es un plan perfecto. iba a apartar el minizoo por una noche, no solo de sexo vive una fémina…Fuímos a un garito heavy y por si se nos olvidaba lo bien que lo estábamos pasando empezamos con el reportaje gráfico.
Entonces llegó una de esas almas caritativas que se ofrecen a hacerte la típica foto de grupo. !Un vikingo! fué lo primero que pensé al verle, con su larga melena, y sus penetrantes ojos verdes me tenía hipnotizada. Tenía una adorable barbita trenzada con la que estaba deseando jugar un rato. Me devolvió el móvil con la que nos había hecho la foto, y empezaron las presentaciones. Erik, no podía llamarse de otra forma, pero no estaba solo, pegado a su chepa estaba su amigo, el chino. Supongo que queda mal que diga que los chinos me parecen todos iguales, lo sean o no, me atraen lo mismo, nada. Muchas estadísticas que afirman que son los menos dotados, y tampoco es que tengan una fama de dominar las artes amatorias, pero algo bueno tienen que hacer para ser millones de ellos.
Al mirarle no podía dejar de pensar en el micropene perdido, ese del que un día me habló una amiga, uno no mayor que un dedo meñique. Prejuicios lo se, pero que tire la primera piedra el que esté libre de ellos. Pene aparte, lo que si tenía el chino era labia, no dejaba de proponerme planes en los que entre líneas se leían unas ganas terribles de follarme. Centré mi atención en el vikingo al que imaginaba empotrándome encima del futbolin. Uno de mis amigos me miró con cara de desaprobación y me riñó «Barbarella, ¿no vas a dejar el minizoo ni por una noche?» pero en el fondo me quiere tal como soy y acepta mi naturaleza.
Sabía que cual valkiria montaría mi propio valhalla con mi recien conocido. El vikingo me propuso tomar la última, pero el chino rápido como un rayo se acopló al plan. Los astros estaban jugando conmigo, querían torturarme, por lo que me solté la melena y cambie mi estrategia, mi única opción era el 2×1. Sin terminarnos la espuela me lancé al cuello del vikingo, besaba tal y como lo había imaginado, suave por dentro y aspero por fuera, es lo que tienen las largas barbas terminadas en una trenza. El chino puso cara de decepción, le sonreí con mi «cara de buena», y le cogí de la barbilla acercándo su boca a la mía. Umm el chino besaba aún mejor. Si algo he aprendido es que si ya besa mal, lo demás nunca va a mejorar. En este caso estaba doblemente perdida, los dos habían superado la prueba del beso. mi cama era su destino, y sin remedio, allí terminamos.
El chino era delgado para mi gusto pero fibroso, tenía hasta su tablita de chocolate, y ohh sorpresa un descomunal miembro. Era una de esas excepciones que afortunadamente amplian la regla. El vikingo era tal y como lo había soñado, alto, formido, diría que incluso esculpido, estaba sencillamente macizo. Un verdadero deleite para la vista y el tacto, y ahí estaba yo perdiéndome entre su trapecio, deltoides y biceps… Ohh maldición, retar a la suerte nunca se me ha dado bien, fruto de algún sortilegio el vikingo se había quedado dormido, o puede que fuera porque bebió demasiada cerveza. Entonces entró el juego el chino, mi última baza, y empezó con un sorprendente despliegue de dotes amatorias. Empezó con «el mono que salta» que se transformó en «el dragón que gira», continuó con el «tigre que acecha» para finalizar con «el fenix que revolotea». Directo al minizoo, esa noche se ganó el pase VIP.
«Los mejores polvos son los que no se planean».