¡¡Jo, qué noche !!
Angel&Demonio
Por fin!!!. Lo hemos conseguido!!
Hemos quedado y vamos a salir. Aun no me lo puedo ni creer. Nuestras importantísimas agendas no nos tenían nada reservado para el sábado.
Los astros se habían alineado para nosotros. Y sin querer queriendo, nos juntamos dos abogados, un cardiólogo y el loco del runnig. Ponemos en marcha el protocolo de las ocasiones especiales. Todos tenemos claro nuestro cometido, uno pone la casa, otro cocina, otro la mesa, y el entre todos, las compras:
Paso uno: quedamos en un bar; cañita mientras llegamos tarde.
Paso dos: los cuatro hacemos las compras; sincronizamos los relojes y en pocos minutos en la caja nº… da igual ¡! la de la morena de las tetas bonitas, para que nos vamos a engañar… son nuestras hormonas las que eligen la caja, mejor dicho, a la cajera.
Paso tres: una vez fuera del súper, opinamos sobre culo, tetas curvas de la cajera, que como de tonta no tenía nada, se ha enterado de todo y ya sabe todos nuestros planes y posteriores movimientos.
Paso cuatro: cocinamos y nos ponemos al día de todo lo que tenemos atrasado: curro, familia y salidas diurnas y nocturnas con todo tipo de finales… de todo tipo.
Como siempre la cena memorable, el vino a la altura de las circunstancias y para la compañía no tengo palabras. Una sonrisa de verdadera satisfacción definiría mucho mejor que yo lo que siento por estos locos.
Un gintonic como dios manda después de cenar, es el calentamiento perfecto para buscar en la noche de Bilbao la guinda para nuestra quedada; pero… ¿a quién la gusta la guinda?- mejor la fresa untada en lascivo chocolate.
La noche empieza como hemos deseado. Los locales se están llenando poco a poco, cuadrillas de chicos, de chicas, mixtas y comandos unipersonales de los dos géneros con muchas ganas de sexo. Un ambiente muy acogedor que permitía disfrutar de los amigos y a la vez observar y ser observado por todos y a todos. Primer trago desinhibido y las miradas furtivas dejan de serlo y se convierten en miradas depredadoras. Los cuerpos empiezan a despertar al deseo de cercanía y a la necesidad de seducción.
Con el segundo trago se rompe el hielo y los grupos se van mezclando, risas empujones nada inocentes con el codo, y las armas de seducción masiva hacen acto de presencia. Todo en ambiente se caldea, las hormonas se agrupan y la música a un volumen en su justa medida cumple con su cometido más importante, el de obligarte a hablar peligrosamente cerca del cuello de la presa; ¿o es el cuello de tu depredador?
Del baño vienen uno de los abogados y el cardiólogo hablando con dos chicas que han conocido mientras esperaban para entrar. Atractivas y seductoras y con ganas de pasarlo bien, las invitamos a quedarse con nosotros y ellas nos invitaron a quedarnos con ellas.
¿Seductoras seducidas? ¡Para nada! Todos somos iguales y así nos lo demostramos. Jugando a que no nos gustamos, nos contamos verdades a medias sobre los rollos de una noche. Los bailes cada vez son más calientes y largos. Al ritmo descarado de la música nos deleitamos con el trió de los abogados con la morena que se pega a ellos de tal manera que tenemos que recolocarnos el paquete para que no se nos note el bulto; y para calmar los ánimos, las dos hacen un sándwich con el cardiólogo; una con las manos por debajo de la camisa comprueba los resultados del gimnasio mientras la otra agarrada al cinturón frota su pelvis contra él. Combinaciones infinitas.
Con un grito al unísono, las dos bellezas venidas del mismísimo infierno, se van saltando para abrazarse a sendas amigas. Una, una belleza de ébano de ojos verdes creada por el mismo diablo, y la otra, un ángel con minifalda de cuadros y ojos grises resaltados con una raya de kohl que hipnotizaban en el acto; su avatar de cajera del supermercado era perfecto para ocultar su verdadera deidad.
Hablaron un rato entre ellas mientras nos examinaban uno a uno sin disimulo y cuando acabaron se unieron al grupo. Las presentaciones cerraron los grilletes de cada pareja y los besos tiraron las llaves al fondo del averno. La escultura de piel negra me saludó con un beso en los labios lento y muy cálido, adictivo; su lengua había envenenado mi cuerpo y a la vez, había bebido del mío. En los bailes ya no había cambio de pareja. Todos juntos ardíamos en cuatro infiernos diferentes. Las manos se perdían debajo de la ropa. Las lenguas dejaban estelas de fuego por la piel que solo se apagaban con la saliva que dejaban los besos. Con la escasa luz del bar nuestras manos paseaban por todos los rincones de nuestros cuerpos. La coreografía era perfecta, ocho cuerpos abandonados al deseo contoneándose, fundiéndose en el cuerpo de su análogo. Cada fuego fue buscando un rincón donde poder descargar la pasión que ya se volvía incontrolable.
Mi Diosa de piel negra me llevaba a su cubículo agarrándome del bulto de mi entrepierna por debajo del pantalón. Empezó a medir mi erección con sus manos, una recorría mi pene y la otra sopesaba mis testículos apretándolos y arrancando de mi garganta gemidos de placer. Uno a uno, le desabrochaba los botones de la camisa destapando un magnífico espectáculo para mi deleite; mis manos treparon por su perfecta piel de chocolate desde su cintura hasta sus pechos, que, atrapados entre mis dedos masajeaba lentamente; pellizcaba sus pezones con mis pulgares y los volvía liberar, su espalda se arqueaba pidiendo más. Ella me mordía el cuello y yo acariciaba los labios de su sexo con mis dedos, acariciándolos de arriba abajo rítmicamente; el aroma de su humedad me embriagaba, comprobé su profundidad primero con un dedo, luego dos moviéndolos dentro de ella. Sus gemidos se convirtieron en súplicas. Las gotas de semen que salían de mi glande lubricaban su mano traviesa que jugaba con mi falo. Chupándome los dedos degusté el dulce néctar de su sexo y fui a por más, esta vez con tres dedos. Ella sujetaba mi muñeca e introducía mis dedos muy dentro marcando el ritmo cadente, constante. Apretándose más contra mí, me entregó un largo orgasmo que lleno la palma de mi mano con su flujo. Su coño negro y rojo se había derretido y palpitaba de placer. Decidimos seguir follándonos en el baño del bar.
Por el camino vi la polla de uno de los abogados entrando y saliendo de la boca del ángel de ojos grises que se disfrazaba de cajera; disfrutaba saboreando ese tronco de piedra a la vez que se masturbaba con los dedos. El otro magistrado empotraba contra la pared a su compañera de vuelo, el escozor de las uñas clavadas en su espalda y en su culo le espoleaba a cada empellón que le regalaba. El cardiólogo arrodillado ante su domine y con la cabeza entre las piernas, bebía de su sexo y la penetraba con su lengua, ella le apretaba cabeza hasta el punto de dejarle sin respiración. Su cuerpo se retorcía de placer enloquecido sintiendo el ritmo de los dedos mágicos del doctor entrando y saliendo de su ano húmedo y dilatado.
Sentada en el lavabo, el chasquido del pestillo de la puerta fue la señal para que abriera sus piernas mostrándome todo su esplendor. Se tocaba para mí provocándome, limpiaba con la lengua sus dedos para volver a esconderlos en su vulva, dentro muy dentro. Su camisa abierta me ofrecía sus pechos maliciosamente.
Liberando mi polla a punto de explotar, la froté contra sus labios extremadamente calientes y de un golpe seco me metí dentro de ella, un único fuego se expandió por nuestros cuerpos abrasándonos. Otro golpe más, tres, cuatro, veinte, cien… a cada sacudida me introducía más y más en ella avivando el fuego que nos consumía. Un orgasmo atravesó mi cuerpo como un rayo, corriéndome dentro de ella. El calor de mi semen aceleró sus embestidas hasta llevarla al clímax. Abrazada a mi cuello espero a que los espasmos involuntarios acabaran, mi leche escurría de su sexo por los muslos contrastando con el color de su piel. Nos besamos hasta que los golpes de la puerta nos sacaron del trance.
Casi sin fuerzas para mantenernos de pié, no vestimos y salimos de nuestra guarida. Agarrados de la cintura fuimos al encuentro de nuestros compañeros diablos para calmar el otro tipo de sed que se calma en paraísos como este.