Cougar
Astartea, ángel del infierno
Y allí estaba Astartea subiendo ágilmente las escaleras del viejo edificio donde él vivía, preparada para vivir, otra vez más, una aventura inolvidable junto a aquel joven, aventura en el que el placer era el protagonista del cuento.
Aunque mucho más joven que ella, el joven sabía mitigar la sed de la mujer, sabía calmar su hambre, sabía hacerla disfrutar del sexo y en cada encuentro disfrutaban de la unión de sus cuerpos que se deseaban hasta rozar la locura. Les gustaba dejarse llevar por el momento, disfrutar de cada caricia, de cada lametón, de cada mirada, pasar un buen rato y divertirse con el sexo y hacer de lo prohibido su secreto.
Y allí estaba él, esperándola, deseoso, desesperado por tenerla entre sus brazos, ansioso por poseerla otra vez mas, por tenerla entre sus piernas, por estar dentro de ella y sentir su fuego. No había podido reprimir sus ansias ni su deseo y la había instigado para que se reuniera con él lo antes posible. Durante la mañana habían estado conversando, preparando el encuentro, disfrutando con esas conversaciones calientes que a ambos tanto les gustaba. A los dos les embriagaba paladear el sabor de las palabras picantes, jugar con las palabras más sucias y sentir como viajan por sus cuerpos calientes para dar rienda suelta a la imaginación.
Astartea se había preparado con sumo esmero para el encuentro. Tras una ducha relajante, se había impregnado en aceite de lavanda y menta, para que el pudiera deleitar su paladar y saciar su hambre devorando cada rincón de su cuerpo, maquillaje suave y para finalizar un liviano vestido, que contaba con un escote barco que dejaba sus hombros y clavículas al aire, dándole un aire de diva de los más favorecedor. Y como ropa interior ninguna.
Había recorrido andando a paso ligero la escasa distancia que separaba sus casas y es que… ¡la tentación vivía tan cerca! la calle estaba casi desierta en esa tórrida tarde de verano de 40 grados a la sombra. Y allí estaba ella frente a su puerta, el joven la había dejado entre abierta para que ella pudiera entrar sin pedir permiso, aquella vieja y poderosa puerta de madera añeja que tanto había visto, la empujo con suavidad.
El hall era amplio, los rayos del sol llegaban desde el salón y lo iluminaban discretamente aportando a la estancia un toque acogedor y mágico, los techos altos, imponentes, como es habitual en un edificio antiguo, la calidez de la madera invitaba a entrar. Un pequeño aparador a la izquierda, hecho por las maravillosas del dueño y al fondo sobre la pared un majestuoso espejo y frente al mismo una silla estratégicamente colocada.
Astartea sonrió, ella le había confesado que deseaba verse mientras hacia el amor con el frente al espejo y él estaba dispuesto a hacer sus sueños realidad una vez más.
Cerro la puerta tras de sí, temblorosa, ansiosa, curiosa, se apoyó contra la puerta mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra de la habitación. Lo vio aparecer por la puerta del salón, ese cuerpo joven, perfecto, que acaba de salir de la ducha y que llevaba una toalla anudada a su cintura. Se acercó a ella con calma sin prisas, la acerco a su aun húmedo cuerpo y sin decir una palabra le ofreció su boca y su lengua, que ella degustó con hambre.
Él sabía que Astartea acudiría a la cita sin ropa interior, puso sus manos sobre sus pequeños pechos y los acarició por encima de la ligera tela, comprobó que estaban libres, tiro para abajo con decisión del escote y quedaron ambos senos al descubierto, acerco su boca a ellos los beso y jugueteo con sus pezones mientras sus manos levantaban las faldas del vestido y subían ágiles buscando el húmedo sexo de ella.
Agarrándola de la mano la acercó a la silla que estaba situada frente al espejo y la invito a sentarse, ella se desprendió de su vestido y se sentó sin pudor con sus piernas bien abiertas dejando ver toda la humedad de su sexo y ofreciendo su cuerpo al disfrute. El cayó rendido a sus pies al ver la lujuria que desprendía, con su cara de ángel y su alma de diabla y sumiso se arrodilló frente a ella.
Su lengua se posó en su vientre con delicadeza y bajo acariciando el camino hasta bajar a su sexo, la intensidad del roce de su boca merodear entre sus piernas hizo que su excitación fuera aún mayor, sus hormonas se habían puesto en marcha y su vagina chorreaba, lubricada y su clítoris aumentó su tamaño cuando la lengua se hizo la protagonista recorriendo todos los rincones de su vulva. Lamió con gusto, despacio y sin prisas buscando su clítoris, ella gimió de placer, mientras el continuaba deleitándose y ella observa morbosa la escena que se reflejaba en el espejo, era un experto en esos menesteres y ella gozaba sin poner límites a sus deseos.
A los dos les gustaba dirigir, unas veces ella otras veces el, otras ninguno, otras los dos, había entre ellos una coordinación perfecta. Ahora fue ella la que cogió las riendas del juego y se puso de pies sobre sus zapatos de tacón, el sorprendido la miro incorporándose. Entonces fue Astartea la que poniéndose en cuclillas frente a él, tiro de la toalla dejando su pene al descubierto para poder jugar, era del gusto de ella, su color, su tamaño, su textura, su longitud, su dureza y sobre todo su sabor. Ella lo abrazo con su boca lo acarició con su lengua y lo humedeció todo el con su saliva, el joven se retorcía de placer a la vez que la observaba y la agarro con fuerza del cabello para no dejarla marchar, era tan placentera aquella sensación maravillosa que le producía tener su miembro entre las manos y los labios de ella.
Astartea se incorporó, quería más, quería sentirlo dentro de su ser, colocó sus manos en el respaldo de la silla mientras le daba la espalda, puso su culito en pompa y se lo ofreció lanzándole una mirada picarona, el no dudo ni un segundo, y acercándose a ella con suavidad la penetro por detrás mientras los dedos de una de sus manos jugaban con su clítoris los otros lo hacían con sus pezones, el placer era cada vez mayor, sus cuerpos destilaban el placer en forma de sudor, el contacto era muy íntimo y Astartea sin poder controlarse exploto en un largo y prolongado orgasmo. Él joven la agarro para no dejarla caer al suelo, tal había sido la intensidad que sus piernas cedieron, quedo sentada sobre el viejo suelo de madera, recuperando poco a poco la respiración.
Estaba agotada de placer, lo observo mientras él la miraba deseoso, ¡era tan tierno! Ella alargo su mano para unirse a la del joven y tirando del hombre lo sentó sobre la silla colocando su cabeza sobre las piernas de él. Agarro con fuerza su erecta polla y la introdujo en su boca hasta el fondo hasta que una nausea hizo asomo. La humedeció toda ella con la saliva de su boca esparciéndola con su lengua de abajo a arriba y de arriba abajo llegando hasta su ano, se entretuvo chupando su glande, lo acariciaba con su lengua suavemente, jugo con su prepucio…. Él se derretía de placer mientras sus ojos pedían que no parase. De nuevo la introdujo hasta el fondo de su garganta presionando con su lengua intentando no dejarla escapar, para volver a dejarla salir libremente y volver a introducirla una y otra vez mientras su mano acariciaba sus testículos. Ella notó correr la sangre por aquellas venas y una gota de semen traviesa se escapó, a ella le gusto aquel sabor y como si fuera una droga deseó más. Aumento el ritmo y la presión, el cuerpo del muchacho se tensó definiendo todos los músculos de aquel fibroso cuerpo. Rozando los límites de lo divino y lo infernal se dejó derrotar por el placer para eyacular dentro de aquella pecadora boca. Ella sintió el calor de su semen se deleitó con su sabor, por la comisura de sus labios se escapaba aquel preciado líquido que viajaba hasta su cuello.
Un instante de paz, después de la tormenta para después dejarse llevar por la adrenalina que aún estaba en sus cuerpos y echarse a reír, despreocupados y felices por tantas sensaciones vividas.
Entonces el la levanto del suelo, la cogió en volandas y con mucha ternura la llevo hasta la ducha. Sus cuerpos estaban impregnados de toda clase de fluidos y el agua cayó sobre ellos como una bendición. Él se aproximó a ella de nuevo mientras el agua que caía de la ducha se deslizaba por sus cuerpos y el cuento empezó de nuevo otra vez.