Bisexualidad. Para el mundo soy hetero.
Moonlight
Sí, soy mujer.
Sí, estoy casada con un hombre.
Sí, me atraen las mujeres.
– Pero a ver, ¿eso de que te gustan las mujeres es verdad? Porque puede ser sólo morbo.
– No. Me enamoré perdidamente de una. Y alguna que me ha atraído lo ha hecho de forma muy intensa. No es solo morbo.
– Ya, pero yo si veo a una chica guapa y bien vestida por la calle también pienso que es muy mona.
– Mmmmmm… vale, sí. ¿Te la follarías?
– ¡Ah! No.
– Pues eso. Además, te he dicho que me enamoré de una. Cuando te enamoras no solo la ves guapa cuando va mona y bien vestida. También la ves guapa cuando va en chándal, sucia, despeinada y con gafas. Incluso si es un orco la ves guapa.
– Pero… ¿y tu marido lo sabe?
– Claro.
– ¿Y no te dice nada?
– Alguna vez me ha hecho la broma de que soy una desviada, pero lo entiende y lo acepta. Además, existe una cosa que se llama confianza, y otra que se llama respeto. Y gracias a estas dos cosas dadas mutuamente puedes mantener una relación años, con la persona que sea.
– Pero tu marido nunca podrá darte lo que una mujer. No tiene tetas ni coño.
– Sí, eso es cierto. Pero te recuerdo que soy bisexual, no lesbiana. También me gustan los hombres. También me gustan las pollas. Y de eso sí tiene. Además, aparte de sexo me da muchas otras cosas en nuestro día a día conviviendo. Ya son más de 10 años juntos, será por algo.
– Bueno… ¿y como supiste que también te gustan las mujeres?
– Desde mi adolescencia. Pasa que al no estar socialmente aceptado, lo ocultas hasta que te enamoras y te das cuenta de que es una realidad como un templo, y no es sólo un morbo. Y entonces entiendes situaciones del pasado. La primera chica que me atrajo fue una compañera de clase cuando teníamos unos 14 años. Yo repetí curso y entré a la clase anterior, chicas a las que conocía de ver por los pasillos, y chica que ya me parecía guapísima. Era rubia, piel blanca, tipazo. Y al entrar a su clase la conocí mejor, como persona fuera del físico, y resultó que era un auténtico encanto, por lo que durante ese curso nos hicimos amigas. No pasó de ahí, por supuesto, nunca dije nada al respecto. Acallé lo que sentía. Me dije que debía ser una tontería de la edad porque ella me caía bien… pero no. Después me dí cuenta. Esa chica me gustaba, y mucho. Recuerdo un día en el que yo estaba sentada en un pupitre, y mientras charlábamos con otras compañeras, ella se vino donde mí y se apoyó en el pupitre entre mis piernas, para que la abrazara. Un gesto realmente inocente, de cariño en una amistad. Pero aún recuerdo mis brazos rodeando su cintura y el olor de su pelo.
– ¿Y no intentaste nada?
– Como he dicho, teníamos unos 14 años. Es una edad muy complicada. Ni siquiera yo misma sabía lo que sentía. Bueno, sí lo sabía, pero no lo aceptaba.
Con el tiempo aprendí a aceptarlo, a respetarme con ello, y a no ocultarlo. Lógicamente no llevo un cartel en la frente diciendo que soy bisexual. Pero si surge alguna conversación o situación, no me lo callo. Y entonces es cuando pueden surgir este tipo de conversaciones.
Y reconozco que me ha tocado la parte fácil, porque soy una mujer casada con un hombre, y eso es lo socialmente aceptado. Para el mundo soy hetero. No tengo que defenderme de acusaciones, burlas o faltas de respeto porque mi pareja sea de mi mismo sexo. Pero podría haber sido mi caso, perfectamente. Así que lucho. Lucho por la comprensión, por la tolerancia, por el respeto…
Y lucho porque cada persona se folle a quién le atraiga y le corresponda sin problemas.
Coño ya.