En la penumbra del ocaso
Diablos Invitados
Autora: Ocean
En la penumbra del ocaso, desde la roca donde me siento, veo salir tu silueta de entre las aguas. Un torrente de gotas se precipita desde tus mechones empapados, y las ondas que crean acarician tus muslos. Una, y otra, y otra, colisionan y te envuelven en prolongada cadencia de reflejo celeste; no les tengo envidia, porque sé que vienes a mí. Voy hacia la orilla.
En cuanto sales estrujas tu cabello, mientras que yo te envuelvo con capas secas. No tiemblas, pero aún así me permito rodearte con mis brazos un momento. Sé que te encanta aunque no lo digas, tanto por tu ya tan asimilado antifaz de fortaleza como por la duda ante mi excursión cuando despunte el alba. Mi beso es la promesa de retorno que aceptas con un gruñido. Nunca pensé que pudiera existir humano que hablase menos que yo, y si alguna vez hubiera apostado mi nombre…
Sin demora caminas hacia nuestra morada, y con tu dedo enlazado al mío me haces seguirte. Sin hacer ruido al pisar, hábito de loba prudente, te giras y me miras; la hoguera nos da luz tenue, pero tampoco la necesito para ver el silencioso incendio que se declara tras tu mirada. Tu anhelo provoca mi anhelo, pero tu imagen me sigue maravillando. Al darte cuenta de ello no haces sino dejar caer la tela que te cubre, soltarte de mí y perderte tras la lona sin dejar de mirarme. Y yo, como siempre, voy a ti.
Me recibes con un beso que sabe a fiebre, a necesidad, hundes las manos entre las plumas de mi pelo y yo, ácida ironía, me siento diminuta al suplicar que no me sueltes. Con lentitud, acabamos por dejarnos caer en el lecho, y siento como dejas el rastro de tus colmillos en mi cuello y clavícula al tiempo que me desprendo de mi falda, pues la camisola ya te la has llevado tú. Por un momento me miras, pero antes de que pueda aprovechar vuelves a lanzarte, tumbándome mientras te quedas encima, pelvis sobre pelvis. Sé que me la vas a cobrar, pero no me resisto a mirar con desafío.
Mordiscos, jadeos, tu boca jugueteando con mis pechos, gemidos que ni quiero ni puedo controlar. Tu mano con la mía, y la otra juguetona acariciando, acariciando y humedeciéndose… tu lengua recorriendo mi abdomen, siguiendo el círculo del ombligo mientras en el interior tus dedos provocan pálpitos de descontrol. Estallo con el hormigueo relampagueante que se apodera de mí, tiemblo como un polluelo empapado pero sin frío ni miedo. Mi mano cuelga tras el abismo de tu cintura, y entonces me doy cuenta de que estamos de lado, mirándonos. Entre que recupero el aliento recorro la línea de tu espalda, apenas rozando con las yemas, y te vuelvo a besar. Ahora me toca a mí, y no tengo miedo a represalia alguna.
Aprovechando tu ejemplo y tus enseñanzas anatómicas, invoco toda la fuerza de mis garras sobre la mano con que inmovilizo tus muñecas. Mientras, con el pulgar de la otra, presiono levemente la arteria de tu cuello. A pesar de tu pataleo intentando no perder el dominio, el efecto es inmediato: desfalleces en parte, pero tu percepción corporal aumenta gracias a ese descontrol en tu mente. No puedo evitar sonreír con satisfacción ante las reacciones de mis estímulos. Sin soltar tu garganta, te siento sobre mis piernas y te acaricio; al mismo tiempo mis labios se entretienen con la joya que adorna tu pezón, incluso en algún momento tironeo de ella con los dientes.
Mis manos pasan por tus pechos, cintura, cadera, muslos, y escalan hacia tu sexo, tocan, rodean, entran, y tú exhalas el gruñido más tenue, lastimoso y sensual que ha complacido mis oídos. Te devuelvo el gesto, y poco a poco te tumbo mientras beso tu vientre, ingles, mi mano bajo tu ombligo y rozando tu semilla mientras mi boca se hidrata de ti. Terremotos de éxtasis, paro y disfruto cómo te retuerces. Casi me sentiría mal, pero no. Apenas te das resuello para hacerme caer de nuevo, y tu rostro me dice que me prepare para lo que viene. Con todo, o porque es todo, tus dientes marcándome, tu cuerpo embistiéndome en frenesí mezclado con espasmos, cierro los ojos y me dejo caer como abatida en pleno vuelo, mientras pido el más egoísta de mis deseos.
Por favor, Astro Rey, hoy tarda un poquito más en salir.