El parto
El Barón de Pt
Ya sé que este blog es de sexo, pero como, simplemente, soy tan pervertido como el que más, meto en el saco todo lo que tiene que ver con vaginas. Desde hace poco más de un año, soy padre y quiero compartir con vosotros la única experiencia que es el parto.
Fue el día más feliz de mi vida, la sensación de conocer a un ser que es parte de ti, la compenetración con tu pareja cuando la coges de la mano y la das ánimos, y cuando sientes que tu familia se completa. Memorizad estas palabras puesto que la sociedad es lo que espera que sintáis ese día, ahora os cuento la verdad (o por lo menos la mía). Con esto no quiero desmerecer el momento, que sin duda, hay gente que lo vive con intensidad pero creo que es importante contar lo bueno y lo malo puesto que la sociedad idealiza todo lo relativo a la maternidad. Luego viene la cruda realidad y mucha más gente de la que pensamos no sienten la “magia del momento”, se desilusionan, no sienten el “flechazo de amor hacia tu hijo” que tantas dicen sentir y en un momento, como son hormonalmente tan vulnerables, la depresión posparto está al acecho.
Recién llegado al trabajo, mi mujer me llama al móvil para decirme que acaba de romper aguas, 6:00 a.m. Aviso al jefe para decir que me voy y llego a casa. Mi mujer ya se ha duchado (al ser las aguas limpias puedes ir con calma al hospital). Como la maleta lleva unos días preparada no tardamos en salir de casa y coger el coche. Llegamos al hospital a las 7:00 a.m. Nos preguntan si las aguas son claras u oscuras. Como son claras nos mandan a la sala de espera. Nos llaman dos horas después; como mi mujer no tiene dolores nos lo tomamos con humor, la desnudan y le ponen la horrible bata azul de hospital. La fase de dilatación ha comenzado. Estamos en una sala habitación los dos solos (cosa que se agradece) y viene el matrón. Nos dice que hemos venido al hospital con la bolsa rota (ergo ya no nos vamos para casa) pero todavía no estamos de parto. Le introduce una tira por la vagina para borrar el cuello del útero y nos dicen que con esa tira puede estar veinticuatro horas.
Los dolores comenzaron por la tarde, al principio intensos, más tarde, insoportables. Nos dicen que cuanto más aguante mi mujer sin la epidural mejor, porque cuanto más tiempo pasas con ella más dosis tienen que ponerte, lo cual no te permite controlar los pujos durante el expulsivo. Aguantó sin ella hasta las dos de la madrugada, cuando le introdujeron el catéter y la droga fluyó por sus venas; su cara contorsionada por el dolor se relajó tanto que hasta pudo dormir un rato. Por la mañana, cuando comenzamos con la oxitocina (la hormona del placer) había dilatado cuatro centímetros. Por si no lo sabéis, el método para saber cuanto a dilatado se basa en introducir toda la mano en la vagina (como cada uno tenemos una medida de mano, no me imagino lo que tiene que ser para la mujer que se presta para que los jóvenes e inexpertos médicos y matrones aprendan cual es la medida correcta).
El caso es que pasan las horas y como desde que te ponen la epidural, no puedes comer sólidos, de manera que el almuerzo lo tomas por vena. El caso es que a mi mujer le sube la fiebre y entre la oxitocina, el suero y el antibiótico ya no tiene más enganches la vía para dar servicio a tanta demanda. A eso de las cuatro de la tarde entra el ginecólogo en una de sus visitas y le dice que cuando tenga una contracción empuje, para el bebé se vaya colocando en posición. Pasa el rato y nos encontramos a las seis de la tarde y ya ha dilatado nueve centímetros, no dilata más y nos dicen que están barajando, después de treinta y seis horas de insoportables dolores, una cesárea. Menos mal que al final no hace falta, tras un pequeño debate con las matronas nos dicen que parece que la cosa iba bien. A las ocho de la tarde entramos en el quirófano. Comienza la fase del expulsivo.
Me hacen salir e informo a mis familiares de que, por fin, después de treinta y ocho horas entramos en el quirófano. ¿Recordáis las películas en que al padre le disfrazan de médico?, pues supongo que pasó de moda o que la seguridad social ya no es la que era. El caso es que yo entré con mis vaqueros, mi camiseta sudada después de todo el tiempo que llevábamos y mis New Balance. Dos advertencias: no tocar la mesa del instrumental (igual algún padre se dedica a juguetear con el instrumental) y si noto que me mareo, que me eche al suelo.
El matrón me pregunta si quiero observar cómo sale mi hija. Le contesto que por supuesto, me coloco donde me dicen y mi mujer empuja dejándome entrever entre los fluidos una parte más blanca que el resto que interpreto como la cabeza de mi hija. El caso es que mi mujer no ha dilatado los diez centímetros de rigor y las contracciones le vienen demasiado espaciadas. La van a practicar una episiotomía (que la van a rasgar el canal vaginal dirección al perineo para agrandar el canal vaginal). Muy bien, procedamos; le toca el turno a la de prácticas, tres violentos titerezazos y listo; la sangre comienza a manar como os imaginareis (menos mal que han colocado una bolsa en la que van cayendo todo clase de fluidos). El canal ya está preparado, ahora falta que salga. El matrón pide un pequeño banco y sirviéndose de él, se sube encima de mi mujer, la practica unas maniobras de empuje en la barriga a la vez que hay una contracción (como cuando enrollamos un tubo de pasta de dientes para apurar lo que queda).
A la tercera la niña sale. Un ser diminuto cubierto de sangre y líquido amniótico que colocan sobre el pecho de su madre. Un ser extraño, un ser que no me quiero ni imaginar por lo que ha pasado y sobre todo un ser al que tú te tienes que acostumbrar, y él a ti.
Ya tenemos a la criatura, ¿hemos terminado?, pues claro que no; tirando del cordón sale la placenta, que es lo más parecido a un cerebro que veré en mi vida. Ahora viene cuando tienen que coser lo que os estáis imaginando a mi mujer. No ha pasado tanto tiempo, pero la epidural, hace rato que se ha pasado y comienzan a coserla sin anestesia. Nos quejamos y la administran una local; terminan de coserla cincuenta minutos después y nos dicen que los puntos son por dentro del cuerpo, que no los busquemos.
Ahora por fin, ya estamos los tres. Nos dicen que vamos a estar media hora en la misma sala donde estábamos antes, a mi mujer y a mi hija se la llevan y yo voy a la sala de espera para transmitir las buenas nuevas a mi familia. Les digo que vamos a estar media hora en la sala de dilatación y que queremos estar los tres solos para que ese momento sea solo nuestro.
-¡De ninguna manera!, después de todas las horas que llevamos aquí, como para no ver a mi nieta-exclama mi suegra.
Me pongo firme y les digo a todos que no, que es decisión nuestra. Me voy a la habitación y cuando casi no he cerrado la puerta siete personas irrumpen para conocer al nuevo miembro de la familia.
Pasado el plazo nos suben a planta, yo me voy para comprar algo de cena para mi mujer la cual la devora con deleite (sándwich de jamón, queso y huevo). Las once de la noche y no hay indicios de que ni mis padres ni mis suegros quieran marcharse, ¡fiesta, alegría, cachondeo! Al final supongo que nos lo ven en la cara porque poco después ahuecan el ala.
Por fin, los dos solos (salvo por la compañera de habitación y su madre) nos disponemos a dormir, cuando, como no puede ser de otra manera la niña comienza a llorar. ¿El mejor día de nuestra vida?, os juro que me hierve la sangre cuando todavía alguien hoy me lo pregunta.
PD: Esto no sólo lo cuento yo; mi mujer, cuya experiencia fue como os la he contado, me dice que ya no lo recuerda como tan malo (supongo que son cosas biológicas, si sería distinto nos habríamos extinguido). Otra cosa, por muy malo que lo haya retratado, os juro que la lactancia fue mucho, mucho, mucho peor. Pero esto, ya es otra historia.