¡A la rica teta!
El Barón de Pt
Antes que nada permitidme dejar un par de cosas claras:
1: Tengo polla. Lo que indica que soy un hombre.
2: Aunque tenga los órganos reproductores por fuera y no por dentro, voy a hablar de la lactancia.
3: Considero que la leche materna es el mejor alimento que puede recibir el recién nacido: no solo es muy nutritiva sino que le transmite los anticuerpos de la madre. De manera que cuando escucho lo bien que les va con la lactancia a muchas mujeres que deciden prolongarla todo lo que ellas consideran, me parece magnífico.
Como lo prometido es deuda, al final de mi artículo de mi experiencia con el parto os prometí que otro día os iba a contar que tal nos fue con la lactancia. Así que vamos allá.
En el caso de mi mujer, la leche tardó en subirle cinco días, de manera que a nuestra hija le dábamos el nutritivo calostro combinado con leche de suplemento que nos suministraron en el hospital. Enseguida advertimos que la cosa no es tan sencilla como en las películas. Yo pensaba que eso de dar la teta era algo así en plan, acercas la teta y la naturaleza sigue su curso. ¿Vosotros sabéis que las mujeres pueden tener tres clases de pezones?, porque sinceramente yo no tenía ni idea. Por un lado, tenemos el pezón normal, por otro el pezón plano y por último el pezón invertido (que se mete para dentro). Cuanto menos salido tiene el pezón la mujer, más difícil tiene el niño aferrarse a él y con mayor dificultad mama. Como las tetas que nos importan tienen el pezón plano, esta situación nos afecta. Enseguida, la compañera de habitación nos dio la solución. Pezoneras. Se compran en cualquier farmacia y son látex, se la enchufas al niño y este mama mejor.
Cuando llegamos a casa, seguimos con las pezoneras hasta que pasan unos días y a la madre le sube la fiebre, las tetas se le ponen duras y le duelen. En el ambulatorio nos confirman lo que ya sospechábamos. Está al borde de una mastitis. Nos dicen que nos compremos el sacaleches para vaciar las tetas y que la leche no se enquiste y que sigamos un procedimiento: entre toma y toma no deben de pasar más de tres horas, pero no desde el final de la toma sino desde el principio, de manera que si tardas media hora entre teta y teta la siguiente es dentro de dos horas y media. Nos dicen que dejemos que la niña coma lo que quiera y que el resto lo saquemos con el sacaleches, pero no todo (porque cuanto más te vacías más produces), ni que se nos ocurra tirarla porque “eso es oro”. Cuando pase una hora y media se aplique frío en el pecho y diez minutos antes de la toma que se aplique calor para que fluya mejor la leche. También nos aconsejan dejar las pezoneras puesto que el niño necesita más fuerza para succionar la misma cantidad de leche que por el procedimiento normal y que aprendamos la técnica correcta de cómo de hacerse un buen “enganche”. El padre (o sea yo) debe coger la teta que toque y apretarla para formar un “bocadillo”, después acercamos a la criatura y le ofrecemos el pezón estrujado a la nariz para que, por el olfato, abra la boca, para introducirle cuanto más tejido mamario mejor. Al principio, solíamos tardar unas ocho intentonas, para luego ir mejorando poco a poco.
Después de que nos dieran las instrucciones, se me formó en la cabeza la misma pregunta que vosotros os estaréis haciendo: ¿y cuando duerme? Pues calculad. Pasan los días y el cansancio comienza a hacer mella en nosotros, lenta pero inexorablemente, estamos cada vez más cansados. Recuerdo en cierta ocasión que, en alguna de las tomas de la madrugada, la niña solo le vació un pecho porque no tenía más hambre. El sacaleches estaba a una habitación de distancia, pero tan cansados estábamos que nos parecía que se encontraba a un mundo de distancia. No hizo falta decir nada. Le hice una comida de tetas en toda regla. Tras la nueva experiencia que os recomiendo que probéis, aprendí dos cosas:
– Como todo en esta vida, requiere su técnica.
– Sabía mucho más dulce de lo que me habían dicho o imaginado (no sé si tiene que ver con la dieta o no). Baste decir que no repetí el experimento puesto que tampoco era plan pedir por las mañanas: ¡cariño, hazme un cortado!
Bromas aparte, nos metimos de cabeza en un círculo que no tenía final, puesto que nuestro mundo se redujo a la lactancia. En nuestro ambulatorio, todos los jueves hay clase de lactancia y mi mujer se apuntó. Después de la clase, la fui a recoger y su primer comentario no pudo ser más gracioso: ¡no vuelvo!, están locas. Resulta que había conocido varios casos que eran justo lo que nosotros no queríamos. El más alarmante, era el caso de una mujer que tenía una niña que al nacer, había pesado lo mismo que la nuestra, pero después de un mes la niña seguía sin coger peso. Según palabras de mi mujer «parecía un niño somalí». No era que la niña no mamase, es que, por el motivo que fuera, su producción de leche era o bien insuficiente o bien poco nutritiva, a lo que las profesoras del curso seguían diciendo que continuase con el pecho porque “eso no es más que un mito”. Como casi son de la misma edad, muchas veces nos encontramos a la familia en el parque, la niña tiene un retraso grave en el crecimiento.
Conozco otro caso de mi ambulatorio que, cuando los padres manifestaron su decisión de cambiar a biberón, la pediatra les dijo: ¿y para eso habéis sido padres?
Mi mujer se sentía fatal, en un momento en el que las hormonas no os hacen dueñas de vuestras emociones cualquier eventualidad que en otra situación la solventaríais sin ningún problema, en estos momentos os parecen montañas inalcanzables. Siempre te encuentras con las típicas mujeres que sostienen “pues yo también lo pasé mal pero aguanté”. Flaco favor hacen diciendo eso a una madre que ya de por sí, se siente que está siendo una mala madre, porque está considerando pasarse al biberón.
Cuando después de tres semanas, vino su segunda mastitis, llegó el momento de coger el toro por los cuernos: no podemos seguir así, hay que tomar soluciones. Todo el mundo nos comenta que aguantemos, que es lo mejor para la niña, nada que no sepamos ya, pero la situación es insostenible. Hay un momento para seguir al corazón y otro para seguir al cerebro y ha llegado la hora de desempolvar las neuronas.
Comenzamos con sustituir las tomas al cincuenta por ciento (para no tomar la pastilla que corte la leche y el cambio sea progresivo) y el mismo día vimos la luz al final del túnel. Si ella le da la toma con el pecho la siguiente se la puedo dar yo con el biberón, de manera que ella puede (redoble de tambor) ¡¡¡dormir seis horas seguidas!!! Llegado a este punto empezamos a disfrutar de la paternidad los dos. Después de una semana ya no nos comíamos la cabeza cuando escuchábamos a las mujeres que “habían aguantado” sino que manteníamos nuestra postura con orgullo.
Después de un tiempo, cada vez que tenía la oportunidad, preguntaba a cuantas mujeres se cruzaban por mi camino lo mismo: ¿con que lo pasaste peor, con el parto o con la lactancia? TODAS sin excepción me respondieron que con la lactancia. A lo que yo me pregunto: ¿Y esto porque no lo cuentan las mujeres? La respuesta que deduje es sencilla, por la misma razón que, cuando pregunto a la gente que tal las vacaciones, todo el mundo me responde que todo genial, maravilloso y sublime. La verdad es que no queremos ser la nota discordante y preferimos darnos de cabezazos contra la pared a admitir que nos hemos equivocado.
Hace poco coincidí con una mujer que tras contarle nuestra experiencia y sin ser madre, me dijo: pues no me parece bien, deberíais haber aguantado, la leche materna es lo mejor porque es lo natural. Desde luego que es lo natural, pero si nos vamos por ese camino igual salimos escaldados porque ¿qué es lo natural? Hace cien años lo natural era parir sin epidural y ahora la mayoría de las mujeres optan por ponérsela (por dios, ponéosla, imaginaros que vais al dentista a que os saquen una muela y le decís que no queréis anestesia). Hace quinientos años lo natural era una mortandad de la madre en el parto altísima y ahora es una cosa rarísima. De manera que lo natural es bien relativo. En mi humilde opinión lo natural es poner soluciones a los problemas y cuanto antes, mejor.
Con todo esto lo que vengo a decir que si os va bien con la lactancia, genial, pero si no, no os sintáis peores padres por buscar otra alternativa. ¡NO LO SOIS!