Anatómicamente hablando
Barbarella
De los masculinos, como de todo, tengo mis partes preferidas. Por ser ordenada empezaré desde arriba omitiendo cabeza y pies por motivos personales y saltándome lo que considere.
- Zona «cuello hombro trapecio y deltoides»: En este caso, aunque vestido puedo atisbar la belleza de sus formas, necesito que el masculino esté desnudo para deleitar mi vista con ese conjunto de rectas y curvas de diferente inclinación. Mantengo un completo archivo mental de imágenes de esta parte de los masculinos, sin duda mi preferida, y podría reconocer a todos los habitantes de minizoo solo por sus deltoides…
- Brazo, bíceps: De los sentidos el que manda en mi deseo es el tacto, tengo que tocar brazo. Reconozco que es un clásico, culturalmente es un atributo atractivo. Estoy a tiempo de inventarme algo a modo de oscura confesión, pero prefiero ser sincera: me gustan unos buenos brazos. Será que busco unos grandes brazos para ser abrazada, tal vez, o un empotrador fuerte y dotado, quién sabe. No soy ni tan especial ni tan rara y no me sonrojo al confesar que suelo pedir eso de «saca bola». Aprovecho la ocasión para insertar una cuña publicitaria: «Masculino, si alguna vez nos topamos y de forma casual mi mano termina asida a tu brazo, déjate, tonto».
- Culo/trasero, y todos esos músculos que lo configuran: Si ponemos de espaldas al masculino, llegamos a una parte muy interesante y, personalmente, una de mis debilidades; no me había dado ni cuenta pero se me va la mano, no puedo evitarlo. Podría dedicar un capítulo completo a sus tipos y bondades. Planos, redondos, altos, bajos, musculados, mulliditos, suaves… Bueno, también los hay peludos. Disponemos de gran cantidad de variedades; en su día hice una matriz para clasificarlos según dos atributos según +- DUREZA y +- PROPORCIÓN MASA/CUERPO. Me obsesioné conociendo más y más masculinos para completar todos los tipos de clasificación, de algunos no recuerdo ni su cara. Fue entonces cuando me aficioné a la música, a la percusión y a esa mágica melodía, «tas tas tas tas tas». Diría que el sentido que destaco en este caso es el oído.
- Piernas, lo que les sujeta: Esta fijación me viene desde la adolescencia. Yo era una tímida chica que estaba pilladísima por un rubito de ojos azules que jugaba al fútbol en el campo del barrio. Tenía unas piernas largas, las movía con ligereza por lo que me parecieron unas buenas piernas. No miraba el partido, seguía sus piernas, nunca me ha interesado el fútbol. Afortunadamente era buenillo y solía estar en el foco del juego por lo que mi interés no era tan obvio. Después me interesó otro que también jugaba al fútbol, no era ni tan guapo ni tan alto, y yo tampoco era tan tímida, por lo que podéis imaginar que en su día me lo merendé. Tenía las piernas más cortas y ligeramente arquedas lo que hacía que sus andares fueran raros y personales. Creo que en este momento empecé a fijarme en los raros, lo que también creo que no fue la mejor de las ocurrencias. Mi inventario de piernas fue incrementándose, y tengo mis apetencias.
Y este es mi recorrido por un masculino «tipo gamba», ya que la cabeza la dejamos para otro día, y como he avisado al principio, omito los pies, que es una de las partes que no me gusta ni en féminas ni en masculinos. ¿Y qué pasa con el pene? Últimamente me ronda por la cabeza un concepto «el pene más bonito». Previamente ya había analizado el pene más funcional, incluso el más eficiente, pero no he analizado las características que determinan el nivel de belleza.
Todo empezó un día después de clase de danza en una de esas «terapias de chicas» en el vestuario donde ponemos en común temas y dudas. Una compañera compartió que el pene más bonito que había visto estaba circuncidado, pero que también recordaba uno no circuncidado bastante bonito. La cuestión era que en general las chicas preferían uno circuncidado pero yo no había visto nunca ninguno. Recordé que a un amigo del pardillo se lo habían hecho hace poco, por prescripción médica y le vacilaban con el tema del postoperatorio. Al pobre se le saltaban los puntos cuando se excitaba viendo una buenorra, y los muy cabrones le visitaban con DVDs plenos de buenorras para probar la resistencia del chaval. Esta anécdota me hizo interesarme por el amigo del pardillo, «otro pardillo». No me suele gustar repetir tipología en mi minizoo, pero su pene, sin definir su belleza, al menos según decían, era diferente. Sin duda tenía que comprobar con mi vista, tacto y gusto esta peculiaridad, pero esa es otra historia… CONTINUARÁ