Carne y pescado en mi cama
Astartea, ángel del infierno
Hacía siglos que no cataba varón, exactamente, desde que mi amada entró en mi vida. Nunca me había sentido atraída por una mujer ni siquiera me atraían otras, solo me gustaba ella, era su persona lo que me había enamorado. Además de ese pedazo de tetas bien puestas aparte de su increíble culito y de su mente sucia que me calentaba hasta el alma.
Nos habíamos casado el mismo día y nos conocimos en nuestras respectivas lunas de miel, desde entonces fuimos amigas del alma. Después de sendos divorcios surgió el amor y la pasión entre nosotras. Era una relación en la distancia, frecuentemente tomábamos el avión para vernos y los periodos vacacionales estábamos juntas. Entonces dábamos rienda suelta a nuestras almas de diablesas para disfrutar hasta la extenuación de nuestros cuerpos. Era una relación abierta, ella era muy activa sexualmente, tenía sus necesidades y me contaba sus aventuras con otros hombres o mujeres. Yo no era para nada celosa y disfrutaba sabiendo que ella disfrutaba. Por el contrario yo sólo tenía necesidad de ella. Hasta que él, ese hombre, entró en mi vida.
Confieso que soy una torpe con el WhatsApp y sabía que algún día acabaría metiendo la pata. El caso es que tengo una habilidad sobrenatural para cruzar mensajes y enviar y responder a quien no corresponde.
Hace unos meses mandé uno de esos mensajes a la persona equivocada:
-Mikel, te he dejado todos los expedientes sobre la mesa de la jefa, mañana llegaré tarde.
La respuesta no se hizo esperar:
-Guapísima, te has colado, soy Mikel pero no el que buscas. Mikel inglés Mikel motero… ¿Te acuerdas?
-Sí, sí claro ¿no me voy a acordar? Guapo, I´m sorry
–¿Guapo? Me decías Darling, me gustaba… ¿te acuerdas?
Con la equivocación empezamos a charlar para ponernos al día. Mikel andaba de flor en flor, después de que le hubieran roto el corazón años atrás. Llevaba unos meses con una rubia despampanante, pero la cosa no iba muy bien, el trabajo de siempre y estaba terminando un curso de osteopatía. Siempre había habido feeling entre nosotros y la conversación era fácil, así que de manera natural hicimos de ese canal de comunicación un encuentro diario cada vez más íntimo.
Sus manos necesitaban practicar lo que su cabeza aprendía, de una manera inocente acabé sobre aquella camilla portátil. La primera vez, muerta de vergüenza por tener que estar delante de un hombre medio desnuda después de tantos años, amigo y excompañero de clase, la segunda me sentí muy cómoda y la tercera… ¡Uffff la tercera!. Hambre voraz de hombre fue lo que despertó en mí…
Llegué a su casa en aquella tarde de julio. Mariposas en el estómago me acompañaban, quizás premonición de que algo iba a suceder, salió a abrirme con aquel traje blanco sobre su cuerpo acariciado por el sol, su sonrisa impecable, su mirada cautivadora, su olor embriagador, dos besos de cortesía y me invitó a entrar. Me desnude y con cierto nerviosismo me acosté sobre la camilla. Me cubrió con una ligera sábana blanca y sus manos se posaron sobre mi cuerpo para empezar mi sesión, la música de fondo ayudaba a relajarse.
No nos dirigimos apenas palabra durante la sesión, yo le observaba trabajar, su cuerpo rozaba el mío en cada movimiento, sus manos paseaban con gran pericia y traviesas rozaban los límites prohibidos de mi anatomía, sentía la tensión crecer, sentía la humedad entre mis piernas, piel de gallina, noté el bulto a través de su pantalón, noté sus pezones duros a través de su casaca blanca, sus pupilas dilatadas.
Fin de sesión, me costaba disimular, mi respiración era profunda, mi lengua acariciaba mis labios, mi corazón latía con fuerza, la excitación y atracción cada vez era mayor, el deseo nos hacía compañía. Hacía tanto que un hombre no me excitaba, muchos años incluso años antes de terminar mi matrimonio.
Sentada sobre la camilla comencé a vestirme dándole la espalda, necesitaba ocultar mi excitación, yo tenía a mi amada, él tenía a su rubia, era mi amigo y demasiado joven. La atracción era mutua se cortaba en el aire la tensión sexual. Le sentía moverse con nerviosismo detrás de mí, sentía su agitación, sentía su lucha interior, sentía el animal en celo luchar cuerpo a cuerpo con la cordura. El tiempo pasaba a cámara lenta, tomé la blusa para vestirme y fue en aquel instante cuando note a la bestia girarse, se abalanzó sobre mí, con furia sus garras se introdujeron bajo mi sujetador agarrando con fuerza mis senos, mientras su boca atrapaba mi boca buscando la humedad de mi lengua.
Sorprendida y prisionera, me dejé llevar, nuestras lenguas se movían en un frenético baile, sus brazos me atraparon, me retorcí para girarme necesitaba acariciar aquel cuerpo. Con fuerza tire de la solapa de su casaca, los botones cedieron, rodando por el suelo dejando a la vista su torso, mis manos se posaron sobre sus pectorales recorriendo el camino hacia su sexo, estire de la goma de sus pantalones y cogí su pene caliente entre mis dedos. Un suspiro de placer escapó de su boca. Me agarro del pelo con fuerza haciéndome subir hasta quedar nuestros ojos a la misma altura, tiró suavemente haciendo inclinar mi cabeza hacia atrás y dejando mi cuello a su merced, se lanzó rabioso hacía él, chupó y mordió el lóbulo de mi oreja. Entonces le oí susurrar “esto no está bien, esto no está bien». Me separe empujándole con mis manos, nuestros ojos se encontraron de nuevo, supimos que ya no había marcha atrás. Me rodeo con sus brazos y me levanto para dejarme sobre el sofá de cuero blanco. Hundiendo su cabeza en mis senos, jugó y disfrutó de ellos, continuo su viaje hacia mi vientre hasta llegar a mi sexo húmedo. Mis piernas se abrieron para recibir su lengua, mi sed era tal y el placer tan intenso que el orgasmo no se hizo esperar.
Su excitación subió al verme llegar con tanta facilidad al clímax, note su deseo loco, sus ganas irrefrenables, me hizo sentir deseada, no pude reprimir mis ganas de cobijar su sexo en mi boca, quería su sabor, quería devolverle el placer que me acaba de dar, sedienta de varón, chupé, lamí, degusté su miembro, sin poder aguantar ni un segundo se corrió en mi boca.
Sorprendidos por lo que acabábamos de sentir y extenuados nos tumbamos sobre el sofá para recuperar el aliento. Todo había sucedido tan rápido, pero ahí no acabarían nuestros encuentros, sólo fue un fugaz inicio de los polvos más intensos que un varón me había ofrecido. ¡Bendito varón!
Mi mente y cuerpo se habían abierto para degustar el sabor de la carne y el pescado. Ahora solo me quedaba juntar los dos ingredientes para degustarlos a placer en mi cama.