Clichés de películas que no funcionan
Hieros Gamos
Las películas románticas nos han enseñado desde siempre como se desarrolla el arte del cortejo, mediante sus clichés nos ha ido mostrando esos pequeños modos y maneras de seducir a nuestra pareja siempre acompañado de música de fondo y en ocasiones incluso de coros de bailarines que espontáneamente se arrancan a bailar a nuestro alrededor mientras besamos a esa persona especial apasionadamente.
Lo malo de los clichés es que sólo son eso, clichés y cuando tratas de ponerlos en práctica en el mundo real te encuentras con grandes decepciones y no sólo por la falta de banda sonora para acompañar el momento, sino porque simplemente, en la mayoría de los casos, no funcionan.
Aquí un ejemplo de ellos:
El ¡Ahá!
Ese momento en el que coges suavemente por la cintura a la muchacha de turno y cuando menos se lo espera, la inclinas con firmeza hasta casi dejarla horizontal y mirándola a los ojos y con un previo arqueo rápido de cejas que parecen decir ¡Ahá! Ya eres mía, la besas apasionadamente mientras la cámara hace zoom lentamente sobre vosotros y la música se viene arriba dándolo todo.
El problema es que no es tan simple: tú ya no estás hecho un jovenzuelo y al tratar de inclinarla, el lumbago te recuerda que no deberías hacer esas cosas. Te pega un tirón en la espalda, tus cejas sólo se arquean para no volver a bajar y un rictus de dolor se refleja en tu cara mientras de tu boca en vez de un beso pasional sale un sordo ¡ouch! momentos antes de que tu amada se caiga de espaldas contra el suelo. Pero es que, aunque aguantes el tipo por fuerza bruta, del susto que le has pegado a ella por no avisarle de tus intenciones, se te agarra como un gato a unas cortinas clavándote las uñas hasta hacer sangre. Desde luego, sea como sea, muchas ganas de besarte no va a tener.
El robado
Se parece al ¡ahá! Pero es un poco más sutil. Estás hablando con ella, en un momento determinado la despistas haciendo que mire para atrás y al volver la cabeza le plantas sin previo aviso un beso en los labios que la derrite como un polo de fresa en una sauna.
Pero cuando tú lo intentas, ella se gira para mirar detrás, tú te pones en posición pero calculas mal el tempo y cuando tratas de plantarle el ósculo, acabas metiéndole la nariz en el ojo con el consiguiente malestar de ella a pesar de la retahíla de perdones que salen por tu boca en lugar de la pasión desbordante que tendría que haber surgido.
Pero puede ser peor y lo más probable es que si aciertas en sus morros, lo siguiente no sea fundirse en un abrazo mientras vuestros labios juegan conocerse. Lo más probable es que te comas una hostia bien dada a mano abierta y con retroceso, te tire la copa encima (que éste es un cliché que sí funciona) y te llame cerdo mamarracho a gritos en mitad del bar.
El empotrador
La mística de la naturaleza humana se ha puesto de tu parte y has pillado cacho. A la muchacha por alguna razón le has entrado por el buen ojo y ha accedido a dejarse robar unos besos en el bar. Así que váis a su casa, entráis como animales en celo pegados el uno al otro como un chicle al pelo y te vienes arriba, la empotras contra la pared, contra el armario, contra la puerta, contra la mesa de la cocina y pasáis la noche haciendo el amor salvajemente bajo la luz de las velas.
Que no, que no hay velas ni tiempo que habéis tenido. Al empotrarla contra la pared se ha raspado la espalda con el gotelé. Cuando la has incrustado en la puerta le has dejado marcada la manilla en el culo. El armario era de Ikea y le has roto la puerta y cuando te la has llevado a la mesa de la cocina, en un arranque de ímpetu has tirado las cosas que había encima incluyendo la vajilla de su difunta abuela, la que le había dejado como herencia y que tanto apreciaba ella. Conclusión: rasponazos, moratones y pagar una puerta nueva. La vajilla era insustituible pero al menos tú no.
El hombre desnudo
Esta técnica la inventó Barney Stinson en la serie Como conocí a vuestra madre. La idea es simple: llegas a casa de ella (o a la tuya, da lo mismo), ella quiere ir un momento al baño a refrescarse (o sea, a mirar si está bien depilada, asegurarse de que la ropa interior está bien conjuntada y bueno, sí, a refrescarse) Mientras tanto tú te quitas toda la ropa y vestido por el cielo, como tu madre te trajo al mundo pero un poco más empalmado, te recuestas en el sofá a esperarla. Al verte sorpresivamente en pelota picada ella puede hacer dos cosas: una, pensar que eres un majadero y echarte de casa o dos, pensar que oye, ya que estamos vamos al lío. Por supuesto ella se decide por la segunda opción y con una sonrisa en la cara se baja la cremallera del vestido quedándose en un precioso conjunto de lencería con medias, liguero y zapatos de tacón incluidos.
Pues no. A ti no te va a pasar. Cuando entra en el salón y te ve de esa guisa lo primero que hace es chillar. No es que seas particularmente feo pero seamos honestos, tienes mollas, el pecho caído y jamás has pensado en depilarte nada, ni tan siquiera de recortarte un poco. Del susto te tira a la cabeza (con gran precisión) lo primero que pilla por ahí, te llama pervertido de mierda y se marcha con un sonoro portazo… Eso si tienes suerte y estáis en tu casa, que si no, te va a echar a patadas al descansillo estando tú en pelota viva, con una brecha en la cabeza.
Si lo intentas, asegúrate de dejarte puesta por lo menos la corbata, al menos tendrás algo con lo que taparte hasta poder recoger tu ropa, la que ha tirado por la ventana.
El come fly with me
El mayor cliché de todos. Has discutido con ella y finalmente ha decidido coger ese trabajo en el extranjero. Pero en el último momento te arrepientes, te armas de valor y sales corriendo al aeropuerto a buscarla y declararle tu amor.
Según sales de casa pasa un taxi que para y llegáis en un tris al aeropuerto. Sales del taxi corriendo incluso sin pararte a pagarle, cosa que no le molesta al taxista porque oye, lo estás haciendo por amor. Atraviesas todo el aeropuerto. En el punto de control le dices a la mujer vigilante que tiene que dejarte pasar porque de lo contrario vas a perder el amor de tu vida. Ella, una mujer negra con bastante sobrepeso que primero te mira como un perro de presa pero en seguida se ablanda y con una sonrisa te deja pasar al grito de ¡Corre, tigre! ¡A por ella!
Al final llegas a la puerta de embarque justo un segundo antes de que ella la cruce. Te acercas despacio, clavas rodilla y te declaras delante de todos los pasajeros, a los que parece que no les importa salir más tarde porque lo que haces es súper bonito y súper romántico. Al final y tras ser arengada por los dichosos pasajeros que gritan a coro ¡Bésalo, bésalo! ella decide dejarlo todo y quedarse contigo. Os besáis con pasión mientras la cámara se aleja con el sonido de los aplausos de todos.
Ya sabes lo que viene ahora. Que no. Que a ti no.
Cuando decides salir corriendo al aeropuerto bajas a la calle. No pasa ni un puto taxi y aunque pasase seguro que no te iba a parar. Al final decides coger tu coche que ya te vale, con los nervios se te había olvidado que lo tienes. En la autopista pillas una caravana de 45 minutos y por mucho que pitas y pides paso a gritos en nombre del amor, solo consigues que los demás conductores te tomen por un chalado.
Al final llegas al aeropuerto, dejas el coche en doble fila y entras corriendo. Por supuesto no tienes muy claro que coño de puerta es a la que tienes que ir y en las pantallas marcan cuatro vuelos diferentes para ese mismo destino con cuatro puertas diferentes.
Decides jugártela por una de ellas estando seguro de que el destino se pondrá de tu parte ya que lo haces por amor verdadero. Llegas al punto de control y en lugar de Susan, la vigilante afroamericana, está Paco, el guardia civil que habiendo pedido destino en Cádiz, su ciudad natal, al final le han mandado a la otra puta punta del país y está un poco mosca.
Por supuesto no se ablanda con tu historia de amor, no te deja pasar y a demás, te acaba dando dos hostias y acabas engrilletado en el suelo acusado de intento de ataque terrorista o yo que sé. Tras cuatro horas detenido en el mismo aeropuerto y habiendo comprobado que de terrorista nada, que sólo eres un pringado cualquiera, te sueltan y te mandan a casa. Claro está, la notificación del jugado te llegará a casa en unos días porque de ésta no te libra ni Satán.
Conclusión: Llegaste una hora y media tarde al aeropuerto, casi te meten en prisión y encima tu coche se lo ha llevado la grúa ¿o pensabas que lo podías dejar alegremente en la puerta del aeropuerto?