Cuando te emocionas demasiado
Moonlight
Juventud, divino tesoro, que se suele decir.
Mi pareja del momento y yo eramos jóvenes, repletitos de hormonas y de ganas de investigar, de explorarnos… de follar, vamos. Jóvenes, por lo tanto, viviendo con papá y mamá cada uno, sin un lugar para intimar tranquilos. Una noche reservamos un hostal, humilde, lo que podíamos permitirnos con nuestro «sueldo» de estudiantes. No era nuestra primera vez, era aquella época en la que ya habíamos probado varias veces y cada vez le teníamos más gustillo al tema.
Antes de quedar con él, preparé la habitación. Compré bombones, velas aromáticas y nata montada, la cajera del supermercado me miraba con cara picarona, posiblemente pensando los planes que tendría esa jovencita para la noche con esas compras. Busqué un pañuelo de seda, suave y resbaladizo. Coloqué los bombones y la nata en la mesilla de la habitación, el pañuelo de seda colgado en el cabecero de la cama, y las velas repartidas por la habitación, la noche era calurosa, abrí la ventana del patio interior para que entrara algo de brisa fresca, y fui a buscar a mi acompañante nocturno del momento.
Pasamos el trámite de recepción al entrar al hostal, ya que mi acompañante aún no había sido registrado, y por fin, entramos en nuestro cuarto. Encendí las velas, él se sentó en la cama, cogió un bombón y me lo puso en la boca. Mordí el chocolate con ganas, mezcla de sensaciones agradables, brazos y manos rodeándome y chocolate fundiéndose en mi lengua. Nos desnudamos despacio el uno al otro, acariciando con las manos, con los labios, con la lengua. Besos voraces, mordiscos. Luz tenue de las velas que se reflejaba en nuestra piel desnuda marcando diferentes tonalidades, él más moreno, yo más pálida.
Cogió el pañuelo de seda y rodeó mi espalda con él, acercándome más a su cuerpo sin posibilidad de escapatoria, tacto suave que me hacía estremecer. Nos tumbamos en la cama y comenzamos a jugar con la nata, devorándonos, nuestros cuerpos como postres apetitosos que queríamos decorar para después devorar. Lametones en el cuello, en los hombros. Bocas que recogían dedos cubiertos de dulce. Manos que aferraban nalgas fuertemente. Cubrió mis pezones con nata y los lamió gustosamente, deleitándose, desgustando el dulce junto a mi piel. Una erección brutal, genitales humeantes, y jugosos, dulces y salados. Gemidos cada vez más altos que se transformaban en gritos.
Terminamos de degustarnos y empujé su cuerpo contra la cama, tomé el control, extasiada, me senté a horcajadas sobre él. Comencé a frotarme con sus genitales, humedos y resbaladizos, notando su fuerte erección contra mi clítoris. los gemidos de ambos subieron más de volumen, su pene entró en mí, nos volvimos locos, sudor, fuertes caricias, altos gemidos, todos los sentidos activados, concentrados en el disfrute, mundo paralelo alejado de la realidad, jadeos, gritos, delicia de fuerte vaivén de nuestros sexos, masa de pieles en contacto, gritos de placer, sudor, calor, mordiscos, contacto, gritos de ambos, roce de cuerpos, movimientos de caderas, más gritos…
Aporrearon nuestra puerta fuertemente: ¡POM, POM, POM!¡PODIAIS CERRAR LA VENTANA POR LO MENOOOOOOOS!
Nuestras mentes cayeron en picado desde nuestro mundo paralelo del placer, y aterrizaron en la realidad en un instante. Se hizo el silencio. Él se levantó a cerrar la ventana, y terminamos la faena entre risitas, calmados y procurando hacer el menor ruido posible.
A la mañana siguiente, la escena en recepción fue un poema. Cara de muy pocos amigos por parte de la recepcionista, ya que debió recibir quejas de otros huéspedes que se hospedaban con la única finalidad de descansar. El, con gafas de sol, y yo, joven y avergonzada, agradeciendo muchísimo tener el pelo largo para poder taparme.
¡Ayyyyy si me pilla ahora! Saldría con la cabeza bien alta y presumiendo del disfrute.