Desesperados sexuales
Hieros Gamos
-Es que de verdad, los hombres parece que sólo pensáis en sexo.
-Bueno, pues parecido a vosotras. Tal vez un poco más pero estoy seguro de que no andamos tan alejados.
-Sí claro, será eso -dijo con ironía- Vosotros sois capaces de meterla entre las primeras piernas que se abran.
Pues no voy a negar que en muchas ocasiones pueda ser así, pero la cuestión no es que sea sino por qué lo es.
El deseo sexual es una de las fuerzas más poderosas que nos mueven, para bien o para mal. El sexo es para la mayoría de las personas un punto de alta importancia en las relaciones de pareja. Pensamos en sexo bastante. Según un estudio de la Universidad Estatal de Ohio (EE UU) dirigido por Terri Fisher, las mujeres piensan en sexo unas 10 veces al día de media mientras que los hombres lo hacemos 19 veces. Vale, es casi el doble pero en unas cantidades que tampoco son tan grandes en general, lo que hace la diferencia más bien reducida.
El sexo ha sido desde siempre un gran impulsor de la ciencia, la tecnología y la economía; la antigua lucha entre los formatos de vídeo VHS y Beta (que algunos recordareis y otros no) fue ganada por el VHS entre otras cosas porque Sony (dueños del formato Beta) no permitía a las distribuidoras y a las productoras operar de forma masiva en este formato. Incluso el primer electrodoméstico de la historia fue el vibrador.
Incluso su fuerza la vemos manifestarse en situaciones de exclusión. En las cárceles el porcentaje de presos (y presas) heterosexuales que acaban teniendo relaciones íntimas con otro miembro de su mismo género es altísimo. Relaciones que una vez terminada la condena, no vuelven a repetir.
Entonces y retomando el tema que nos trae hoy, está claro que el impulso sexual es una fuerza de la naturaleza casi irrefrenable, el asunto es que entre hombres y mujeres (heterosexuales en este caso) esta fuerza está absolutamente desbalanceada. Las mujeres tienen la posibilidad potencial de tener sexo casi cuando quieran. Las principales barreras para que esto no se haga realidad suelen ser en su mayoría sociales y mentales. Algún idiota decidió en algún momento que el sexo femenino es sagrado y que por lo tanto, la que lo ofrece de cualquier manera es una guarra sin valía ninguna. Menuda sandez.
Por nuestra parte, los hombres no tenemos esa opción (salvo pagando, claro)
-Pues qué tontería. Yo he llegado a estar un año sin echar un polvo.
-Pero eso es porque no has querido.
-Pues no, es porque no encontraba a ninguno con el que me entrasen ganas de acostarme.
-Entonces eso significa que no lo has hecho porque tienes un estatus mínimo en cuanto a hombres, lo cual me parece perfecto, no tengo pega alguna al respecto. Pero en el fondo, siempre has sabido que de proponértelo, una noche sales de fiesta y te podrías acabar follando al menos a un tío aunque no sea tan listo, ni tan guapo, ni tan majo como desearías.
Vosotras tenéis siempre ese plan B. Nosotros no. Yo (y seguramente la mayoría de hombres) he podido estar un año sin sexo porque no he tenido la opción, no por ser selectivo y pensar que no encuentro mujeres que me exciten. Simplemente no ha sido posible. Mil razones habrá: se me nota la desesperación, me falta el atractivo suficiente para enganchar a una mujer en una noche, igual no tengo la labia y simpatía necesarias, soy tímido y me cuesta relacionarme… el asunto es que no ha sido posible.
Entonces das con una que sí le apetece, que está dispuesta a follar contigo y tienen ganas de hacerlo. Quizás no sea la mujer de tu vida, quizás no sea tan guapa y atractiva como te gustaría, quizás no sea tan simpática y lista como debería, pero tú llevas una abstinencia como un piano y te aseguro que en ese momento ya te ocupas de buscar algo bonito en ella.
Todo culpa de represiones absurdas. Si no valorásemos a las mujeres según con quién, cómo y cuánto follen, vosotras lo haríais con más naturalidad y menos presiones y por contra, nosotros tendríamos más opciones y menos desesperación.
Y el mundo sería más feliz.
Foto de portada: David Levine