Diario del buen amor: capítulo 13
Diablos Invitados
Autor: Ritxard Agirre
CAPRICHOS DE MUJER
“¡Difícil elección, o filosofía o amor, o lo funcional, o a la escuela emocional!”
Cada uno su razón – Antonio Vega
–Las mujeres no necesitan el sexo para nada. Pueden estar tranquilamente sin ello –afirmó rotundo uno de mis amigos de cuadrilla. Todos los demás asintieron. Éramos cinco, y su conclusión nadie la rebatió. Excepto yo.
–Conozco chicas que no estarían nada de acuerdo contigo –discrepé.
–Eso no puede ser –repuso–. Mi mujer, si no le pidiera, serían ya años que ni lo haríamos.
Al instante pensé ¡Pero si este chico es más joven que yo! ¿Será cierto eso de que cuando te casas se acabó el sexo? O como dice un íntimo amigo mío: “La mujer, cuando sabe que te ha conquistado deja de darte sexo, y no solo eso, hace chantaje emocional con ello, y lo usa como arma arrojadiza”. ¿Por eso no me habré casado? ¿Porque lo intuyo y me gusta demasiado follar? ¡Bah! ¡Qué tontería! Nunca he tenido pareja porque no aguanto a nadie, ni siquiera a mí mismo, esa es la única realidad. Soy incapaz de tener sentimientos de convivencia por nadie, pero ¿qué diría Sol, mi psicóloga, de esto? En la próxima terapia se lo cuento, y de paso a ver si consigo jodérmela sobre la mesa de su despacho de una puta vez.
–La prueba es la forma de auto-humillarnos de los hombres por sexo. Yo me avergüenzo de cosas que he hecho, y encima para luego no mojar –añadió otro de los asistentes.
–Y no digamos de las que les dicen un hola y directamente, te dan la espalda –se animó otro a participar en la charla.
–Eso, a veces, es tener suerte, otras te miran con cara de asco, como diciéndote –tú pobre mortal, ¿cómo osas dirigirme la palabra?-.
Ahí callé. Tenían razón, yo he visto con mis propios ojos esas situaciones, no solo como espectador, sino también lo he padecido en primera persona. Y yo me pregunto ¿Se irán más felices y con la autoestima más alta esas mujeres? ¿Solamente por darse el gusto de humillar públicamente a un desconocido? Nunca lo he entendido bien, si ni siquiera voy a pedirles amor, ni nada tan ambicioso, solo un intercambio de fluidos y adiós muy buenas. Por no pedir, no pido ni que me hablen, así que ¡mira que soy fácil! Bueno, supongo que sobre este tipo de reflexiones debo hablarlas en terapia, y entonces, mi médico me dirá que la falta de amor en la niñez me ha llevado a una búsqueda de atención y amor en el sexo con desconocidos y bla, bla, bla,…
Mientras pensaba, una sonrisa se escapó de mis labios. Creo que debería escribir un post sobre las dificultades de ligar en mi amada villa bilbaína.
Los compañeros seguían con su animada conversación.
–Es que la mujer vasca tiene capado al hombre de aquí. No existe fémina más estrecha en toda España –señaló otro. Un comentario típico entre vascos y repetido hasta la saciedad. Yo siempre he creído que aquí se jode mucho y bien, pero con discreción. Por eso callé.
–Pero las cosas están cambiando gracias a las chicas que vienen de fuera, que son mucho más abiertas. Las de aquí, ven que nos vamos con ellas, y no han tenido más remedio que espabilar –replicó uno esperanzado.
–Yo, gracias a Dios, todos los veranos me iba al pueblo y allí podía mojar, porque el resto del año aquí…-confesó otro.
–Los vascos somos los más pajilleros, no de Europa, ¡sino del mundo! –se sentenció finalmente y todos reímos.
Decidí intervenir y contar una anécdota que me parecía instructiva y jocosa. -Yo tenía un amigo en la mili, que estuvo destinado en el Cuartel de Munguía conmigo. Me decía constantemente: -Tienes que venir a Granada-. -¿Y eso porqué colega?-respondía yo divertido. -¡Porque allí no hace falta hablar para follar!-exclamaba. El pobre, se quejaba de que desde que estaba aquí no picaba nada, y no fue el único que conocí que protestara amargamente por la sociabilidad de las vascas. Me contó que conoció una chica en Bilbao, ¡y tuvo que esperar tres meses para poder triunfar con ella!
–Tu amigo granadino, aun así, tuvo suerte –me interrumpió el más animado de todos ellos- ¡Yo, me tiré cinco años con mi novia de toda la vida para poder meter en caliente! ¡Jajaja!
Todos carcajeamos. La conversación prosiguió con más zumo de uva con cola, para unos, y de cebada, otros. Instantes después, me llamó una amiga esa tarde de primavera que ya concluía, y el verano empezaba a saludar. Generalmente, cuando salgo con los amigos no voy de caza, me parece una pérdida de tiempo, porque jodes y luego se acabó la noche, pero ya era hora y tocaba retirada, así que acepté.
Nos despedimos, y me fui a casa. Ella ya estaba en el portal esperándome, ansiosa, con sus jeans negros ajustados, su pequeño culo redondo, su fino cuello, sus marrones y grandes ojos, su rizado pelo largo y dorado. Su boca con ansias de mí. Mientras subíamos las escaleras me detuvo en el tercer piso, no sé si he comentado que soy pobre y vivo en un quinto sin ascensor, mal que me pese.
Me besó, bajó mi cremallera con rapidez y agachó su cabeza lista para el león de la Metro Goldwyn Mayer. En cualquier momento podía salir un vecino, pero yo solo pensaba en que siguiera, y ella, ansiosa, exigía su premio gordo ya.
La juventud no tiene paciencia. Una virtud a explorar. Aunque, al final, la detuve.
–Necesito ponerme cómodo en casa para poder disfrutar, Sonia. He bebido demasiado y necesito un poco de posición horizontal –seguramente, parecería ridículo comentando esto con la bragueta abierta y el miembro erecto en medio de las escaleras del portal, pero ella asintió y entramos a casa. Me puse cómodo en el sofá, y ella siguió con su divino quehacer.
–¿Es que no has tenido suficiente sexo con tu novio esta semana? –pregunté.
–¡A el no se la adoro! Solo a ti, y ¡me encanta! ¡No me canso!
–¿Te vas a poner encima y me bailas una bachatita? –imploré.
–Eso tampoco lo hago con el, es muy aburrido. Así que, solo me abro de piernas, miro al techo y grito fuerte con la esperanza de que se corra pronto. Pero hoy no quiero bailar para ti. Solo tengo hambre de tu sexo, de adorártela, chupártela y que finalmente me sacies.
–Entonces, ¿no me vas a dejar estar dentro de ti? –pregunté asombrado.
–¡Ya estas dentro de mí! –replicó con toda razón.
Ya no hablamos más. Cuando estaba a punto de eyacular paraba, quería estar horas y horas saboreando el heladito. Tuve que rogarle que me dejara finalizar ya, así que cuando decidió que ya había sufrido lo suficiente, hice erupción dentro de su agradecida lengua. Ella no se movió un ápice en el momento del estallido. Quieta e inmóvil, aspirando. Inmisericorde, y sin piedad, no quería dejar rastro de su infidelidad.
Pasado un rato se empezó a vestir.
Me gustaba verla. Esa piel morena y brillante. Cómo se ponía el sujetador y toda la parafernalia siguiente. Un ritual que no me cansaba de ver tirado en la cama. Mucho mejor que cualquier película. No sé por qué me relaja ver vestirse a una mujer después de hacer el amor, ¿tal vez sea porque tengo la esperanza de que se vayan? Qué egoísta y mal me siento por pensar esto. Debo intentar recordar lo que me aconsejó Sol, y aplicar lo que me dice de no ser tan rígido conmigo mismo.
–¡Me tengo que ir! Mi novio me llamará en una hora y debo estar en casa para cuando suene el teléfono –dijo con sequedad. Total, ya había conseguido lo que quería.
Yo no protesté. Asumí, hacía tiempo, que hay mujeres con las que no puedes aspirar a nada más que a ser el capricho ocasional de sus deseos, lo cual no representaba ningún sufrimiento para mí; bueno, a veces, mi ego protestaba por una absurda razón de importancia, pero tras ese disfraz, mi corazón aplaudía porque se fuera y me dejara en el silencio post-orgásmico. Además, ¡no sé de qué me quejo! Me gusta dormir solo.
Tal vez accedería a la compañía femenina en el descanso nocturno si tuviera miedo, pero hace tiempo que dejé, desde la infancia, de ver todo tipo visiones grotescas, fantasmas y tener pesadillas.
Cerró la puerta, y la habitación me empezó a dar vueltas. Los excesos y el alcohol consideraron que era ya el momento de cobrarse su precio.
El Diario del Buen Amor.
Autor: Ritxard Agirre
Ilustraciones. Mónica Conde
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