Diario del buen amor: capítulo 2
Diablos Invitados
Autor: Ritxard Agirre
SHOPPING
“Hay que tomar a las personas como son, no existen otras”.
Adenauer Konrad
-¿Y ese pensamiento recurrente cuál es? –preguntó Sol en medio de la sesión.
-Pienso en alguien indeterminado con los pantalones bajados. De cuclillas. A punto de defecar y debajo yo. Con la boca abierta esperando tragar lo que me eche… -confesé–. Es un pensamiento que no puedo quitarme de la cabeza. Me siento mal por tenerlo. Es como un bucle del que soy incapaz de deshacerme.
-¿Piensas que tienes que tragarte la mierda de los demás? ¿Que no tienes opción?
-Pues no había caído en esa posibilidad.
-Reflexiónalo y dentro de dos semanas volvemos a vernos –ordenó con la frialdad que le caracterizaba. Eso me hacía desearla. En el fondo me la cascaba en casa pensando en ella. Sol, mi psicóloga, era una cuarentona de muy buen ver. Pelo castaño largo, labios prominentes y boca grande donde poder soñar. ¿Qué hacía siendo un blandengue con esta pedorra? Seguro que deseaba que le penetrara sobre todos esos informes de otros locos, que como yo, tenía. Ella era todo dogma, teoría y cordura, ¡cómo me ponía eso! ¡Las mujeres con las que no tengo nada en común son las que más me gustan! En ese instante me di cuenta de que por enésima vez mi atención se perdía en el sexo y volví, con esfuerzo, al aquí y el ahora-. ¿Sigues con la medicación que te receta el Doctor Castaños? –me interrogó.
-Sí doctora.
-No la dejes. Es importante que sigas con ella.
-De acuerdo.
-Y permítete cosas buenas. Pensar cosas lindas sobre ti. Saber decir que “no” cuando es necesario. Negarse a lo que no te apetece hacer puede ser un arte de cultivo de la autoestima.
-Sí doctora –repetí como un autómata. Estaba deseando salir de allí ya.
-Recuerda que no eres ningún Superman.
-Cierto –asentí mientras me levantaba y me ofrecía su mano a modo de despedida. Siempre hacía el mismo gesto al entrar y salir de su despacho.
Escopetado hui del centro de salud mental. Decidí, nada más cruzar la puerta de salida, renovar mi vestuario. Me agobia ir de compras. Ese es el problema. Siempre he tenido esa admiración por las mujeres de estar en tiendas de ropa como si fuera el Edén. Así que me visto desde hace años con los trapos que me regalan. Ya desde niño me negaba. Era solo entrar en unos grandes almacenes, y ver la gente desfilar como en un baile loco y caótico, ya me producía malestar, mareos e incluso vómitos. Tanta energía condensada en tan poco espacio no puede ser bueno. Será que soy hipersensible o simplemente no tolero las masas.
Lo que pasa es que, a veces, esa jeta vagante de ponerme solo lo regalado no cuela o no llegan tan ansiados presentes, entonces toca bajar a los infiernos y adentrarme por los ultramundos de la moda. Así que ahí estaba bajando al centro de la ciudad a por tan estimulante faena, y en el trayecto me encontré a una antigua amiga, que por supuesto, al contarle que me iba a renovar ropero no pudo reprimirse las ganas de hacerme de asesora de imagen, y es que las mujeres no se pueden aguantar cuando de vestimenta hablamos. Es un estímulo natural en ellas.
Supuse que con compañía se me haría más liviano pasar por tal trance, además de que la nena no estaba nada mal. Era una de esas mujeres que aunque pasaban sobradamente los cuarenta vestían como si tuviera quince, vamos, como las maduritas famosas de la tele. Con la salvedad de que esta no hacía el ridículo como muchas que salen en la caja tonta y revistas, ya que aunque menudita gozaba de gran sex appeal, muy delgada y a la vez con un busto más que satisfactorio, con pantalones ajustados y jersey de rayas de cuello alto gris y negro que se amoldaba a su figura. Pero fue una mala idea, me hizo recorrer toda la ciudad porque nada le convencía para mí. Fuimos a todos los que conocía y desconocía. Desde Timofield hasta Cara pasando por la Raja-Inglés, Corteinfiel, Mangando, Massimo Putti y yo que sé más, encima llenos de gente que apuraba las compras de Navidad. Unas fechas penosas, por cierto. Así que “harto de estar harto” como cantaba Serrat, solicité que entráramos en una cualquiera de cuyo nombre ya ni vagamente recuerdo, y en cuanto vi un par de jeans de mi talla los cogí y fui a probármelos.
–Esos no te van a quedar bien –dijo la susodicha, cuya compañía en mala hora acepté.
–Bueno, entra conmigo si tan “profesional” eres con la ropita –la desafié.
Y dentro, juntos, cerrando la puerta del probador me bajé los pantalones y en efecto, los jeans no solo eran horribles, sino que me quedaban más prietos que un traje de luces.
–¿Ves? ¡Ya te lo dije! –soltó muy satisfecha, y es que estas niñas no se pueden aguantar quedar por encima de uno.
Me quité el vaquero ya casi con ganas de mandarlo a tomar por el ojal todo, y para mi sorpresa, observé que tenía el nene juguetón. No sé si era por el enojo, por la festividad del niño Jesús o por ambas cosas. El caso es que ella también se fijó en mi calzoncillo, que pedía aire a gritos.
–¿Sabes qué creo? ¡Que vamos a ver si mi polla tiene la talla justa de tu boca!
–¡Qué dices! ¡¿Estás loco?! –dijo indignada. Indignación que se le pasó al instante que le enseñé el DNI y exclamé–: ¡Mira, esto es así, si me quieres ayudar, tengo que ver ropa que me siente bien tanto cuando estoy en reposo como en euforia, y tú no dejarías que me fuera con unos pantalones que fueran insatisfactorios para mi dragoncito!, ¿verdad? –solté con toda la seriedad que me fue posible.
–¡Jajaja…! Estás de remate y de atar.
–¡Venga, anda, o tendré que decir por ahí que de moda y ropa dejas mucho que desear! –amenacé.
–¡Ah, no! ¡Eso no lo voy a permitir! –replicó con mucho amor propio. Y es que la vanidad es mi pecado favorito. ¡Qué arma más maravillosa!
De rodillas acercó sus prominentes labios y su boca de Gargantúa a dar buena cuenta de mi sexo en ciernes. En un instante pasó de querubín a dragón alado de siete cabezas.
–¡Ahhh…!!! ¡Así, nena, así!!! ¡Veo que se adapta perfectamente! -exclamé. Y es que esto de ir a comprar me estaba empezando a gustar. Desde luego, qué curiosa es la vida, de repente sucede algo y lo que es odioso y tedioso se convierte en gozo ilimitado. –¡Chupa, nena! Hay que saborear hasta el último recoveco. Ya sabes que me gusta ser exigente con lo que me pruebo… ¡Ufff! ¡Jodeeerrr!!!
De repente, para mi desgracia salió de mí, y levantándose me dijo un sorpresivo: -Espérame aquí-. Salió cerrando la puerta, y ahí me quedé yo, en el probador con los pantalones en los tobillos, empalmado frente al espejo y reflexionando lo ridículo que estaba ahí esperando a la niña. Rezando que no hubiera cámaras de control interno para disfrute de los pajilleros de seguridad con el show en vivo y directo. Aproveché a mirar los mensajes de mi móvil. Mi amiga txirrindulari, Ainhoa, me dejó un WhatsApp para salir mañana por la tarde en bici. Le dije que sí, con la esperanza de jodérmela en algún monte perdido. Para que luego digan que los hombres no podemos pensar en dos cosas a la vez. Pues yo sí. Mientras me follo a una, voy pensando en el próximo polvo con otra. Gracias a Alá volvió como un rayo, y yo ahí seguía con el pene mirando a Teruel. Para mi sorpresa, me trajo una camisa de cómic, con el Increíble Hulk amenazante y verde estampado en el centro.
–Póntela, anda, de niña le robaba a mi padre los tebeos y siempre imaginé que me jodiera bien Lou Ferrigno. ¡Hoy esa fantasía se va a cumplir por fin! –sonrió ansiosa.
–Nada, mujer, ¡qué menos que satisfacerte después de todas las molestias que te has tomado! –respondí condescendiente mientras pensaba lo falso, mentiroso y políticamente correcto que puedo llegar a ser cuando el amor llama a mi bragueta.
Se bajó los jeans hasta los pies y me puso el culo en pompis frente al espejo, agachando la cabeza lo suficiente para ver ya puesto en mi pecho The Amazing Hulk, con esa cara de ira y estreñimiento que pone cuando el pobrecito se enoja. Supongo que también este superhéroe tiene un trastorno adaptativo de emociones y conducta. Y con posterior manifestación de psicopatía de características depresivas, añadiría mi sexy loquera.
–Entra ya, estoy preparada para ti. Dame fuerte, duro, y enfadado, como haría mi verde Hulkito, quiero que se desahogue dentro de mí –musitó–. Y yo obedecí.
Resbaló mi lingam dentro de ella. Chorreando que estaba de deseo su yoni de mí… o de Hulk, tampoco era momento de ponerme celoso. Aparte ya lo dice mi psicóloga. No soy ningún Superman. ¡Qué sabrá ella! ¡Si tiene cara de que nunca la han echado una buena corrida en toda la cara! Tendría que verme. Seguro se pone cachondísima, me suplica que la sodomice, y se deja de tantas pamplinas de que me permita o no permita payasadas. Pensar en mi doctora me animó más el dragoncito, y ya me puse como un vaquero del Far-West montando una yegua salvaje.
–¡Toma nena!!! ¿Te parece suficientemente fuerte? ¡La Masa cada vez está más y más grande y enfurecida!
–¡Sííí… pero dame más, más fuerte, más fuerte!!!
–De acuerdo, nena. Te voy a dejar más verde que tu superhéroe.
–¡Sííí! ¡Sííí! ¡Más, más fuerteee…!!!
Esto ya se pasaba de castaño oscuro, así que la cogí de su largo y lacio pelo negro con una mano, mientras con la otra, la agarré de la cintura para penetrarla más violentamente. ¡Joder qué cachondas se ponen las nenas cuando se trata de que las folle su príncipe azul de la niñez!
–¡Así, asííí…! ¡Ahí me tienes! ¡Soy tuya, cabrón!
–¡Ahhh…! ¡AHHHHH…!!! –rebuznaba furioso, mientras la azotaba–. Te gusta que te cubra así, ¿verdad?
–¡Sííí, por favor! Termíname en el culo. ¡Termíname!!!
Salí de ella. Descargué mi semen sobre su duro, y ahora rojo de los golpes que la regalé, trasero. Y mientras yo intentaba normalizar mi respiración, ella rio y gimió de felicidad suprema, Y es que no hay mayor satisfacción que cumplir los sueños de una mujer. Así que nos vestimos y nos acicalamos para salir al mundo exterior, donde los Superhéroes faltan y los villanos sobran. Abrí la puerta del probador y tres empleadas con caras de reprobación nos esperaban en silencio. Durante unos incómodos segundos nadie dijo nada, supongo que tampoco ellas sabían cómo actuar ante tan sublime escándalo. Al final acerté a decir.
–Me llevo esta camiseta de Hulk, me sienta fantásticamente. ¿Aceptan tarjeta?
El Diario del Buen Amor.
Autor: Ritxard Agirre
Ilustraciones. Mónica Conde
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