Diario del buen amor: capítulo 3
Diablos Invitados
Autor: Ritxard Agirre
EL REGATO
“La única cosa seria es la pasión, no la inteligencia”.
Oscar Wilde
No solo era la subida, sino el sol de justicia que nos castigaba y es que aún en Octubre salen días de infarto que invitan a pedalear. A mí me gustaba este tipo de ascensos, por carreteras olvidadas, de asfalto pobre, de curvas imposibles… sí, me gustaba más subir que bajar, marcaba un ritmo cansino pero constante y disfrutaba. Cada vez que la altitud era mayor, mayor era mi goce. Mi compañera era más sufridora, no conseguía mantener un golpe continuo y su pedaleo era irregular, pero, a base de bemoles vaginales, arribó el puerto conmigo. Por fin llegamos a la cima, se acababa la carretera, junto a la casa del guarda y a su izquierda, un pantano imposible de rodear. Me bajé de la bici y empecé a orinar. Ella hizo lo mismo. Tras satisfacer nuestras necesidades corporales nos pusimos a mirar el paisaje, y yo, la abracé por detrás acariciando sus opulentos senos. Ainhoa era una mujer menudita, de morritos que prometían placer y culazo glotón. Como siempre, para mí, eso era más que un notable en mi escala de valores, ¡y además le gustaba el mundo de la bicicleta!, por lo que encima, tenía mi eterno respeto.
–¡Cómo me gusta que me toques las tetas! –murmuró–. Hoy necesito que entres en mí…
–Busquemos un descampado –acerté a decir. Ya estaba erecto, y el culote empezaba a molestar.
–Sí, por favor. Hoy lo necesito especialmente –confesó.
Volvimos a montar, y gozamos de la bajada. Seguimos descubriendo nuevos caminos, el calor del día seguía subiendo, y mi entrepierna era fuego. Tenía que penetrarla o me suicidaría. En un sendero que interpretamos como poco concurrido, nos desviamos y nos tumbamos sobre la maleza. Generalmente, le hubiese dejado hacer sexo oral, pero estaba tan excitado, que directamente la puse sobre la hierba y raudo le quité el cullote y el maillot. Al contemplar sus grandes pechos, aun se me puso el sexo más duro, tanto que dolía. Ainhoa me miraba sin decir palabra, muy fijamente, esperaba que la poseyera cuanto antes. Yací sobre ella, noté el calor de su cuerpo y de sus senos rozándome, sin más dilación entré y la humedad de su vagina me dio la bienvenida con vítores y aplausos, ella gritó.
–¡Sí! –volvió a chillar–. ¡Te quiero ahí!
–¡Dios, qué ganas tenía! –aullé–. Por fin, mis instintos eran complacidos.
–¡Sigue, por favor, no te pares! –rogaba.
–¡No pensaba hacerlo, Ainhoa!
–¡Entra más dentro! ¡Así, así…!!! –reclamaba mientras le invadía su cuerpo con sacudidas cada vez más fuertes. Notaba con ardor guerrero cómo el sol se cebaba con mi espalda, que junto con el sudor sexual ya sufría cierto picorcillo. Consciente de que iba a tener quemaduras severas como no me detuviera, y claro, yo no soy hombre de un polvo de cinco minutos… ¡Machote que es uno!
–¡Cógeme las piernas con tus brazos y ábreme bien! –ordenó–. ¡Dame fuerte!!!
Cumplí los deseos de mi pareja. Cada vez que le poseía más violentamente, más rápido se movían sus estupendas glándulas mamarias. Eso era algo que me fascinaba observar alucinado y con los ojos dilatados. Entiendo que ella era consciente y gracias a ello, jamás me ha increpado no mirarla a los ojos. Por cierto, no recuerdo de qué color eran. Este detalle me hizo recordar una de mis últimas sesiones con Sol, mi loquera. Aquel día, hizo hincapié en que mi suspicacia impresionaba. Además, rehuía el contacto visual ¿Se daría cuenta de que a ella también le miraba las tetas? Aparte de mis problemas de heteroagresividad, ataques de ira, la soledad, mi inexistente relación con mi familia, el aislamiento social, mi trabajo donde evito el contacto humano…¡Ay madre del amor hermoso, qué enfermo estoy!
–¡Así, así, así, asíii..! –suplicaba.
–¡Joder! Como nos oigan nena… –bramaba.
–¡Estás hermoso ahí! ¡No te pares! ¡Me gusta sentirte!
Ya había decidido que me iba a correr en sus lolas. Creo que era un homenaje más que merecido. La naturaleza había sido generosa con mi amiga, así que agresivamente salí de ella y de forma inmediata exploté. Sobre mis dos objetivos apenas cayó nada, casi todo fue al rostro y al pelo, con la consiguiente carcajada cómplice mientras me derrumbaba sobre su cálido cuerpo. El esfuerzo y el calor habían pasado su factura. Cuando mis pulsaciones volvieron a la normalidad, nos empezamos a vestir, a la vez que nos quitábamos hierbas, hormigas y bichos de toda índole de nuestros cuerpos desnudos.
–Me he dejado los guantes de la bici arriba, cuando me los quité para mear –me dijo Ainhoa sonrosada y haciendo pucheros.
–¡Habrá que subir otra vez! –amenacé.
–¡No, no…! Lo dejamos para el próximo día –me sonrió. Nos dimos un beso cómplice, y volvimos al sendero que abandonamos. Pronto cogimos la carretera, disfrutando de un estupendo día de bici rumbo ya a la Villa bilbaína.
Sin embargo, aún tenemos que volver a por los guantes…
El Diario del Buen Amor.
Autor: Ritxard Agirre
Ilustraciones. Mónica Conde
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