El gruista
Gigi, La Faraona
Todo empezó antes de poner fin a mi matrimonio. Ya estaba muerto hace tiempo, tanto como mi frágil autoestima. Los embarazos se encargaron del resto.
Como la mayoría de aventuras, empezó en el ámbito laboral. Trabajaba en la obra, siempre entre hombres, pero en esta ocasión la Jefa era mujer.
Nada más conocernos, nos adoptamos la una a la otra. Eramos los polos opuestos. Ella era sexi, acostumbrada a provocar a los machos… con sus pechos perfectamente moldeados y siempre con su cigarrillo a lo madame fatale… Yo era una mamá, aún deformada por mi último embarazo. Ropa cómoda, siempre cuidando niñas o marido.
Los dos extremos, pero con una conexión especial que nos llevaría a vivir una experiencia que recordaremos por los años de los años…
Las circunstancias de esa obra nos llevó a un tiempo sin movimiento de trabajo. Parada la obra, quedó sólo el personal imprescindible… Un capataz, un gruista… y nosotras dos.
Nosotras habíamos pasado la barrera de los 35, y aquellos chicos, casi recien estrenados los 20. Yo, no podía dejar de fantasear con el chico de la grúa, siempre sin camiseta, con el cinturón de los mandos a la cintura, un poco caído. Parecía de espaldas que estaba tocándose siempre el paquete. El chico era moreno, con el pelo ensortijado, unos pectorales marcados, sin un solo vello hasta lo que yo podía ver… e imaginar.
Les propusimos ir a comer juntos, era un caluroso verano y estabamos en una zona de profunda sequía. Siempre jugueteando a las mujeres experimentadas con los jovencitos de fuerza en los riñones… cada día arriesgando un poco más.
Me descubrí despertando mi apetito de seducción ya casi olvidado por completo. Hasta que le vi, mientras sacaba mi coche del aparcamiento. La caseta de los baños para los trabajadores tenía la puerta abierta hasta atrás. Él estaba refréscandose para ir a comer. Tan sólo llevaba un pantálon corto de color beige, con la cintura caida, y se echaba agua por el cuello, el pecho… me pareció la imagen de un cuadro, era un hombre tan bello.
Desperté de mi ensoñación, y por la tontuna del cachondeo, decidimos ir en dos coches. El capatáz con la Jefa y yo…. con mi gruista.
Dejé que él condujera, mi timidez y yo nos sentamos en el asiento del copiloto. Él se sentia seguro de si mismo, sabía de su belleza, y de lo que provocaba en mi. Pero se le escapó un detalle, y es que soy una mujer muy tímida y a veces para combatir mi timidez me tiro sin paracaidas y sin red.
Después de un par de comentarios para provocarme le solté «A mí no me provoques si no vas a rematar la faena, tengo 36 años y no estoy para jueguecitos, asi que no vayas a calentar lo que no te vayas a comer…»
Él no lo esperaba, me miró fijamente, con los ojos como platos. Su incredulidad le dejó con la boca abierta. Después de unos segundos que me parecieron eternos, arrancó el coche a toda velocidad, y sin rumbo conocido para mi.
Me llevó en medio de un prado, paró el motor, mi corazón iba a mil. Nunca había sido infiel antes, y llevaba casi 2 decadas con el que aún era mi marido.
Mi corazón latía tanto como mi coño. Se giró hacia mi y me besó, un beso largo y húmedo. Tenía unos labios perfectos, y yo moría por esa boca, por pasar mi lengua por todos los rincones y morder esos labios jugosos.
Metió su mano por la cintura de mi pantalón, hasta mi coño que estaba totalmente húmedo, lo acarició suavemente, impregnándo sus dedos de todo mi ser. Subió suavemente hacia mi clitorís y empezó a dibujar circulos sobre él, todo era tan suave que toda yo era nectar Traspasó mi tanga y hasta mi pántalon hasta que introdujo su dedo en mi vagina, luego otro más y no le llevó mucho tiempo llegar a mi punto G. Más creo que mi G le estaba gritando y haciendo señales para que no se confundiera.
Llegué al orgasmo en un pestañeo, y eso a él le excitó mucho más, mis gemidos le aceleraban la respiración, y seguía comiendome la boca. Hasta que me bajó el pantalón de un solo movimiento, me cogio por la cintura y me puso sobre él… me ensartó sobre su polla como una muñeca en una peana… me volví a correr.
Me bajé de ese podio, lleno de venas y me arrodillé a sus pies, comenzé a lamer, chupar, recorrer… disfrutar de esa polla tan grande, de esos testiculos pequeños y pegados al cuerpo. Le miraba y su respiración se aceleraba más y más… hasta que le dije «córrete en mi boca…» y estalló…
Volvimos a la obra, yo algo despeinada, y recien comidos y no precisamente en el Restaurante.