
El mirón
Barbarella
Eres un mirón. En este mundo están los que miran y los que actúan. Y los que miran se sientan a ver a los activos.
(Descalzos por el Parque)
Cada noche, cuando llego a casa, me quito los tacones y escojo una canción que encaje con mi estado de ánimo e improviso un baile en frente de la ventana que utilizo a modo de espejo y no, no tengo cortinas.
Hay quien puede pensar que bailar en la ventana es una provocación, supongo que puede interpretarse así, para mi tan solo es mi momento, ese en el que expreso lo que siento mirando la luna si es que la noche quiere enseñármela. Estamos tan habituados a escondernos, nos ponemos tantas barreras, tantas capas impenetrables, que ese momento, esos minutos son para mí una liberación.
Al otro lado no hay ningún edificio alto, tan solo un par de caseríos desde los cuáles siempre he dudado que fuera visible mi pequeña performance.
Hasta la semana pasada, un chico se acercó y me dijo: “Disculpa el atrevimiento pero vivo en este caserío y desde mi ventana te he visto danzar ¿Bailarás alguna noche mi canción?”
El chico tendría unos 30 años, alto de ojos claros, barba tupida, y una melena castaña ondulada por los hombros. Llevaba una chupa de cuero encima de una camisa de cuadros propia del mejor de los leñadores. Imaginé unos brazos poderosos, musculados, de esos que sirven tanto para abrazar como para empotrar. Confieso que el chico era justo de mi tipo.
Tenía dos opciones, poner una cortina y olvidarme de mis danzas a la luz de la luna, o plantearle un trato: yo bailaría una noche su canción y él me dejaría que el resto las disfrutara en intimidad. Y en ese momento cerramos nuestro pacto.
Esa noche, me quité los tacones, y sin terminar de desvestirme miré por la ventana. La segunda ventana por la izquierda del caserío donde vivía el chico de la canción tenía la luz encendida, distinguí una figura, casi pude sentir su mirada, una escalofrío me recorrió.
Un trato es un trato y yo siempre cumplo.
Me puse una camiseta de DevilBao que me recogí por debajo del pecho, una minifalda de ensayo, y le di al play.
La canción empezó suavemente, estaba de espaldas a la ventana y me fui girando lentamente, empecé moviendo con suavidad los hombros, continué con movimientos ondulantes desde el pecho hasta la cadera. La melodía iba in crescendo, cogiendo fuerza, mi cuerpo respondía a cada nota como si estuviera coreografiada. Sabía que me observaba, y eso me gustaba, casi sentía su respiración agitada, su deseo. Empecé a recorrer mi cuerpo con mis manos como si fueran las suyas, como si estuviera allí conmigo bailando, como si fuera a saborearme de un momento a otro.
La canción terminó, y durante unos segundos permanecí inmóvil posando en la ventana, esperando esos aplausos que no iba a escuchar. La luz de su ventana se apagó.
Nunca volví a verle, ni hablar con él, pero algunas noches mientras bailo se enciende su luz y pienso que me está mirando.
Yo quiero actuar y el es y será mi mirón…