El último polvo
Dalila
Te beso y sé que será de las últimas veces que lo haga. Te abrazo y sé que te estoy regalando uno de los últimos abrazos que te daré. Te recibo en mi interior, pero sé que es casi un acto de caridad por alguna de las dos partes.
Es mi último polvo contigo. Sé que mañana, o pasado, o el otro, lo dejaremos. Es la nota de despedida de una relación que se acaba. Es ese sexo que se tiene con unas gotas de melancolía, con un toque de nostalgia, la que se siente cuando piensas en todo lo que pudo ser y no fue. De alguna manera, te esfuerzas por que sea agradable, divertido, hasta romántico. Pero, siendo realistas, cuesta hasta que sea placentero. Y si lo es, saber que la ruptura te va a doler más a ti que a la otra persona.
No sé qué tienen los últimos polvos, que se sienten, se huelen. Seas tú el que lo deje o seas tú el dejado, hay una alarma en tu interior que se enciende cuando sabes que ha llegado el final. Intentas ser conciliador, regodearte en lo bueno, decir «qué a gusto estamos», fumarte un pitillo la mar de feliz, pero no puedes evitarlo y lo sabes. Hasta puede que te vayas al baño a llorar.
Y dicen que un clavo saca otro clavo y cuando todo acaba vas de cama en cama para mitigar esa sensación de vacío. El vacío de quien salta de lo seguro, lo conocido, a una zona desconocida donde todas las pieles vuelven a ser ajenas y todo el aire que respiras vuelve a no ser compartido. Donde tienes que seguir conociéndote y conociendo, explorando, territorio inexplorado. Se siente una cierta nostalgia por todo aquello que se ha perdido en la niebla de la ruptura. Por un instante, aquel último polvo aún está en la cabeza.
Pero nunca cojas el teléfono. Nunca marques ese número. Es un error. Ése fue el último polvo, déjalo estar, llóralo si lo necesitas. Pero nunca jamás lo repitas.