En el sofá
Astartea, ángel del infierno
Autor: Astartea
Y allí estaba yo, tumbada y desnuda sobre su sofá, al lado del hombre. Aún sentía el calor de los fluidos que producen los orgasmos más intensos correr entre mis piernas. Yo, mujer adulta, felizmente casada, fiel a mi amor hasta la médula, y ahí estaba yo… al lado del hombre.
Durante tres lustros, mi deseo sexual se había mantenido frío hacia todo varón, no deseaba a ningún otro que no fuera el mío, y ¡no es que no se me presentasen oportunidades!, porque además soy de esas mujeres que se llevan mejor con ellos que con las féminas, no sé, solemos conectar, si, si, en ese punto feménino de ellos y masculino mio. Pero, bueno, tengo una habilidad especial para capear la situación cuando alguno se confundía y empezaba a encapricharse de mí, e intuia que la relación podría convertirse en otra cosa que no en una amistad pura. Pero…. este hombre… este… se coló por la puerta de atrás… no lo vi venir.
Trabajo en una gran empresa, con sucursales por todo el país y cada año me adjudican un nuevo destino. Ese año la casualidad me llevo a él. Poco a poco el trabajo fue uniéndonos, forjamos una bonita amistad, llegó el verano y el final de mi estancia, otra vez tocaba despedirse de buena gente que encuentras y que no volverás a ver más. Así nos despedimos con un “hasta siempre”.
En esta ocasión la tecnología nos mantenía esporádicamente informados de nuestros andares por la vida. SIIII, esa famosa app para móviles que todos conocéis, ¡¡¡¡uuuffffff!!!! Que peligro tiene… uno se atreve a decir cosas que no haría a la cara… a jugar con el doble sentido de las palabras, de las frases, y de ahí… avanzar, avanzar y cruzar la frontera, de lo adecuado o no adecuado, de lo correcto o no correcto, es un paso… y se convierte en una necesidad.
La semilla de las sensaciones dormidas, empieza a crecer otra vez en tu interior adormecido por la rutina de tu vida perfecta, ese corazón que se altera, que late de nuevo, esa inquietud interior, esos sudores frios, la ilusión, la locura, el juego de lo prohibido, ¡que vida da el sentir la vida latiéndo a otro ritmo, otra vez, dentro de ti!.
Seis meses después de nuestra despedida, allí estábamos juntos al anochecer en su apartamento, juntos, disfrutando de las emociones. Una bienvenida contractura en el cuello, en esta ocasión, hizo que se ofreciera a darme un masaje. Allí estaba él, en el sofá, con una botella de aceite aromático en una mano y un gin tonic en la otra, luz tenue y suave música sonando. Había colocado un cojín sobre el suelo, y me invito a sentarme para recibir mi masaje curativo, me despojé de mi camisa y deje al descubierto una sugerente camiseta de encajes de seda. Parecíamos adolescentes en su primera vez, como niños que van a hacer una travesura, era un sí quiero no me atrevo, el erotismo se sentía en toda la estancia.
Empezó su masaje, sus manos suaves estaban sobre mis hombros, sobre mis brazos, sobre mi cuello, un calambre me recorrió por dentro, me estremecí, estaba muy caliente, muy húmeda, mi corazón latía a mil y mi respiración era acelerada y entrecortada, le sentía detrás de mi, notaba su nerviosismo, sus miedos, reprimiendo su deseo incontenible, gire la cabeza buscándole detrás de mí y me recibió su boca provocativa, su lengua tentadora, degusté su boca, exprimí su sabor, mordí sus labios. Momento maravilloso de encuentro, ya no podiamos detener la fuerza que nos arrastraba a unirnos.
Me giro para tenerme frente a él. Me ofreció su cuello, desabroché su camisa, el hombre era alto y delgado, depilado a la mínima expresión, unos pectorales perfectos, en uno de sus pezones llevaba un pearcing, me lancé a por él, me volvió loca el frio del acero y la dureza de su tetilla, continúe viajando por su cuerpo, unos abdominales asombrosos y ¡esa cintura! Con unas entradas en el abdomen bien marcadas, esas en forma de fleja que marcan el camino a seguir. Y por el bulto de su pantalón sabía que no me iba a decepcionar, ¡fuera pantalones! Mis manos tiraron de la goma de su slip, en ese momento el tattoo en forma de serpiente, que guardaba el tesoro más preciado del hombre cobró vida, me enseño su lengua bífida y sus colmillos afilados, como en el pecado original, el de la serpiente que tentó a la mujer en el Paraíso, así me sentía yo, chupé, lamí, comí de su manzana, jugué con sus testículos.
El hombre gemía, levanté la vista y allí estaba su mirada, gemia para mi, su polla perfecta, dura, recta, sabrosa, mis dedos juguetones se introdujeron en su ano, gemidos de placer salieron de sus labios… se recostó sobre el sofá y su mirada me pidió mi sexo en su boca, me desnude sin ningún pudor frente a él, hacía siglos no estaba así frente a otro hombre, su mirada lasciva, me provocó mas, su lengua recorría mi vulva buscando mi clítoris,jugó con él, introdujo su lengua, me exploro con sus dedos, mientras yo jugaba.
Con su tesoro, estaba siendo mala, mala muy mala, y me gustaba, el diablo dormido que había en mi acababa de despertar.
Bebí de él a placer, bebió de mi con sed… deseo, deseo, deseo… cuerpos fundidos alcanzando el orgasmo, saboreando otro lado diferente de la vida.
Y allí estaba yo, tumbada y desnuda sobre su sofá, al lado del hombre. Y en la penumbra de la esquina del salón, nuestros demonios cómplices nos miraban con satisfacción.