En la última fila del cine
Musa Desnuda
No solo es el hecho de lo mucho que te extrañaba, y de que por fin, desafiando esa habilidad que cada kilómetro tiene para separarnos, nos volvimos a ver, sino también es ese poder, que de por si ya tenías, de enloquecerme sin parar, con tus dichosas manos y par de labios.
Hay que ver, como gracias a lo mismo de estar separados, sin más, hemos aprendido a aprovechar cada momento, por pequeño que sea. ¡Vaya que lo hemos aprendido!
Hay que saber, que tus manos tienen magia, y una facilidad increíble, recién descubierta, para colarse por mi vestido, entre mis piernas, erizarme la piel, y hacerme abrirlas un poco. Me asombro cada vez, al darme cuenta de la manera tan perfecta como encajan tus manos en cualquier lugar de mi cuerpo que se te de por ocurrir. Como por ejemplo, mi cintura, en esas veces que en medio de un beso, se posan allí, y con firmeza y decisión, me atraen cada vez más a tu cuerpo, restando centímetros, que en momentos como esos, cuesta creer que lleguen a ser kilómetros. Si, eres tú aquel chico que sin ninguna inocencia, con sus juguetones dedos, puso su mano sobre mi rodilla, en plena película nada romántica, debo decir, y de ahí, siguió el camino que dictaba esa línea creada por mis piernas juntas, que gracias a la poca cordura que me dejas, fácilmente se iba borrando, con tu mano en medio. Y sus labios no podían quedarse atrás, si hasta morados tengo gracias a sus mordidas, debido a la pasión que tú y yo creamos en plena sala de cine.
Cuesta creer que esa hubiese sido nuestra primera cita, en el cine del Líder. Pero el destino se las juega y nos lleva por caminos escurridizos, que al final, cuando los culminas, es cuando te das cuenta de que todo aquello tiene su razón de ser.
Tu mano, que sube por mi falda cual brisa de verano soplando entre mis piernas, pero con menos sutileza, y sin poderla, ni quererla detener. Tus labios, que como anestesia logran hacerme olvidar todo lo demás que pueda estar a mi alrededor, todo, menos tus manos que siguen jugueteando conmigo, mientras yo me voy sintiendo cada vez más inmersa entre ellas. Esas cosquillas que me causas, pueden llegar a ser mi droga. Y esos casi inaudibles gemidos que soltaba en tu oído, y te hacían acelerar, podían satisfacerte, mientras ambos tomábamos de nuestro propio aire, y seguíamos hasta nuestra meta, la que casualmente traía más gemidos consigo.
Y así fue…
Esa que sería nuestra primera cita, aquella que planeamos casi dos años antes, y finalmente fue mejor que si se hubiese dado inicialmente. Pues pude sentirte entre mis brazos, pude sentirte mío, como si lo hubieses sido siempre, como si ese fuera mi verdadero lugar para estar. No, no en una sucia butaca que ya ha pasado por otras parejas cachondas, tentadas por la oscuridad; sino en ti, con mis manos sobre un pecho emocionado, enamorado y a punto de desbordarse de tanto sentimiento, que casualmente combinaba con el mío, donde apoyabas tu cabeza, fingiendo ver la película como cualquier otro en esa sala, mientras nos llenábamos de pasión, en la última fila del cine.