Encuentros fortuitos
Juliette
Este fin de semana me voy de puente. Unos amigos me han invitado a su casa de La Rioja. El plan es pasar unos días relajados, y simplemente hacer visitas a las bodegas de la zona y pasear por el lugar, sin más pretensión que pasar un rato agradable y entretenido.
El tiempo aquí es bastante malo, y todo el mundo tiene planes, con sus parejas, sus familias y demás. Así que me vendrá bien descansar y desconectar un poco, y olvidarme de que aunque me agrade la mayor parte del tiempo, realmente me encuentro bastante sola. Sin pareja, ni siquiera amantes fijos, y con unos amigos que ya tienen sus vidas, las cuales se ajustan poco a las mía.
La verdad es que últimamente me invade la melancolía, y los días se me tornan grises. El aire de la ciudad se me hace irrespirable, y no hago más que arrastrarme sin rumbo fijo por ella. No me inspira nada, ni los bares, ni las tiendas, ni la gente, todo me parece insípido y anodino. Tengo un estado de inapetencia en general, que se va transformando en depresión.
Es por ello que me he animado a este plan, aunque a priori no parezca muy apetecible, ya que los amigos que me han invitado son una pareja consolidada y feliz, y no sé si va a ser lo mejor para hacerme olvidar mi soledad. Pero es lo único que me ha surgido, y el cambiar de aires me vendrá bien, puede que en otro escenario me revitalice.
La última vez que estuve allí conocí a un chico muy especial, del que no he vuelto a saber nada. La situación fue diferente a la que se presenta ahora, el plan era de juerga total, y el chico en cuestión era un ex compañero de facultad de mi amigo, de Madrid, que de retorno a casa pasó a hacerles una visita, que coincidió con la mía, ¿o no? Siempre me quedo la duda de si mi pareja de amigos había preparado el encuentro adrede, nunca se lo pregunte, porque sinceramente me era indiferente.
La chispa salto desde el primer momento. En cuanto me lo presentaron me quedé prendada de sus ojos almendrados de color miel, y de una sonrisa que me embauco por completo. Pasamos juntos cuatro días seguidos, los cuales discurrieron prácticamente en la cama, ella fue testigo de unas sesiones de sexo interminables. De esos placenteros días me lleve además de un máster en posturas exóticas, el chaval estaba en forma, unas agujetas que no se me quitaron en días, eso sí, no me he sentido tan satisfecha con nadie, mi cuerpo rejuveneció años.
En esto andaba yo pensando mientras preparaba la maleta para mi viaje, me ilusionaba pensar que volvería a encontrármelo. Es tanto lo que me sugestione, que llegue a convencerme de ello. En cuanto tuve lista la maleta llamé a mis amigos para confirmar que me irían a buscar a la estación de autobuses a mi llegada, y no pude evitar preguntarles si estaría mi antiguo amante, confiada de que los hados se pondrían de mi parte. Mi decepción fue mayúscula cuando me contaron que no sabían nada de él desde entonces, tanto que pensé en suspender el viaje, pero mi amiga dándose cuenta de mi estado consiguió animarme y decidí que lo mejor que podía hacer era ir sin pensármelo demasiado, dejarme llevar, seguro que al final sería una buena decisión.
En estas situaciones no solía fallarme mi instinto, y el hecho de no acertar en mi predicción me hizo darme cuenta de que estaba más en baja forma de lo que pensaba. Mi instinto primitivo de diablesa me había fallado. Incluso había visualizado nuestro encuentro.
Eran todo visiones fugaces, pero muy reales. Estábamos en un baño, sería en un pub seguramente, la pared llena de pintadas. Nos comenzamos a besar apasionadamente, nuestros fluidos se mezclaban de nuevo, yo me bajaba a los bajos fondos, buscaba el objeto de mi placer, al que ya conocía bien, y me lo encontraba duro y firme, como yo esperaba. Lo comenzaba a lamer con fruición, mientras con mis manos aprovechaba para acariciar su periné primero, pasando después a rozar el borde del ano con las puntas de los dedos, y acariciando el interior de sus muslos en tensión, y vuelta a empezar, como si mis manos y mi boca estuvieran siguiendo una coreografía infernal. Él me acariciaba el pelo, y deslizaba sus dedos por mi nuca, casi sin rozarme, lo que hacía que se me erizasen los pelos de esa zona. Tras tirar de mí hacía arriba, me subía en volandas y me sentaba en el lavabo, para proceder de una manera magistral a quitarme, después de desprender de mis pies las botas y calcetines, los pantalones y la ropa interior. Yo ya estaba preparada para su penetración, ya que el jugar con su talentosa anatomía me había excitado sobremanera, y mi caverna estaba totalmente húmeda y ardiendo de deseos de encontrarse con otra piel. Las embestidas de mi compañero eran rítmicas, y hacían que mi cuerpo y mi respiración se descompasase esperando ansiosa cada una de ellas. Como bien recordaba, su habilidad hizo que tuviera un orgasmo intenso, que aún siendo una ensoñación provocó en mí un estremecimiento en todo mi cuerpo.
Intentando olvidar todo ello, cogí mi maleta y mi bolso, y me dirigí a la estación de autobuses en un taxi que previamente había llamado. El taxista era un hombre de mediana edad, no especialmente atractivo, pero debido a mi reciente estado de excitación, del cual todavía no me había recuperado, hasta me plantee montármelo con él en cualquier cuneta del camino a la estación. El hombre pareció leer mi mente, porque me pregunto con sonrisa picarona si me estaba mareando, y si quería para un momento en el arcén. Dude por unos segundos, pero finalmente decidí que si me tenía que saciar con alguien no iba a ser él. Así que le conteste de forma brusca, y no volvió a hablarme el resto del camino.
Llegue con tiempo al autobús, y tras una café con leche, y un cigarrillo en la terraza de la cafetería de la estación, procedí a colocar mi maleta, y a acomodarme en mi asiento. El viaje no era muy largo, y llegaría enseguida. Me coloque los auriculares, y cerré los ojos con ánimo de descansar en el trayecto.
Noté que alguien se sentó a mi lado, y entreabrí con disimulo los ojos. Era una anciana, de pelo blanco y de aspecto impoluto, se dio cuenta de que la miraba y me sonrió, como si ya me conociese. Le devolví la sonrisa y volvía a cerrar los ojos.
El autobús arrancó puntual. Ya no había vuelta atrás, por lo menos aprovecharía a embriagarme con los vapores etílicos de los excelentes vinos de la zona.
La música me envolvía y comenzaba a entrar en un estado de somnolencia.
No sé cuánto tiempo transcurrió, pero un frenado brusco hizo que mi cabeza topase con el asiento de delante, y me despertase de golpe de mi estado de letargo.
La anciana permanecía tranquila en el asiento de al lado. Los auriculares se me habían caído, y pude oír entre el jaleo de voces, que la anciana me decía:
– Es un pinchazo, tendremos que parar –Yo le miraba incrédula, y un par de minutos después el chofer nos comunicaba que pararíamos en la siguiente gasolinera porque habíamos sufrido un pinchazo. La anciana me sonrió, y me dijo:
– Seguro que nos viene bien una paradita, dicen que las cosas siempre ocurren por algo ¿No crees niña? – me comentaba mientras me acariciaba el brazo. Esa caricia me produjo una especie de descarga en mi cuerpo.
¿Cómo lo había sabido, era bruja?
Efectivamente en la siguiente gasolinera paramos. Nos dirigimos todos los pasajeros en tropel hacía la única cafetería del lugar. Me armé de paciencia para pedir un café entre tanto jaleo, y cuando lo conseguí me afané por buscar una esquina alejada. Las mesas estaban todas ocupadas, así que me acomode fuera en una barandilla. Cuando me dispuse a encender un cigarro me di cuenta de que mi mechero no se hallaba en mi bolso. Se me debía haber caído con el frenazo.
¡Lo que me faltaba!
Frustrada comencé a jugar con el cigarrillo entre mis dedos. Observaba como bailaba entre ellos cuando de pronto oí una voz conocida que me decía:
– ¡Hola Juliette, cuánto tiempo! –
Eleve la mirada y allí estaban, esos ojos almendrados color miel, y esa sonrisa que tantos sueños me habían robado. ¡No me lo podía creer! Al final mi instinto no estaba del todo errado ¡Era él! No estábamos teniendo sexo en un baño, pero nos habíamos encontrado, algo era algo.
Me encontraba tan nerviosa que me puse a interrogarle atropelladamente. Quería saber que había sido de su vida, por donde andaba ahora, y sobre todo, que hacía allí.
Él se reía, y me pidió calma para contármelo. Resulta que de nuevo estaba dirección Madrid. Estaba haciendo un curso posgrado en Santander, y quería aprovechar el puente para ver a su familia y amigos en Madrid.
Yo escuchaba embobada mientras me lo contaba, hasta que un movimiento brusco de gente hizo de que me diera cuenta de que nos poníamos de nuevo en marcha ¡Vaya mala suerte!
Nos dimos los números de móvil y nos despedimos precipitadamente. Según me dirigía al autobús me di cuenta de que mi vejiga estaba a tope y no aguantaría hasta mi destino. Corrí veloz hacía el servicio, y cuando estaba dentro oí rugir el motor del autobús alejándose, para cerciorarme me asome a una ventanita que había allí, y viéndolo alejarse abrí la puerta cabizbaja con las lagrimas a punto de desbordar mis ojos. Ello hizo que me topara de bruces con mi amigo. Me empujo suavemente otra vez hacía dentro del servicio y cerró la puerta.
– Parece que vas a necesitar que te lleve en coche a la estación de autobuses a recoger tu maleta ¿no Juliette?
Sin tiempo a contestar me comenzó a besar, y mis lágrimas que habían comenzado a derramarse producto de la emoción, se comenzaron a mezclar en nuestros labios. Su sabor salado inundaba mi boca, mientras saboreaba extasiada sus besos.
Las caricias se tropezaban unas con otras, y sin apenas darnos cuenta estábamos completamente desnudos. Él en el inodoro, yo encima de él cabalgando como si fuera mi primera vez. Lo notaba dentro, y con mis músculos vaginales lo apretaba y lo succionaba, haciendo que el placer aumentase exponencialmente. Los besos y mordiscos se sucedían, y todo ello junto con un ritmo bestial hizo de detonante de unos orgasmos densos y palpitantes. No sé cuánto tiempo pasamos allí, pero no paramos hasta que oímos como golpeaban la puerta con violencia. Nuestros cuerpos desnudos y sudorosos se reflejaban vagamente en el espejo del servicio, que habíamos empañado con tanto trajín. Mi cuerpo extasiado me avisaba de que de nuevo mañana tendría agujetas, este muchacho hacía que me olvidase de que mi cuerpo tenía unos límites.
Nos vestimos entre risas, y salimos de allí pasando un pasillo de mujeres mal encaradas.
Tendríamos que darnos prisas para alcanzar al autobús. Mientras salíamos de la cafetería esquivamos a un grupo de pasajeros que se dirigía a ella. Entre el tumulto, paso a mi lado una anciana, que como en una especie de dèjá vu me pareció la del autobús, pero…¡No podía ser!
Se acercó a mí y me dijo:
-Ya te dije que las cosas a veces ocurren por algo Juliette – cuando me rozó volví a sentir una corriente por mi cuerpo, me gire para decirle algo, pero al hacerlo no acerté a verla. Había desaparecido.
Mi amigo esperaba al final de la escalera, y me preguntó:
– ¿Te pasa algo Juliette? –
– No, no. Nada – le conteste mientras me dirigía hacia él
Soy una diablesa, y sé que entre nosotros hay más seres que los que procedemos del averno. Y cómo dicen los gallegos – no creemos en brujas, pero haberlas haylas – y parece que me había cruzado con una en este periplo.
Mi amigo me rodeo con su brazo mientras nos dirigíamos hacía el coche, e hizo que en ese momento se me olvidaran todos mis males.
No sé lo que me esperaba este puente, pero solo por este encuentro fortuito había merecido la pena.
¿O no había sido fortuito? Los encuentros con este chico siempre estaban rodeados de magia. Pero esta vez no perderé el contacto con él, quiero seguir saboreándolo en un futuro, no es fácil encontrar virtuosos como él.
Hoy dormiré tranquila, tranquila y satisfecha.
Que vuestros desiertos os hagan encontrar un vergel. Escuchad a vuestro instinto diablillos, ¡No os fallará!