Ese toro enamorado de la luna
Gigi, La Faraona
Me dispuse a viajar a la tierra media de secano, al lugar de mis ancestros. Hacía muchos años que no me escapaba y estaba ansiosa por llegar.
Es un lugar donde se detiene el tiempo, la vida va a otro ritmo. El Sol abrasador y el cielo estrellado en la noche, hacen que todo sea diferente, otro mundo, otra vida… El paisaje es un bálsamo para los ojos. Sólo encinas, alcornoques y olivos, el resto es de un color amarillo como el mismo sol.
Llegué con la puesta de sol sobre la pequeña laguna, y quise dar un paseo para impregnarme totalmente de esa calma. A lo lejos vi las vallas metálicas que guardan al ganado… y sorpresa, no me acordaba ya, que allí estaban los toros. Soy una persona completamente antitaurina, no entiendo el sufrimiento de un animal y encima que le llamen “arte” o “fiesta”… Pero observar aquel animal por la Dehesa me maravillaba…
Ajeno a su cruel destino, paseaba majestuoso con el resto de su manada. Sus patas musculosas y amplio pecho, acostumbrado a correr libre por el prado… Volví a casa después del paseo, sin poder sacar esa imagen de mi cabeza. A la noche, en cuanto me abandoné a los brazos de Morfeo, empezaron a surgir imágenes en mi mente. Desde muy pequeña, un sueño se repite y es que cada vez que iba a pasar el día por la montaña, por la noche soñaba con ese mismo lugar pero estaba sóla y era de noche. Me imaginaba caminando a oscuras por aquel lugar, entre el miedo y la atracción. Y así, en mi sueño apareció de nuevo el animal… Caminaba despacio al otro lado de la laguna, y yo le observaba desde el lado opuesto.
El reflejo de la luna iluminaba su silueta. Me miró y yo no podía apartar mis ojos de él. Estaba totalmente hechizada… Empezó a dirigirse hacia mí, y según se iba acercando, su silueta cambiaba… Se estilizaba, su color se hacía más claro, y el pelo de su cuerpo desaparecía… Se iba transformando en hombre… Apareció desnudo frente a mi… le observé detenidamente. Su pecho ancho, con una gran cicatriz en el hombro izquierdo. Sus pequeños ojos oscuros me miraron al principio con recelo, y según se acercaba más a mi, ya podía vislumbrar el deseo en ellos.
Ya a pocos centímetros de mi, miró mi boca, y luego mis ojos… Me agarró de los brazos para atraerme hacía él aún más… y me besó, despacio, rozándome los labios, aprendiéndolos, conociéndolos, saboreándolos … Nuestras lenguas se unieron, empezando un ritual desconocido para mi… Todo eran manos, brazos y piernas… Me tumbó en la hierba seca, él sobre mí… besaba mi cuello y el hueco de mi clavícula. Se deslizó despacio hacia mis pechos para meterlos en su boca, como si se amamantara. Mientras su pene rozaba mi sexo, que yo buscaba levantando mis caderas. Besaba mi ombligo, mis ingles, mis labios. Pasó su lengua de fuego por todos mis rincones, saboreándome, conociéndome. Pronto llegué al orgasmo. Mi sexo palpitaba y yo intentaba cerrar mis piernas del éxtasis. Entonces se incorporó un poco y me penetró con fuerza, casi brutalmente. Ese hombre no sólo quería penetrarme con su miembro, sino que quería meterse completamente dentro de mi, fundirse conmigo. Quería sentir lo mismo que sentía yo, quería ser un solo cuerpo, un solo corazón…
Después de varias embestidas, rodamos juntos por la hierba y yo acabé encima, subida a su mástil. Cogió con fuerza mis nalgas y me hizo cabalgar sobre él. Su enorme verga iba creciendo dentro de mi aún más. No podía perderme ese espectáculo, y me bajé de ese trote para poder saborearlo en mi boca. Se puso de pie y yo me puse en cuclillas delante de él. Empecé a saborear su enorme polla, como una hambrienta. Chupé, lamí… apreté su glande entre mi lengua y mi paladar, dibujé círculos, la llené de saliva, bajé a sus testículos para meterlos en mi boca. Ya no pude resistir más y me tragué ese pene. Él agarró mi cabeza y la apretó contra él llegando su polla hasta traspasar mi campanilla. Yo seguía en cuclillas con mi coño chorreando al notar todo su placer. Noté por su respiración acelerada, que iba a llegar al cielo, y esperé que explotara en mi boca, ese liquido caliente, que tragué como un elixir…
Caímos al suelo, para recuperar la respiración pero enseguida volvió a incorporarse sobre mí. Esta vez de forma contraria. Se lanzó sobre mi sexo, a morrearlo llenándolo de saliva, su lengua era una tortura de placer para mí. Me subió las piernas un poco más para llegar a mi ano sin dificultad y empezó a chuparlo, presionando y soltando, presionando y soltando… Yo de mientras, volvía a meterme su polla en mi boca, que ya estaba erecta, subiendo y bajando y me lancé a chupar su culo, a meter mi lengua y bajarla por su escroto…
Tal fue la intensidad, que sus dedos quedaron marcados en mis tobillos… Todo él era intenso…
Sólo quería acariciarle, mis manos dibujaban en su espalda todo lo que estaba sintiendo. Así llegamos hasta que empezaron a desaparecer las estrellas, y llegaba la luz del alba. Abrí por un momento los ojos, y vi los suyos entrecerrados. Miraban los míos gritando que quería más amor en sus venas, que necesitaba más y más volar dentro de mi. Las piernas entrelazadas pedían ser esposadas en ese instante; las manos inquietas, en cambio, deseaban ser libres para viajar por todo mi cuerpo.
Desperté en mi habitación entre sábanas blancas, con la sensación extraña de haberle dejado escapar, de no poder volver a verle jamás… Ahora cada noche, en mis sueños, vuelvo a la laguna, a buscarle… A colgarme de su cuello mientras me llueven sus besos…
Pero no ha vuelto…
La que no falta cada noche, es esa Luna… esa Luna enamorada…