Este soy yo. A la mierda todo.
Hieros Gamos
Nunca he sido un hombre de porte atlético. De pequeño era un niño más bien bajito y rechoncho aunque tampoco nada fuera de lo común. Pese a todo y siendo los niños criaturas potencialmente crueles, se me colgó la etiqueta de «gordo» y así fue durante toda mi niñez. Llegada a la adolescencia y en plena pubertad, las hormonas hicieron su trabajo; pegué un estirón tremendo y me quedé hecho un figurín. Habría sido genial de no ser porque llevaba tantos años asumiendo mi rol de gordo que simplemente no pude ser consciente de ello. Para mi seguía siendo el gordo.
Pasaron los años y una mala racha llego a mi vida. Unos años depresivos en los que el ánimo quedaba por debajo del umbral de la felicidad. En esos años y sin apenas percatarme me refugié en la comida, en una desesperada búsqueda de esa felicidad esquiva que trataba de conseguir literalmente bocado a bocado. Por supuesto engordé. Engordé muchísimo.
Si de pequeño tenía el san benito de gordo, en esta nueva época llegaba a rozar lo insultante. Todo aquel que se cruzaba conmigo lo primero que señalaba era lo mucho que había engordado. Que si deberías hacer dieta, que si deberías comer menos comida basura, que si tendrías que hacer más ejercicio… como si yo fuese tonto y no lo supiera. Simplemente mis energías no daban para ello. Mi sobrepeso me hundía más y al hundirme, devoraba con más ansia cualquier cosa que me hiciese sentir mejor. Me miraba en el espejo y me resultaba difícil reconocer mi ser en aquella criatura que me devolvía la mirada y entonces volvía a comer. Una espiral retroalimentada de destrucción de la que llegué a pensar que jamás podría salir.
Pero salí.
Un día se abre una ventana, ves el cielo azul, sientes la brisa fresca y por fin comprendes que nada es eterno. Ni la tristeza.
Aquella esperanza que pensé perdida apareció de nuevo ante mi puerta; de pronto había un futuro ante mis ojos y no lo iba a desaprovechar. Poco a poco fui controlando mi alimentación y conseguí bajar de peso. No fue fácil ni rápido pero logré quitarme de encima 30 kilos. De pronto volvía a encontrarme en ese espejo maldito que sin pudor ninguno me había mostrado la cruda realidad. Ahora me reconocía. Era yo el que se escondía tras esa mirada. Pasar de nuevo la frontera de los tres dígitos fue un subidón tremendo aunque a pesar de todo, aún me quedaban unos pocos kilos por bajar para poder decir que me encontraba en mi peso. Me quedaban y me quedan, porque desde hace tiempo estoy estancado en esa franja.
La cuestión es que desde que llegué a esta meta provisional, he tenido que dedicar un gran esfuerzo para mantenerla y no desmadrarme de nuevo. A veces ha sido fácil y otras no tanto. Cuando tengo temporadas de fuerte estrés me resulta fácil recaer en el consuelo gastronómico lo que hace que nunca pueda perder ese miedo latente a volver a aquellos años oscuros.
Últimamente estoy en una de esas temporadas; el exceso de trabajo y de diversos proyectos personales me han hecho recuperar algún kilo de más. Menos de lo preocupante pero más de lo deseado. Tanto es así que incluso he llegado a obsesionarme un poco con mi físico. Aparte del sobrepeso que pueda gastar, tengo un montón de defectos físicos: estrías del tiempo en el que engordé, michelines, piel flácida… Me miraba en el espejo y me empezaba a acomplejar. ¿Yo que tantas veces he dicho que la belleza no tiene formas definidas? ¿yo que tanto he reclamado el romper con los cánones? ¿yo voy a empezar a acomplejarme de mi cuerpo?
Pues no. Esta vez no es ni será como entonces. No voy a dejar que el desánimo me pueda. Todas esas marcas me hacen ser quien soy. Todas ellas son recuerdos de un pasado que como el martillo sobre el hierro al rojo, me ha ido forjando hasta ser la persona que soy hoy en día. Sin ello no sería yo así que ¿por qué debo acomplejarme? ¿por qué debo esconderme? No soy perfecto. Nadie lo es. Nadie debería serlo. Soy real. Soy un hombre de verdad. De carne, hueso pensamiento y alma.
Este soy yo, mi cuerpo es tan bello como lo puede ser el de cualquiera simplemente porque es único. Con todos mis defectos y mis virtudes yo reclamo mi derecho a ser Yo.
Y a quien no le guste, que se vaya a la mierda.