Fiesta voyeur
Hieros Gamos
Entráis en el dormitorio como si no existiese nada más en el mundo; abrazándoos, besándoos con pasión, las lenguas enredadas en un húmedo y caliente malabarismo y las manos recorriendo pliegue por pliegue la ropa del otro en busca del más mínimo recoveco por el que entrar a conquistar la fortaleza de carne y deseo.
Y gemidos.
Y os desplomáis en la cama arrancándoos la ropa con pocas sutilezas y demasiadas prisas. El trayecto en el ascensor se ha hecho corto y la vecina que os habéis cruzado os va a hacer famosos en todo el portal.
Pero ahora nada importa, sólo sois deseo y sexo entremezclado con leves formas humanas, piel contra piel, tan cerca que no se podría decir donde termina uno y empieza el otro. Fusión caliente de músculos masajeados, tocados, acariciados…
Pero no estáis solos, unos ojos os miran desde las sombras, una mirada perpleja ante el espectáculo que están presenciando. La sorpresa dura poco y enseguida cambia por una curiosidad implacable y entonces otra mirada más se asoma al escenario. Esta fiesta va a ser interesante.
Vosotros seguís a lo vuestro en el show de baile horizontal que estáis interpretando. La ropa abandonada en el suelo como bajas de una guerra despiadada y las sábanas desmoronadas por el otro lado a modo de telón en un decadente teatro de calor húmedo. Entonces las miradas salen de su escondrijo y se aproximan a la cama mirándoos con verdadera curiosidad. Vosotros seguís ya sin freno ni barreras, penetrándola sin piedad con sísmicos empujones mientras ella grita por la desesperación de, a pesar de todo, querer más. Mientras las miradas ya sin pudor deciden acercarse, notando el aroma de vuestra ropa y guiadas por el jadeo incesante que se escucha. Ahora vuestro dueto se ha convertido en una fiesta a cuatro.
Tu sigues intentando complacer a tu compañera, moviendo tus caderas despacio pero con firmeza, tratando de buscar su punto G, entonces las dos invitadas se suman a la fiesta. Se abalanzan sobre la cama con envidia, ya que ellas también se lo quieren pasar así de bien. Te reclaman una y otra vez y aunque intentas hacerlas comprender que ahora eres sólo de tu pareja, ellas insistentes no pierden ni una oportunidad de reclamar tus caricias. Malditas brujas viciosas.
Cambiáis de postura, tu chica se pone arriba y te monta con bravura, mientras se acaricia los pechos con una mano y el clítoris con la otra. A ella le da igual la compañía y casi hasta tú, en su mundo en este momento sólo hay dos cosas: las que le dan placer y las que no. El resto es irrelevante.
Y mientras tu jinete te convierte en su montura, tu tratas de complacerlas a todas; coges el ritmo de tu chica para que la penetración sea más profunda y mientras tanto acaricias a una de las visitas sorpresa mientras la otra te reclama más y más, frotándose contra tu cuerpo.
A ti te empieza a superar la situación, ya casi no te puedes concentrar en el acto, en esta cama hay demasiada gente, el fin está cerca y escuchar los gemidos de tu chica apunto de alcanzar el orgasmo es el detonante final para correrte dentro de ella mientras tratas de zafarte de las dos mironas.
Descargados, os relajáis tu chica y tu abrazados tratando de recuperar el aliento mientras tú piensas “joder, que difícil es follar con dos gatos dando por culo”