Las tres Reinas Majas y sus Pajas Reales
Hieros Gamos
Ayer fue quizás la noche más mágica del año. Esa noche en la que esperamos con ansia e ilusión a los tres grandes magos (no, no son Saruman, Gandalf y Radagast). Una noche especial… para vosotros humanos. Para un diablo como yo, es una noche como cualquier otra, a fin de cuentas muy bueno no he sido y de traerme carbón, seguro que no lo acompañan con unas chuletas, aparte que con las actuales leyes sobre inmigración, tres hombres procedentes de oriente cargados de bultos sospechosos y montados en camellos, no llegarían muy lejos. Conclusión: me fui a la cama a ver si con un poco suerte me encontraba con algún súcubo por el astral.
A media noche me desperté. No es nada fuera de lo común pues el insomnio es mi viejo compañero de juegos, así que encendí un cigarro, entreabrí un poco la ventana y me dediqué a disfrutar de esa agradable sensación de estar calentinto bajo las mantas mientras la fría brisa de la noche invernal te acaricia el rostro. Una calada tras otra y de forma instintiva me llevé la mano a la entrepierna. No podía ser de otra manera, tenía una media erección que incitaba al onanismo. Mientras lentamente me acariciaba con una mano, con la otra iba fumando del cigarrillo regodeándome en ambos placeres hasta que de pronto escucho un ruido raro en el salón. Me quedé a media calada y a media paja agudizando el oído y entonces lo escuché con claridad; unas pisadas y el murmullo de unas voces. No voy a decir que me asusté. A un diablo como yo no le preocupa la muerte, ya la he vivido en infinidad de vidas, pero sí que me entró la curiosidad ¿quien sería tan idiota de venir a robar a casa de un hijo de Caín?
Me levanté, apagué el cigarro y sin molestarme en vestirme, con mi pene medio erecto salí de la habitación. Sería divertido ver las caras de los furtivos invasores al verme llegar de este modo.
-Si queréis hurtar en esta casa, primero tendréis que pagar el peaje -dije fanfarrón en el momento de cruzar el umbral de la puerta. Entonces y contra todo pronóstico me quedé sin palabras. Para ser unos ladrones eran desde luego de lo más peculiares. Concretamente eran tres mujeres de excelente anatomía, exóticos rasgos y precariamente vestidas.
-Bueno, si esas son las normas de esta morada, sería un agravio inadmisible no cumplirlas -dijo una de ellas mirándome la polla mientras se mordía el labio. Las otras dos me miraban con ojos lujuriosos y una sonrisa en la boca que me daba a entender que no les desagradaba la idea. Muy tranquilas las noté dadas las circunstancias.
-No es que me moleste vuestra presencia ni lo que es obvio que va a pasar en unos instantes pero ¿podría saber quiénes sois?
-Querido diablo, somos las tres Reinas Majas de oriente. Yo soy Parvati, ella es Aeval y aquella Anahita. Hemos venido desde muy lejos a sabiendas de que has sido un niño muy malo, para obsequiarte con una Paja Real.
Unos segundos de silencio. Las miro con cara de poker. -Está bien, ya que ha sido un viaje tan largo, que no sea en balde. -Una inesperada paja entre tres hermosas reinas siempre es mejor que un sobeteo perezoso en soledad.
Dicho y hecho. No lo dudaron ni medio segundo, se abalanzaron sobre mi y me tumbaron en el suelo, allí mismo, en el salón. Entre risas cómplices me rodearon acariciándome el cuerpo. No es que me hiciese mucha falta, a esas alturas ya tenía la polla dura como la mesana de un barco. Entonces me mostraron tres pequeñas cajas que traían consigo. No sólo me esperaba una Paja Real sino que además traían ofrendas; Parvati fue la primera en abrir su caja y dentro se encontraban unas preciosas bolas tailandesas de nacar. Aeval traía un delicado frasco de cristal que contenía un lubricante con aroma a nueces. En la caja de Anahita se encontraban unas pequeñas pinzas de oro. Interesante.
Comenzó Aeval con el lubricante que fue derramando en mi pene muy despacio. Era curiosamente cálido y particularmente sedoso. Entonces, con mi miembro bien lubricado, lo tomó con una mano y comenzó a masajearlo arriba y abajo, despacio y agudizando con precisión la fuerza en cada momento. Con la otra mano me acariciaba los testículos con la misma maestría que mostraba en mi pene. Entonces se acercó Parvati con las bolas y aprovechando que el lubricante había resbalado hasta mi ano, acercó la primera, juguetona, y la introdujo muy despacio. Notaba esa pequeña bola resbalar dentro de mi mientras Aeval seguía con su diestro masaje. Una bola más. Luego otra, después otra… poco a poco iba introduciendo las piezas de nacar por mi culo acompasándo con los movimientos de Aeval.
Ellas reían complices. Yo tumbado, relajado y con los ojos cerrados, dejándome llevar de tal inseperado y placentero regalo, casi olvidé a Anahita pero la recordé de pronto cuando noté el frío metal en mis pezones en contraste con el cálido lubricante. Sin mediar palabra me puso las pinzas que apretaban lo justo para mantenerme en el límite entre el placer y el dolor. Las pinzas, que iban unidas por una cadena de oro las usaba como si fueran las riendas de mi gozo. Fue increíble la compenetración que tenían una con las manos, la otra con las bolas y la tercera con las pinzas apretándolas y tirando de ellas para incrementar mi deseo. Así siguieron un rato, escuchando mis gemidos como si fuese una partitura de la música que estaban creando con mi cuerpo. Unas manos en mis genitales, unas bolas rozándo mi próstata y las pinzas estirando de mis pezones. Mucho más no iba a poder aguantar. En el momento del paroxismo y como si todas lo tuviesen ensayado, me dieron el remate final; Parvati sacando las bolas al ritmo de mis contracciones mientras Aeval apretaba mis testiculos y frotaba rápido mi glande y Anahita torturaba mis pezones acallando mis gemidos de placer con un largo y húmedo beso en la boca.
Ahí me quedé, con una sonrisa bobalicona, tirado en el suelo e impregnado en mi propio semen. Con los ojos cerrados sólo atiné a escuchar unas palabras jocosas;
-Si este año eres así de malo, volveremos a vernos.
Las risas se alejaban mientras yo jadeante y extasiado me quedaba dormido.
A la mañana desperté en la cama. Habría jurado que todo fue un sueño si no fuese porque el aroma a nueces impregnaba la casa, me escocía el ano y aún conservaba las pinzas puestas.
Al final va a ser verdad que es una noche mágica. El año que viene la esperaré con ansia.
Foto de portada: DevilBao.