Personal shopper inesperada
Angel&Demonio
Se acaba la primavera y yo sin nada que ponerme. Mi fondo de armario está un poco desanimado. Tendré que darle una vuelta a mis trapitos porque no sé que ponerme y no me veo bien con nada. Así que voy a poner en práctica eso que dicen que, para gustar a los demás, primero tienes que gustarte a ti mismo. Me encanta gustarme a mí mismo, sobretodo en la ducha, enjabonándome todo el cuerpo con las manos, poco a poco, y frotar mi pene hasta estar muy, muy duro y acabar con el beso blanquecino sintiendo el calor del agua por mi cuerpo.
Pues ¡al lío! ¡Me voy de compras! Además, el día y la hora más apropiadas, un jueves a las diez de la mañana, ni un alma pecadora en las tiendas, salvo algún satélite como yo y las morbosas dependientas, ¡perfecto!
A veces creo que, en vez de seleccionar las dependientas por currículum, les hacen un casting, con ropa, sin ropa y en ropa interior, porque son endiabladamente sexys.
Me gusta mirarlas de reojo, el cuerpazo que tienen y como lo mueven, recolocando y ordenando la ropa; la misma que suele acabar esparcida por toda la casa, desvestida de cualquier manera porque no puedes separar tus labios del cuerpo de la otra persona.
Recorro andando las calles de Bilbao contemplando la vida de la ciudad. Observo a la gente que se cruza o pasa a mi lado. Recreo mi mente fantaseando como serán sus vidas privadas y sus vidas íntimas; como les gusta acariciar, y que les acaricien, como se mirarán en el espejo mientras se desnudan, como abrazarán, besarán y como gimen; adivinar cómo les gusta el sexo: suave o efusivo, obsceno o romántico, silencioso o escandaloso… Qué mirada tendrán cuando llegan al clímax y como desfallecen exhaustos arrollados por el deseo. Me gusta meterme en sus pieles y sentir todas esas sensaciones en mi propio cuerpo.
Entro en cada tienda siguiendo mismo ritual. Echo un vistazo general por toda la tienda, buscando ideas en cualquier exposición o maniquí, en la ropa para chicas y para chicos, colores, prendas, lo que sea. Cojo lo que me seduce y me voy al probador cargado con prendas, me desnudo y empiezo a probarme la ropa.
Hoy las musas no están poniendo nada de su parte, no sé dónde coño se habrán metido, se estarán descojonando por las esquinas, porque está claro que están pasando de mí.
Con mi paciencia infinita entro en otra tienda. Lo mismo, busco y rebusco entre las posibilidades perfectamente ordenadas. Abstraído en la búsqueda y captura de mis musas, me despierta una dependienta.
-¿Te puedo ayudar? Me pregunta.
Viste con las prendas de la marca, como no: leggings negros maravillosos, impecables, absolutos (en mi opinión, a la o al que inventó esta prenda, tendrían que hacerle hijo honorífico de todo mundo mundial), camisa entallada de cuadros grandes color turquesa y blanco y abierta lo justo, para desear cartografiar ese escote de pechos redonditos con pezones puntiagudos.
-Sí, por favor, que hoy puedo ser capaz de conjuntar las camisas de rayas con los pantalones de cuadros.
Después de la carcajada regalada por la broma fácil, afila la mirada, me desnuda de un vistazo y mordiéndose el labio inferior me propone:
-Déjame ser tu personal-shopper, métete en el probador y yo te iré llevando cositas.
Y para allí que me voy mandando a la mierda a la jodidas musas.
La espero apoyado en el barrote del probador cuando entra en el pasillo, y cogiéndome de la mano, me lleva al de minusválidos.
-Aquí estaremos más cómodos, que es más grande. Toma, empezaremos con esto.
Qué bueno, este sí que es un buen servicio. Y empiezo el remake a lo Pretty woman, pero esta vez yo en el papel de Julia Roberts. A cada modelito que me pruebo, me mira, mira al espejo y me vuelve a mirar, tuerce la cabeza y se humedece los labios. Apartamos lo que nos gusta, y lo que no, lo cambia por otras prendas. Ya no avisa cuando va a entrar, ni falta que hace; disfruta de las vistas y no va a dejar de hacerlo; hoy no, desea lo que mira y lo quiere para sí, quiere poseerlo.
Cada vez que me desnudo se le eriza la piel. Examina mi cuerpo centímetro a centímetro tan cerca de mí que puedo sentir el calor de su deseo, la electricidad de su entrepierna al contacto con la humedad, y eso me excita hasta el punto de arrancar gotas de semen que mojan mi ropa interior.
Mientras me ajusto los pantalones negros encerados que me ha traído, observa el espectáculo que estoy representando solamente para ella. Pega su cuerpo al mío y quitándome las manos de la cinturilla me abrocha los botones y pasea sus manos por el paquete, acomodándomelo, al menos lo que mi polla de piedra se lo permite. Suavemente desliza una mano por dentro de mi bóxer ajustado y agarrando el tronco de mi falo, empieza a masajearlo rítmicamente. Moviéndose muy despacio, sin apartar sus ojos de los míos, se pone enfrente, ofreciéndome sus labios mojados entreabiertos. Con el calor de nuestras lenguas entrelazadas me desabrocha los botones del pantalón que la separan del objeto de su deseo, y con un tirón seco, me baja todo hasta los muslos. Mi glande juega con el piercing de su ombligo debajo de su camisa mientras ella surca mi culo con sus uñas. Como en una coreografía ensayada, se da la vuelta y sigue torturándome frotando su trasero con mi miembro. Con su camisa desabrochada masajea sus pechos, recorre las aureolas y tira suavemente de los pezones; al liberarlos, su cuerpo se estremece contra el mío pidiendo un poco más.
Nuestras miradas unidas a través del espejo contemplan el fervor de nuestros rostros. Inclinando el cuerpo hacia delante se baja los leggings junto con el culotte mostrándome su precioso culito en pompa. Mis dedos entran sin dificultad en una preciosa vulva vellosa. Su respiración entrecortada se convierte en jadeos con cada movimiento. Humedeciendo mi polla con su lengua, comprueba que mi firmeza es como desea y, volviéndose hacia el espejo, se clava en mi. Agarrada al espejo y sujeta por las caderas con mis manos, nos miramos a los ojos mientras sincronizamos nuestros movimientos. Con calma, desde la punta hasta la base, nos encajamos a la perfección subiendo la temperatura con cada empujón. Sus pezones de rubí se bambolean en el reflejo del espejo. Con una mano acariciándose el clítoris y la otra a mi muñeca, aumenta el rimo de las embestidas a demanda de su deseo. Pega su espalda a mi pecho para ahogar con nuestros labios los jadeos de un orgasmo sincronizado. Así abrazados, esperamos a que los espasmos involuntarios se calmen. Con la respiración aún acelerada nos besamos abrazados, convirtiendo el momento en uno de los más especiales que he tenido.
Nuestras miradas no se apartan del otro ni al pagar las prendas, ni al guardarlas en las bolsas. No hay despedida, sólo un hasta pronto. No ha sido un encuentro casual: las energías nos han juntado por azar del destino y sabemos que nos volverían a juntar.