Relax
Angel&Demonio
Relax. Qué bien suena esa palabra.
La calma que inunda la mente y el cuerpo. Hacer las tareas cotidianas con tranquilidad, o no hacerlas o dejarlas para luego, no andar con el reloj pegado al culo. A eso le llamo yo estar relajado, dejarte fluir… y esa sensación me la dan las vacaciones. Una semana después de empezarlas, me levanto todos los días con esa sensación.
Me gusta despertarme con la luz del sol que entra por la cristalera de la terraza y remolonear un poco entre las sabanas; el tacto de la tela contra la piel me despierta la entrepierna y empiezo el día con el saludo al sol. Salto de la cama totalmente relajado y… empalmado; hoy no le pienso ayudar al pequeño demonio, ya se aburrirá y se calmará.
Con las pilas cargadas me preparo el desayuno, zumo recién exprimido y un café. Me calzo mis inseparables compañeras quema kilómetros y me hago el entreno diario. Hoy más exigente de lo normal; me siento en plena forma! Sin satélites que me absorben la energía.
Después del ejercicio, una buena ducha, de esas que me gustan, y voy a por el segundo desayuno; esta vez más completo: tostadas con aceite y fruta, todo ello regado con otro zumo fresquito. Me lo tomo en la terraza, con un poco de música como compañía, eso sí, tapado con una toalla de manos, no se vaya a escandalizar medio barrio. Y mientras repongo las energías, pienso qué voy a hacer hoy.
Hoy toca playa. Nudista, como no. Subo la música a tope y preparo la mochila: toalla de las grandes…grandes, ebook , una neverita con un par de cervezas y un paquete de frutos secos.
Me embadurno de protector solar en la terraza sintiendo el calor del sol en toda mi piel; seguro que algún vecino se está muriendo de la risa al ver las posturas que pongo cuando intento darme la espesa crema en la espalda, es como para grabarlo y colgarlo en internet. Tiene que haber algún truco para extender la crema por la espalda y que no se te queme a ronchas, que se te queda como el laberinto de un libro de pasatiempos.
Decido dejar la moto aparcada hoy; merece la pena ir paseando, no hay mucha distancia desde Plentzia hasta Barrica y disfrutaré del paseo. El olor del salitre y el claqueteo de las chanclas me acompañan todo el camino. Perdido en mi mundo de fantasías llego a la playa sin haber sido consciente del trayecto. Habrá sido la costumbre. Sin quitarme las chanclas cruzo la playa de piedritas pequeñas mientras saludo a los habituales, hasta llegar a la parte más alejada de la entrada; se está más tranquilo a pesar de ser una playa diminuta.
Acabado el ritual de colocar la toalla y la mochila, que he tenido que sacudir tres veces, porque, cuando no se dobla una esquina, se llena de arena, y si no las dos cosas; y doy más vueltas alrededor de la toalla que un perro cuando encuentra un sitio para tumbarse.
Por fin, me desnudo y me doy un buen chombo. Para cuando me acostumbro al fresquito del agua, mi polla ha huido al interior de mi cuerpo, dejando fuera una birriosa piel totalmente arrugada. En la misma situación las chicas ganan puntos: con el frio se les ponen los pezones tan tiesos que se pueden colgar albornoces en ellos, y nosotros, en cambio, perdemos todo el glamour.
Me acomodo en la toalla y dejo que el astro rey seque las gotas de agua de mi cuerpo. Con los ojos cerrados, noto que voy recuperando la temperatura; intuyo como mi glande se asoma, receloso, por el prepucio para asegurarse que estoy lo bastante lejos del agua como para poder salir sin riesgo de volver a ser torturado; sin querer se me escapa una carcajada; será cobarde el tío!!!
Siento como recupera su tamaño poco a poco, como si fuera una de esas reproducciones de la tele que se ve cómo crece una planta, y como se desploma hacia la izquierda (cada uno carga hacia donde carga, cosas de la naturaleza).
Los dos bien acomodados, nos pegamos un baño de sol escuchando música por los auriculares, con el sonido de las olas de fondo y entramos en trance lentamente. Abultados por la calidez del sol, sentimos una sombra cruzar varias veces buscando un sitio donde asentarse; entreabro un ojo y distingo a contra luz la silueta de una chica un tanto indecisa y nerviosa.
Al cabo de un minuto deja caer un capazo del tamaño de un zeppelin, y siento como la arena me cae encima.
Ohmm!! Fuera ya del trance, espero el siguiente movimiento; bueno, por lo menos ya ha decidido el sitio.
Saca todo el contenido del baúl de la Piquer para rescatar la toalla y extenderla sobre la arena. Se sienta, pero encima de una piedra. Se levanta, quita la piedra y se vuelve a sentar; ¡¡y Se vuelve a levantar!! Esta vez para guardar todo en el capazo!!
¡¡¿¿Pero no va a estar quieta la criatura??!!
Se vuelve a sentar, por fin!!…pero se vuelve a levantar, bufff, que agonía!! Esta vez ¡¡¡para quitarse las chanclas!!! ¿¿¿Hay que levantarse para quitarse las chanclas???
Abro los ojos, y, al menos, me regala una preciosa estampa de su culito redondito debajo del vestido de verano, y una vulva tapada por un tanga envejecido. Me gusta mucho ese tipo de ropa, así, envejecido, porque tiene mucha vida: a saber cuántas veces habrá atrapado la humedad de su propietaria para que no se resbale por los muslos, a saber cuántas veces habrá permitido el paso de los dedos de su propietaria, para que acariciaran el tesoro que defiende, quién sabe cuántas veces han vuelto a casa en el bolsillo trasero del pantalón…
Con la mirada puesta en su trasero, me incorporo y me apoyo en los codos. Esta vez está volviendo a extender la toalla, normal, con tanto trajín, para arriba y para abajo, yo también hubiera intentado huir. Verla así me recuerda una escena de Mr. Bean, y se me escapa una risita.
Parece que es un sol de chica, pero con un mal día.
-¿quieres que te ayude? Le digo.
-bueno- me dice girando la cabeza, – ¿ME ESTABAS MIRANDO EL CULO? –pregunta con cara de mosqueo.
– pues, sí, pero también te lo iba a ver enseguida- le respondo
-joder, pues es verdad! Que mierda de mañana llevo- me confirma.
Me levanto de un salto y entre los dos colocamos la toalla. Por fin se queda sentada, al menos un rato, hasta que se levanta a quitarse la ropa.
Sentado frente a ella la miro desnudarse. Exhala el aire despacio como intentando relajarse. Sabe que ha llegado al lugar perfecto para ello. Guarda la ropa hecha una bola olvidando el tanga al lado del tabaco.
Pobre. ¿Quién no ha tenido un día así? Y ella aún no ha perdido el humor. Pero que dulzura!!!
Después de cuatro vueltas dentro del capazo infinito, sale de él con la crema para el sol en la mano y se la extiende con cuidado, se nota que le gusta cuidar de su cuerpo.
Me ofrezco para darle crema en la espalda, y mientras lo hago, cierra los ojos: empieza su momento zen!
Se tumba boca abajo, abre el libro.
Lo cierra, enciende un cigarro.
Abre el libro, se tumba, y así aguanta los diez segundos más tranquilos de toda la mañana.
Cierra el libro de un golpe se sienta con la piernas cruzadas mirándome.
-¿te importa que hablemos? Es que no me puedo concentrar, estoy un poco estresada.
Un poco dice!! Pero si es puro desasosiego!!
-No, claro que no- y es la verdad, me ha caído fenomenal.
Me siento como ella, mirándola, y se me van los ojos a esa vulva abierta por la postura. Los labios entreabiertos se unen al capuchón del clítoris que se asoma provocador. Mi compañero de placeres se despereza con un agradable cosquilleo, y cambia de postura.
Empezamos a hablar y….bla, bla, bla, bla, bla, bla…. No para, es como una metralleta. Al poco rato mi cuerpo entra en modo autoprotección y bloquea mi cerebro dejándolo en standbay.
-paraaaa!! – le digo. -Tú estás muy estresada, se nota. Y me doy cuenta de cómo se lo he dicho, cuando veo que me pone pucheros.
Que bruto soy!! Ella ha sido amable conmigo todo el rato y yo un capullo.
Para compensarla le propongo un masaje relajante y se le ilumina la cara con una sonrisa llena de dientes.
Me acerco a su espalda y le pido que cierre los ojos y respire muy despacio. Mis dedos empiezan a amasar su cuello lentamente, suben por la base del cráneo para acabar en las sienes. Allí trabajan para quitar la tensión. Desde esta perspectiva veo sus pechos, sus pezones en punta y un poco los labios de su vagina. Maravillosas vistas. Y mi amigo pequeño se está viniendo arriba y ya no es tan pequeño.
Me obligo a concentrarme en mi paciente y no en sus lascivas curvas, o esto va a acabar con un tortazo en cara, o no?
A esta pobre le está costando relajarse. Tendré que emplear otras estrategias. Seguido, veo que baja una mano hasta su sexo y empieza a acariciarse. Sorprendido por la naturalidad sigo con el masaje. Ella aumenta el ritmo y pasea sus dedos desde su clítoris a los labios, se introduce la yema de los dedos y vuelve al clítoris, así cadente, continúa despacio. Poco a poco noto que su cuello está más blando. Qué buena técnica de relajación. Pero a mí me está poniendo más caliente que el cenicero de un bingo, y tengo que atrasar el culo para no ensartarla con mi polla.
Al poco, me agarra la mano y la cambia por la suya.
-continua tu, porfa- y se pega a mi polla dejándome más abertura para el masaje. Le gusta el contacto de mi polla en la espalda; le excita su calor, el contacto. Despacio, dibujo círculos con mis dedos, atrapo el clítoris entre mis dedos, lo masajeo. Su respiración se acelera, empieza a jadear dulcemente. Su flujo impregna mis yemas. Introduzco un dedo y luego otro, mantengo el ritmo; su espalda se arquea contra mí, me frota el pene con ella. Los dos nos excitamos con nuestro contacto. Cada vez está más cerca del clímax, más mojada, más excitada. Noto los espasmos de su pelvis contra la palma de mi mano y encajo mis dedos hasta el fondo de su sexo; se mueve para sentirme más profundamente, más intensamente. Busca mis labios con los suyos y con gemido callado se deja llevar, se abandona al éxtasis con un orgasmo largo e interminable. Saca mis dedos lentamente de su cuerpo totalmente laxo y me los lleva a mi boca para que saboree el relax que le he ayudado a conseguir.
Totalmente relajada, me regala un profundo beso y se tumba a descansar. Con los ojos cerrados me susurra:
– descansa, que luego es tu turno, que te veo muy estresado.