Sexomnio
Moonlight
Mi chico y yo estábamos de visita unos días en casa de su madre, que vive fuera. Estaban siendo unas vacaciones entretenidas, quedando con amigos que hace tiempo que no veíamos, pasándolo genial, y por supuesto, trasnochando y cansándonos muchísimo.
En nuestro tercer día de vacaciones, los dos caímos rendidos en la cama, nos dimos nuestro beso de buenas noches y nuestro “te quiero” nocturno habitual, y tardamos décimas de segundo en dormirnos.
Cual fue mi sorpresa cuando me despiertan unos dedos apretándome un pezón. Unos dedos que habían buscado mi pecho por debajo del pijama y jugueteaban con mi pezón al parecer desde hace un rato, porque poco después noté que mi caverna ya estaba húmeda.
Él notó mi reacción, se me acercó y comenzó a acariciarme más intensamente. Me besaba la cara, los labios, la oreja, el cuello… con un poco de prisa pero haciéndose también de rogar. Yo estaba sorprendida. Normalmente soy yo quien comienza el ritual, quien insiste mendigando sexo, y rara vez consigo que despierte y me haga caso. Pero esta vez él estaba entregadísimo. Me acariciaba, me besaba y gemía como si no hubiera un mañana. Yo, sorprendida y encantada como nunca, ¡y jodida! Porque os recuerdo que estábamos en casa de su madre y no podía gritar a gusto, aunque a él no parecía importarle.
Se puso sobre mí. Se quitó su ropa interior y me quito la mía, y se puso sobre mí. No dejaba de acariciarme ni un momento, por todo el cuerpo, mis costados, la cadera, mis brazos, mis pechos, mis hombros… me penetró firmemente. Entró fácil, dura y caliente, sacándome un graznido ahogado de mi garganta. ¡Dios! Aún estaba medio dormida, sintiendo al máximo y poniendo todo mi esfuerzo en ahogar mis gemidos para que no nos oyeran desde la habitación de al lado. Notaba su pene entrando y saliendo de mi, despacio, sentido y potente. Su cuerpo cubría el mío completamente, y seguía acariciándome sin parar. Su aliento y su respiración en mi oreja creaban oleadas de calor por todo mi cuerpo. Pocas veces le había visto tan entregado a darme placer desde hacía años, incluso mi orgasmo me pilló casi desprevenida. Y aun así siguió penetrándome, se notaba cada milímetro de piel rozándose cada vez que entraba y salía, y momentos después se corrió dentro de mi, con un gemido potente. Se relajó sobre mi cuerpo, aunque no estaba muy tenso. Nuestras respiraciones se acompasaron poco a poco, me besó tiernamente en la mejilla, y tras unos minutos de relax se retiró a su lado de la cama. No dijo nada. Respiraba tranquilo y satisfecho. Lo abracé, muy satisfecha y todavía anonadada, y volví a dormirme casi al instante con una sonrisa dibujada en los labios.
Sonó el despertador por la mañana. Habíamos vuelto a quedar con los amigos para pasar el día. Remoloneamos un poco en la cama como habitualmente, con sonidos de pereza y abracitos. Por fin nos levantamos. Mientras estábamos vistiéndonos aún adormilados, comencé la conversación:
– Esta noche estabas entregado, eh? Lo has dado todo…
Me miró arrugando la nariz, con cara de póker.
– ¿Qué dices nena?
– Mmmmmmm…. esta noche… esta noche me has hecho el amor como hacía años que no me tocabas…
Su cara de extrañeza le delataba.
– ¿¡Me estás diciendo que no te acuerdas!?
– No… no sé… aunque ahora entiendo porqué me he despertado sin calzoncillos…
Y siguió vistiéndose.
Tócate los cojones.
Nuestro mejor polvazo en los últimos años y resulta que él estaba dormido como un bendito. Que no, que no se acuerda.
En fin… que me quiten lo “bailao”…