Una de cabaret
Satiricón
Los sátiros, por mucha fama que tengamos de bucólicos y agrestes, somos unos animales tremendamente sociables, casi siempre alegres por una primera copa de vino para compartir con los amigos de las urbes – ¿acaso hubo una última para nosotros? – así que me dispuse a comerme el mundo de cintura para abajo un viernes por la noche. Me encontré con Dos de Corazones y decidí seguirle en sus planes nocturnos. Gran decisión.
Una calle insulsa, típica de la noche ibérica, rancio olor a orín en las esquinas, personas transformándose en borrachos y las carcajadas de pan en la lejanía. Una negra verja, un blanco portal y una roja habitación. Los bombones, el veneno y este teatro te llegan en pequeñas dosis.
Apenas un salón y empieza la magia.
Primero, cómplice oscuridad que precede a deliciosos mordiscos y así fue la primera dentellada: música, el alcohol etéreo para la mente, una voz sin rostro nos susurra a las apenas veinticinco personas de la sala, clama nuestra atención, luces llenan la sala, la obtiene, uhmmm. Medias rotas, encajes, corsé, gorra nazi, la viva imagen de madame del bondage con la voz firme de un general y seductora de una sirena, rodeada de un pelotón de decadentes y tentadoras putas, actrices fuera de esos tres metros cuadrados pero dentro la viva imagen de los puertos, barrios rojos y los viejos lupanares de la Subura, delicioso.
Bailan con movimientos sincronizados, nos deleitan los sentidos. Seis ninfas de diferentes palos: rubias, morenas, altas; da igual como las describas, más allá del físico y, creedme, podríais pasar horas admirando esas obras de arte, enterrando la nariz en sus melenas y deseando dormir para siempre. Venderías tu alma por tocar sus labios, al tocarlos con los tuyos sería como ese primer trago de vino de la infancia, abrasador, cálido, dulce y amargo, los pechos encajados en los corsés te miran ellos a ti, te embelesan y gritan estoy aquí. Podrías avergonzarte si no estuvieras deleitándote. Un paso más allá está la evocación, su trabajo como actrices que, sin más ayuda que su arte, consiguen que, sin decorado ni puesta en escena y con apenas unas luces, te transportes al Kit Kat Club.
Y aparecen los chicos, una maravillosa loca y un follador, cada uno con su estilo de la amatoria: la loca que no lo era tanto con sus movimientos fluidos y su risa inundando la sala; el follador mirando tanto a hombres como mujeres, y todos sabemos que si se puede correr a él le da igual donde meterla. Si no fuese la viva imagen de Príapo estaría terriblemente cachondo.
Sólo era la presentación.
Y comienza la obra, entran los diferentes personajes. Un apacible escritor americano – si Hemingway era la imagen del tipo duro-ofensivo, el señorito Isherwood, creo recordar, es la imagen del engaño, un Loki con pintas de maestrillo que se deja amar por ambos sexos y que, sólo con las historias de alcoba que tiene, podría sacar volúmenes de cuentos para no dormir, más bien para emular, coincide en escena con toda clase de especímenes: un avezado “transportista” metido en política, varias chicas de grata moral para el desenfreno, una prostituta con más marineros en su cama que la tripulación de la armada invencible, un apacible frutero con un negro futuro en la Alemania de los años treinta pero con un corazón dispuesto a luchar, un casera superviviente a costa de todo, incluso el amor, el primo de la prostituta que es tan Sátiro como yo y el ya mencionado follador, que reparte más besos en la obra que el Papa en misa de Navidad, y una mención especial para la british del grupo, Sally Bowles.
Descarada es quedarse corto, sensual, ardiente hasta dar pena pensar que es una actuación, que es un personaje. ¡Qué mujer! Habla sin tapujos sobre todo, lo que quiere lo obtiene. La única pega, la frivolidad, el refugiarse en fiestas, alcohol y orgías, sexo desenfrenado, sexo a cambio de papeles en obras o de bailar en el cabaret, ese es su pecado. No os engañéis, todo lo anterior me encanta, pero no como un refugio de la realidad, no como un vía de escape para no pensar en esos camisas pardas, que odian, odian a los judíos, a los extranjeros que lo odian todo. La frivolidad es un acto inmaduro y para mi el placer es sagrado, debe acompañar la vida y ser un instrumento para alcanzar la felicidad. La frivolidad en cambio te conduce al choque con la realidad, pasa en la obra y es jodidamente espectacular, te deja hecho mierda, te rompe los esquemas y lo único que puedes pensar es bravo joder, bravo. Bravo por esos actores, por la directora y por una noche que estaba empezando por todo lo alto.
Quizás no sea un vicioso irremediable ni un empotrador con libido inagotable como mis hermanos faunos y sátiros, pero este Dos de corazones me llevó a una obra que me hizo arrastrarme a las pasiones humanas, acabando con un coitus interruptus amargo que hizo apetitosa toda la obra. Sólo puedo definirlo así: Cabaret es como es, es placer.
Os tienta.
¿ De qué sirve quedarse sola en la habitación?
Ve a oír la musica en directo, la vida es un cabaret, amiga, id al CABARET.