Diario del buen amor: capítulo 9
Diablos Invitados
Autor: Ritxard Agirre
SUERTE
“Sólo los verdaderamente apasionados pueden ser verdaderamente fríos”.
José Bergamín
A veces, las insípidas y encogidas tardes de invierno son deliciosas por el consecuente polvo a la casada de turno, y es que beneficiarte a una mujer con pareja es una experiencia liberadora. Tienes todos los derechos y ninguna obligación, lo cual crea el mejor sexo, y si es en su casa y en su cama, el placer se triplica. Además, es mi naturaleza ser así. Soy incapaz de tener pareja, me dejan porque soy libre. Pero me da igual. Puede que no sea el marido de nadie, pero sí el amante de muchas. Amo a todas y a la vez a ninguna. Tal vez sea una reflexión ególatra, pero lo importante en esta vida es respetar las mentiras de los demás, y esta es la mía.
Una mentira divertida para mí, y en este caso compartida con la esposa de vete a saber quién.
–¡Ay, amore! –gozaba la infiel–. ¡Cómo te extrañé! ¡Sigue! No pares. Me voy a correr otra vez –un éxtasis que se tornaba eterno; yo sobre ella, poseyéndola como un toro, su dorado pelo larguísimo y ondulado, sus ojos verdes brillantes que cegaban de tantos orgasmos, busto firme y sonrosado, caderas anchas y fuertes, que me atrapaban con sus piernas, temerosa tal vez de que se fuera de repente el hombre que la cubría poderoso. El celular nos sorprendió molestando nuestro pequeño paraíso–. Tal vez debiera coger –señaló, interrumpiendo la magia.
–¡Ni se te ocurra responder, nena! –bramé–. Solo por insinuarlo, ¡date la vuelta que te voy a fornicar ese culete juguetón!
–¡Ay, sí! ¡Móntame! –y me enseñó la puerta del reino oscuro. Y como es menester en estos casos, usé mi saliva como lubricante y la penetré victorioso–. ¡Ahhh! ¡Así me gusta, que entres duro! –chillaba fuera de sí.
El móvil volvió a sonar. Blasfemé y volvió a dar la lata:
–¡Ahhh! Amore, tal vez sea algo importante…
–Calla, anda. ¿Qué más importante hay que esto? –respondí celoso de mi sentido falócrata. Egocéntrico que es uno–. Anda, trabaja un poquito y cómemela– ordené con la tranquilidad del que conoce sus derechos.
–¡Sí, amore! ¡Sabes que me encanta chupártela! –se regocijó, y empezó con la faena para descanso momentáneo mío. Ahora me tocaba a mí recibir atenciones libidinosas.
De repente, un ruido de llaves en la puerta y esta se abrió ante el estupor de los dos. Como dos resortes saltamos de la cama. El inoportuno de su marido había vuelto de improviso. Me vestí en tiempo record, y ella, aterrada, temblaba como un flan.
–¡Cariño, he vuelto! –dijo el marido al otro lado de la casa–. Te he llamado un par de veces para darte la sorpresa pero no cogías. ¿Estás bien? –preguntó.
–Dile que sí y ponte el camisón para salir a recibirle –murmuré–. Inventa cualquier excusa y que se vaya a duchar.
–¡Amor mío! ¡Ahora salgo a recibirte! –y salió de la habitación obediente a su encuentro.
–¿Qué haces así medio desnuda? –interrogó sorprendido.
–¡Ay, cariño! Mira que caliente estoy… ¿Por qué no te duchas y luego vamos a la habitación?, y ahí te doy unos besitos amorosos ya sabes dónde… –propuso juguetona.
–¿De veras? –feliz de sorpresa dijo el pobre cornudo–. ¡Hace tanto ya de eso! ¡Desde que éramos novios!
–Ay, amor, he sido un poco fría, lo reconozco. Ve raudo a la ducha que tengo hambre de ti –respondió la manipuladora, y en menos de un segundo ya estaba escuchando caer el agua caliente sobre la cornamenta del feliz infeliz.
Pausadamente y sin hacer ruido, me dirigí a la puerta de salida. Resoplando, la niña vino a despedirse segura ya de que el brete había pasado. Sin embargo, el peligro excita, y mucho. Así que me negué aún a huir. Ya volvía mi adicción por el peligro, mi loquero tras unos días de terapia me había diagnosticado un cuadro obsesivo compulsivo, donde todo ese caos excitante no era más que un control desmedido que deseaba poseer. Lo único que deseaba era atención y amor.
Siempre dije que era un romántico incomprendido.
Me recetó para mi ansiedad, unos antidepresivos y antipsicóticos que me dejaban baldado físicamente, pero parecía que mi mente era más fuerte, y esa química en mi sangre no era suficiente para aplacarme. Recuerdo aquello que decía Jacinto Benavente, de que si la gente oyera nuestros pensamientos todos acabaríamos encerrados. Esa reflexión me enternecía. Tal vez no me diferenciaba tanto del resto del mundo. La nena ligera de cascos, con un grito ahogado me sacó de mi filosofía barata.
–¡¿Estás loco?! ¡Va a salir en cualquier momento! –me rogó asustada.
–¡Antes me tienes que acabar satisfaciendo! –ordené–. ¡Termina con el rifle ahora! Y como no tenía muchas más opciones que doblegarse ante mi chantaje, se arrodilló y mi latente pene recibió su reclamada recompensa.
–¡Ahhh! ¡Así, nena! ¡Date prisa! –gemía contenido de placer mientras la niña se esforzaba en friccionar labialmente todo lo fuerte que podía, la seta de mi dragoncito en llamas.
–¡Cariño! ¡Salgo en seguida…yuhúúú!!! –cantaba feliz el esposo. Y al oír al tonto del culo de su marido, la muy zorrita me tragó entero y tan intenso, que ya no pude evitar que conociera a todos mis millones de hijos de un solo golpe.
–¡Ahhh…! –aullé–. ¡Lame todo! ¡Deja limpia la huella del delito! ¡Joderrr! ¡Sííí…!!!
–¡Mmmmm…! –engulló obedientemente, sabedora de que no estaba en condiciones de negociar.
Satisfecho y feliz, guardé mi Buda en su cueva, y me dispuse a marcharme. Ella me miraba con intensidad, pasándose la mano por la boca, limpiando cualquier resquicio de pruebas en sus labios pecadores. Esa tarde invernal el amor ya se había acabado para mí. Un día afortunado y suertudo de los que me enamoran y por los que merece la pena vivir.
Dice mi loquero que mi alteración conductual y la dificultad de mi propio control impulsivo me pueden meter en problemas, como ha sido en el pasado. Estados importantes de ansiedad que influyen en mi ánimo, con sus trastornos de sueño y en el apetito. Conflictos importantes en el estado afectivo. Vamos, que tengo un cuadro de coger con pinzas. Un trastorno adaptativo con emociones y conducta. Si no fuera por el sexo, que llena esta mierda de vida existencial que llevo, me suicidaría.
–¡Vete ya, por favor! –rogó inquieta sacándome de mi mismidad pensativa.
–Sí nena, ya emigro –concedí, finalmente, con un guiño juguetón- Te deseo una bonita y romántica velada.
El Diario del Buen Amor.
Autor: Ritxard Agirre
Ilustraciones. Mónica Conde
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