Diario del buen amor: capítulo 12
Diablos Invitados
Autor: Ritxard Agirre
EL SANDWICH
“Por desgracia, uso las cosas según me lo dicta mi pasión”.
Pablo Picasso
Arantza estaba más delgada que cuando la conocí. Menos lolas que antaño, que aun así, seguían de generoso tamaño. Culo firme, respingón y duro. Llevaba unos ajustados de cuero de imitación para la ocasión, ¡que daba infarto verla!
La observaba y su pareja me hablaba de sus últimas experiencias: orgías, sexo en grupo, intercambios, de los que hacía gala orgulloso. Intuía que le excitaba que le escuchasen, lo cual era retroalimentado, ya que siempre fui morboso con el sexo ajeno. Decidimos emparedar a su novia rockera. Es que es halagador que a uno le elijan para una tarea tan encomiable, que es la de embutir a una dama entre dos alfas varones. Estaba claro que había que romper el hielo. Esa noche, notábamos los tres, una energía muy positiva, y no se necesitaba forzar nada.
Me levanté y le di un beso, para enseguida bajar a su escote y seguir con sus senos, buscando el pezón, y al hallarlo, recorrerlo con mi lengua despacio pero intensamente. Su chico, que era muy visual y ya estaba casi a cien, apretó su cara contra los glúteos de ella. Me recordó, por un momento, al monstruo de las galletas, Triki, con esa ansia de comer lo que más le gustaba.
–¡Dios, pero mira qué culo! ¡Joder! –bramaba Daniel sin dejar de frotarse la cara contra la retaguardia de su chica. ¿He dicho algo de cómo le sentaban los pantalones de cuero? No quiero repetirme, pero aquello era una obra de arte. Estábamos los dos hipnotizados, aunque yo en ese momento me encargaba más de su delantera, que no desmerecía para nada. Tenía unos pechos sugerentes, con una caída deliciosa y de sublime paladar.
–¿Me vais a follar los dos? –preguntó curiosa y pícara.
–Vas a tener dos pollas dentro, cariño –respondió su pareja, que seguía a lo suyo. Ya le había bajado los pantalones, y su boca trabajaba el sexo de ella.
Yo estaba como en casa, a veces me sentía como un Dexter del sexo; mientras el de la tele no podía refrenar sus ansias de matar, yo hacía lo mismo con mis incontrolables deseos de joder. Y con esta pareja de calentorros, que eran otros psicópatas del poder carnal como yo, era feliz. Me aparté. Hay que dejar a los maestros hacer, así que me senté a observar. Mientras me regodeaba en mis pensamientos, él se frotaba con la mano buscando la erección deseada.
Ella le ayudó con su sonrisa y con sus ojos fijos, como buscando transmitir la energía necesaria para la consecuencia del amor a compartir.
–¡Follad! ¡Os quiero mirar! –ordené deseoso a la vez que me sentaba cómodamente.
–¡Sí! –dijo excitado él–, el culo te lo cedo a ti… ella quiere que sea tuyo esta noche –y volviéndose hacia ella, le repitió de nuevo como un mantra–: ¡Vas a tener dos pollas esta noche amor! ¡Te quiero!!! ¡Auuuuuuuu….!!!
–¡Sí, y tengo unas ganas! –exclamó sin dejar de sonreír feliz.
Estaba claro que en esa relación mandaba la admiradora de los Judas Priest. Se puso encima de su pareja, montó en su lingam y empezó a danzar, a veces, lento y otras caóticamente desenfrenada. Solo con ver la cara de Daniel, sabía qué le volvía loco de placer. Ella le controlaba, le conocía, sabía qué tenía que hacer para fijar su erección, y lo más importante, su eyaculación.
Hacía tiempo que esa pareja era uno.
–¡Fóllame así, cabrón! –le gritaba ella en un momento de botes agresivos, aunque me daba la sensación de que el follado, claramente, era el colega. En fin, cosas léxicas de mujeres.
–¡Quiero que te la meta ya! –aulló Daniel.
–¡Ahora os voy a tener a los dos!
–¡Joder que sí! –deseaba ver a su novia sodomizada por otro. Sugerían educadamente que necesitaban de mi colaboración. A pesar de mis nervios de principiante en tales orgías, tenía una erección que debía aprovechar y me acerqué a ella. Se agachó sobre el para que pudiera entrar. Me acerqué. Empujé.
–¡Ahhhhhh….! –gritó de dolor.
–Espera, lo voy a intentar otra vez –dije, metiendo esta vez antes un poco los dedos. Y vuelvo por segunda vez.
–¡Ahhhhhhhhhhh….!
–Échale mejor un poco de crema –propuso Daniel desde abajo. Su pareja, muerto de excitación, con los ojos salidos, contemplando la escena y aguantando la explosión como buenamente podía esperando mi entrada en el Coliseo. Así que me retiro. Busco la crema, le echo bien a ella, y de paso, a mí. Me tomo unos segundos de respiro. Los nervios y la incomodidad de la posición me habían aflojado. Me froto manualmente y cuando vuelvo a estar excitado, y no es difícil viendo a estos dos animales jodiendo, entro otra vez a la carga.
–¡Ahhhhhhhhhhhhh…! –la historia se repite por tercera vez. No me rindo y esta vez no me retiro. Meto un empujón final y entro en gloria de los Césares.
–¡Ayyyyy….! –esta vez su grito fue de victoria compartida.
–¡Ya nos tienes a los dos! –exclamó Daniel. Sin control y rendida a nuestras pasiones aullaba de plenitud nuestra niña–. ¡Joder! ¡Qué cachondo estoy!!!
Apenas me podía mover. Solo estar dentro de ella. No era precisamente una posición cómoda para mí. Conseguí un par de empujones duros y agresivos. De inmediato, me cercioré de que me había corrido. No habían pasado ni veinte segundos. ¡No me lo podía creer! Lamentable. El sueño de cualquier hombre y al hoyo, si te he visto no me acuerdo. No quise cortarles el rollo, y un pelín avergonzado me retiré de los enamorados. Ellos seguían dale que te dale como es menester. Descansé unos minutos en mi habitación, mientras les oía.
–¡Tienes que venir tú sola para que te joda y luego me lo cuentas! –gritaba. El pobre no imaginaba que eso ya ocurrió hace tiempo y lo guardaba para su cumpleaños.
–¡Sí! ¡Sé que te gusta!
–¡Y quiero que le dejes que se corra en tu culo!
–¡Lo voy a hacer, cabrón!!! ¡Es eso lo que quieres!, ¿verdad?
–¡Qué zorra eres, Dios! ¡Cómo me gustas! ¡Te quiero mi amor!!! –confesó en esos momentos que un hombre solo puede decir la verdad.
Después de oír a estos dos, a mí que no me cuenten que el amor solo puede ser de una manera tradicional. Esto es amor con mayúsculas y no lo de Disney. Estaba otra vez erecto, pero no me fiaba, y decidí hacer otra cosa como es contemplar y aprender de los que más saben, que en el fondo, son los que más disfrutan. El segundo round debería esperar para otra ocasión mejor, pero deseaba acabar con fuegos artificiales. Así que me acerqué. El se puso esta vez frente a ella, le levantó las caderas y la penetró analmente a la primera.
Yo me acerqué a su boca.
–¡Voy a correrme en su cara! –amenacé.
–¡Hazlo! ¡Quiero verlo mientras me la follo por el culo!!! –gritaba mientras la sacudía con duras embestidas. No les hice esperar mucho. Todo mi ser brotó chorreante sobre el rostro de ella, que me miraba con los ojos llenos de satisfacción, como si el sexo anal de su pareja no existiera en ese instante. Se acercó golosa, y metió mi dragoncito en su boca. No pude reprimir el grito y el gozo.
–¡Jodeeerrr!!! –era el grito de eyaculación triunfante de Daniel, mientras ella aún seguía con mi pene en sus labios, dejándomelo reluciente y limpio.
Lo que aconteció después apenas lo recuerdo. Salvo dos hombres y una mujer, sudorosos, jadeantes, satisfechos… aunque yo ese día me empecé a sentir un poco menos solo. Había más locos como yo, y lo que era más importante, eran felices aceptando su coherente locura.
El Diario del Buen Amor.
Autor: Ritxard Agirre
Ilustraciones. Mónica Conde
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