Crurofilia de altos vuelos
Barbarella
Menos cuarto, última llamada, llegué justo cuando estaban a punto de cerrar el embarque. Aguanté la merecida bronca de la azafata, no tenía excusa, había llegado con tiempo de sobra pero me despisté en la cafetería observando a un apetitoso masculino moreno, de pelo rizado y con gafas. Siempre he sentido debilidad por los miopes y su curiosa forma de enfocar la vida. Me apresuré a mi asiento evitando las miradas de los ejecutivos agresivos que habían visto peligrar su puntualidad. En el fondo me dan cierta pena, aún no saben distinguir lo urgente de lo importante.
Como cada mañana había escogido con mimo la lencería, un sujetador negro con unas tiras que contorneaban mis senos, braguitas negras con sutiles transparencias, y medias caladas sujetas a medio muslo con un liguero. Para completar el conjunto me puse un vestido negro de lunares entallado hasta la cintura y con vuelo a partir de la cadera. El vestido me llegaba por encima de la rodilla pero al sentarme se subió ligeramente por un lateral dejando ver el liguero y la blonda de la media. A mi lado estaba sentado un masculino moreno, con esa barba de «me afeito cuando quiero» que ahora está tan de moda. Su atuendo casual destacaba entre tanto trajeado, le daba un aspecto juvenil, sin duda el conjunto era muy atractivo.
Si vuelo tan temprano suelo aprovechar para dormir, pero me pareció ver un brillo en los ojos de mi compañero de viaje que me hizo pensar que no iba a tardar en interactuar conmigo. Viajar en turista tiene sus desventajas pero si hay algo que facilita es el roce. Como quien no quiere la cosa empecé a frotar mi pierna contra la suya, y como si se tratara de un acto reflejo dejó caer la revista que tenía sobre las piernas. Hizo un amago de recogerla, pero en su lugar acarició mi tobillo y allí empezó su recorrido, de abajo arriba, lentamente, haciendo una pequeña pausa en la rodilla para terminar enredándose en el liguero. Siguió su escalada hasta el final del muslo y desde ahí fue bajando hasta llegar de nuevo al tobillo. No parecía interesarse por otras partes de mi anatomía, su atracción se centraba en mis piernas de las cuáles no apartaba su mirada. Pensé que nos iban a llamar la atención, una de las azafatas nos miraba de reojo, pero no dijo nada. Supongo que nuestro ritual era extraño, pero no podía considerarse pornográfico.
Al llegar a nuestro destino me miró a los ojos y me dijo «bonitas piernas, y preciosas medias a juego», me dio dos besos, y su tarjeta invitándome a que le llamara durante mi estancia.
Mi viaje era por trabajo, por lo que estuve entretenida todo el día en algo que llamo reuninitis aguda, al llegar al hotel, me quité los tacones y no pude evitar emular el masaje desde el tobillo hasta los muslos que ese desconocido me había regalado durante el vuelo. Sentí un gustoso escalofrío, cogí el teléfono y le llamé, pero eso es otra historia…
«Crurofilia, atracción por contemplar o acariciar piernas»