Diario del buen amor: capítulo 10
Diablos Invitados
Autor: Ritxard Agirre
EXAMEN
“Los niños adivinan qué personas los aman. Es un don natural que con el tiempo se pierde”.
Charles Paul de Kock
Llevo de nuevo mi Diario donde el especialista que me atiende. Me dice que todo viene de la infancia, que mi obsesión por el sexo solo es una forma de querer ser querido. Supongo que doy amor a través de mi pene, y por eso lo intento con todas las mujeres, de toda clase y condición. Todas quiero que me quieran y me atiendan, porque según mi loquero me sentí abandonado en mi infancia. Decido entonces, como dije, llevar el Diario a la consulta, y le leo una de las primeras historias que escribí. Poner en papel todo esto me sirve como terapia, sacar mis demonios me da luz curativa, y es que después de cada encuentro sexual, y ya sé que me repito, siempre he sentido un gran vacío existencial, tristeza, ira y al final decepción y muchas veces acabando en llanto mi soledad vivencial. Mi psiquiatra me dice que adelante, y empiezo la lectura. Resuelvo contarle una historia de mi adolescencia sobre un examen suspendido.
`Cierro la puerta tras de mí. Tiene mi examen entre las manos mientras la observo sentada. No digo nada y directamente rodeo la mesa. El silencio es parte de nuestra comunicación. Durante un instante permanecemos inmóviles, de pie yo y ella recostada. De forma pausada, casi vaga, me bajo la cremallera, saco mi pene flácido con una mano y con la otra, como una coreografía repetida y conocida por ambos, cojo la parte trasera de su cabeza y la empujo contra mi bragueta sin la menor resistencia. Así permanecemos durante unos minutos, sin movimiento alguno, en silencio intenso. Sintiendo el calor de su boca, mi sexo empieza a agrandarse. Ella mueve su lengua circularmente, con lentos vaivenes, sin que en ningún momento saque un solo milímetro de su paladar, con mi lingam cada vez más grande y excitado. Pasados unos minutos, sigue en su sillón, donde poderosa decide los destinos de los estudiantes, y abraza con sus manos mis glúteos rodeándolos, primero despacio y más tarde con empujones fuertes y agresivos hacia ella, penetrando más y más profundo en su gaznate. Esta mujer estaba claro que era de la generación de Garganta Profunda ¡Bendita película! Llegado al clímax, reprimo el grito, apretando de forma violenta la cabeza de ella contra mí, eyaculando toda mi esencia hasta lo más profundo de su ser, aún duro entre los labios de la mujer que en ningún instante me dejó escapar.
Finalmente, satisfecha y asegurándose de que no quedaría gota de mí, deja respirar mi sexo, aún erguida y soberbia, con su aire prepotente de profesora inmisericorde. Yo, jadeante y sudoroso, coloco de nuevo dentro del pantalón mi dragoncito que dio su mejor llamarada por la causa, introduciéndolo como podía entre mis piernas, ya que el tamaño no decaía. Y es que la adolescencia tiene estas cosas. Durante unos segundos más, que parecieron eternos, me di la vuelta, y en silencio, tal y como vine me fui de allí, y esta vez sabía que era para siempre. Afuera, fumando un cigarrillo, estaba mi amigo de correrías juveniles, Narciso, que al verme se acercó con una sonrisa inocente. ¡Aún no sabía que me iba a salir mariquita el muy cabrón!
–¿Cómo ha ido? ¿Has conseguido que te subiera la nota?
–Ha dicho que lo pensará, pero creo que al final me dará ese punto más en Químicas que me falta para graduarme. La verdad, no quiero estar ni un minuto ya en este Instituto –respondí con vaguedad.
Era finales de Mayo y la suerte ya estaba echada para todos los estudiantes, no tenía dudas de que el examen estaba aprobado, ella lo único que deseaba era volver a estar conmigo. Durante todo el curso escolar fuimos amantes y fue divertido, sin reparos en poner los cuernos a su marido, el profesor de inglés, una gran persona, que me daba cierta pena porque me caía bien, y hacía que una clase tan odiosa para mí como era la lengua de Shakespeare se tornara amena y hasta divertida. Creo que fue ese inglés universal de las letras quien dijo aquello de que en nuestros locos intentos renunciábamos a lo que somos por lo que esperamos ser. No, la vida no era nada justa con algunas personas, pero tampoco me preocupaba, estaba seguro de que nunca lo sabría. Su mujer no era de esas que entendía el sufrimiento como algo gratuito. Los secretos siempre deben ser secretos, y en mi defensa siempre diré que tampoco tuve muchas otras opciones…Bueno sí, estudiar, pero es que yo soy de letras.´
Termino la lectura, y el curalocos Castaños me pregunta cómo me siento y porqué he decidido contar esa historia y no otra. Sé la respuesta y le expreso cabizbajo que es por qué quiero quedar como un triunfador con las mujeres, aunque sea delante de él, que podía haber elegido otra historia pero me decidí por esta porque necesito constantemente realzar mi masculinidad.
Me sobrecojo mientras lo confieso.
Me dan ganas de llorar pero no quiero hacerlo delante de él porque yo soy muy hombre. El comienza a escribir las recetas que necesito, mi medicación, como siempre que la visita llega a su fin y concluye. Me añade más química como si ya no tuviera suficiente. Me comenta que las dificultades en área impulsiva, con algunos episodios de descontrol me originan situaciones de alteración conductual con episodios de heteroagresividad limitados ¡Madre qué léxico usan estos loqueros! E insiste en más medicación. Orfidal, para tomar a mediodía, que suman a los ya cansinos Zyprexa, Cymbalta y Noctamid. Y yo me pregunto: ¿no habrá tratamientos a base de sugus?
Las confesiones han terminado por hoy, saldré de ese lugar como siempre, con lentitud y aullando mi dolor interno, y en el primer banco que encuentre, donde nadie me vea, me sentaré y sollozaré.
El Diario del Buen Amor.
Autor: Ritxard Agirre
Ilustraciones. Mónica Conde
Puntos de venta:
eBook aquí
Novela: Librerías Elkar (Vizcaya), Deustuko Liburudenda (Deusto), Librería Garza y Librería Maceda (en Santutxu), Cervantes Liburudenda (Galdakao), Librería Bikain (Barakaldo), y disponible también en Bibliotecas Municipales.