Diario del buen amor: capítulo 5
Diablos Invitados
Autor: Ritxard Agirre
RUTINA
“La mente cotidiana es el Tao”.
Nan Chuan
Me gustan los domingos porque no hago nada. Otras personas aprovechan para hacer todas esas cosas que desean y no pueden el resto de la semana, yo no, mi quehacer es no hacer nada, estar conmigo mismo y mi sublime mismidad. Como todos esos días sin horario ni concierto, al abrir el ojo y ver la ciudad desde mi ventana con desgana, me levanto, me preparo una infusión muy caliente, limpio la arena de mis amados felinos, les cambio agua y renuevo su comida. Hago de vientre, y ya se sabe que si cagas con regularidad llegas a la felicidad. Me ducho, me visto y tomo el desayuno tal vez con alguna onza de chocolate, todo ello, siguiendo un ritual muy bien orquestado y silencioso, y cuando ya estoy preparado suele ser casi mediodía. Una máxima que tengo es que Dios es perezoso, por eso hay que hacerlo todo muy lento, para no enojarle.
Bajo a la calle, me gusta el silencio de mi día festivo, ese silencio interno y la paz que siento de que han pasado ya horas y, a nadie he hablado, a nadie he escuchado, solo el sentir de mi ser latir. Felicidad. Andando lentamente, soy consciente de cada paso que doy en armonía con mi respiración, la prisa no existe y esa sensación me llena de gozo. Ninguna responsabilidad, ningún compromiso. Solo mi divino derecho a mi pequeño nirvana existencial. Lo veo como una luz de intensa tranquilidad. Nada deseo y nada sufro. Solo el ir y venir de la eterna llama de mi existir. Estoy en casa. Entro en la panadería, estos días son días de celebración y como soy goloso pido cualquier cosa que lleve cacao.
–Deme esa napolitana rellena, por favor –pedí a la panadera. Una chica joven, de un cuarto de siglo como mucho, rubia, de pelo lacio hasta los hombros, de fina escultura, ojos grandes y verdes, y aun con el uniforme de obradora, deliciosamente deseable.
–¿Y no prefiere mejor probar este par de bollos de mantequilla? –sugirió ella bajándose los botones y descubriéndome el nacimiento de sus bonitos y jóvenes senos. Así que doy mi conformidad, y de la mano me lleva a las máquinas de hacer el pan, y ahí, con el éxtasis del olor de las magdalenas y los dulces recién hechos, lamo la mejor bollería que no se puede comprar con dinero–. Es un euro con veinte, señor –responde la niña despertándome de mi bonito sueño.
–¡Oh, sí! ¡Cóbrese por favor! –le di el dinero con los ojos que pone un niño cuando vuela con su imaginación. Y es que tengo una fantasía que se cobra sus intereses a veces.
Degustando el bollo caliente y suave en mi paladar, sigo andando sin rumbo fijo bajo el cielo otoñal. Ya es sobradamente la hora de comer pero me da igual, y decido ir a un bar, nada quiero hacer y solo deseo que se me sirva. Entro en el primero que el destino me ampara en mi andar. El bar está vacío. La hora del vermut ha pasado y no hay nadie. La camarera es una chica morena, poco más de metro y medio, pelo ondulado, amplia sonrisa y dentadura perfecta, de rotundas y voluptuosas curvas. En ese momento pienso que lo mejor para el vacío existencial, al menos el mío, es la locura y la diversión. Este pensamiento me hace creer en la supervivencia del espíritu después de la muerte, aunque todos los fenómenos que nos rodean sean, y deban ser, materialistas.
–¿Qué le pongo señor? –pregunta amablemente.
–Me pones a tope –respondo.
–¡Jajaja…!!! –ríe con ganas. Supongo que me ve inofensivo.
–Una menta poleo, por favor –acerté a decir.
–Enseguida, señor. ¿Y no le apetece comer algo? Tenemos un menú fantástico, con muy buena carne de segundo –ofreció.
–Ya. ¿Y a ti no te apetece este otro tipo de carne? –le sugiero mientras me bajo los pantalones y saco el dragoncito, que ya venía feliz con la fantasía de antes. Ella, al ver tal oferta irrechazable, me llevó a la cocina rauda. Cerró la puerta y de cuclillas probó el mejor solomillo de su vida.
–¿Entonces va a comer aquí, señor? –insistió sacándome del letargo. Tengo que pedir cita con Sol y pronto. ¿Ni en domingo descansa el deseo? Tal vez hubiera sido mejor decisión irme en bici hoy. Total, a esa la monto siempre que quiero.
–¡Eh! ¡Ah, no, gracias! Solo la menta está bien –decidí.
–Muy bien, señor.
Después de tomar mi consumición y de dar buena cuenta de la Interviú, salí rumbo a mi casa, mi templo y refugio donde iba a terminar tan maravilloso y prieto día. Ya sería cerca de media tarde cuando entré por la puerta. Me cogí todas las chucherías que tenía y me puse un viejo film de cine negro que tanto me gustan para ver en la cama. Dos horas después, pasada la película, con todas las bolsas vacías y ya sin nada que llevarme a la boca, observando por la ventana cómo se iba este día perfecto, apurando el sol con su luz en la ciudad, cuando se rompe el momento idílico con el móvil sonando a todo tren. Atiendo, y al otro lado del aparato está mi abogada y asesora.
–Te refresco la memoria de que mañana me tienes que traer todo para la declaración, y como te conozco de hace años, sé que te ibas a olvidar –me recuerda amablemente.
–Vaya, qué confianza tienes en mí –respondí fingiendo molestia.
–Venga, anda, sería novedoso que te acordaras de algo tú –me señaló con la complacencia de quien tiene razón.
–Lo que sería novedoso es que te quitaras ese aire de mujer independiente y de carrera de una puta vez, y te sodomizara bien duro en la mesa de tu despacho –ofrecí.
–¿De veras harías eso por mí? Me excita solo pensarlo, el aburrido y snob de marido que tengo es incapaz siquiera de pensarlo –respondió cachondísima–. ¿Por qué no te pasas ahora mismo? He tenido que venir a terminar trabajo pendiente y estoy sola en la oficina.
–Mejor otro día, yo también tengo trabajo atrasado y me es imposible ir -me excusé. ¡Qué coño! ¡Los domingos nuestro señor Jesucristo los puso para descansar! Si es que muchas veces es mejor quedarse en la ficción…
–¡Vaya, sí que eres un cobarde calienta bragas! Pues muy bien, ¡que te den y hasta mañana, capullo!
Me colgó sin oportunidad de réplica, su vanidad femenina se había sentido insultada y se había enfadado de verdad… y bueno, yo qué puedo decir, solo que me encantan los domingos porque no hago nada, nada, nada.
El Diario del Buen Amor.
Autor: Ritxard Agirre
Ilustraciones. Mónica Conde
Puntos de venta:
eBook aquí
Novela: Librerías Elkar (Vizcaya), Deustuko Liburudenda (Deusto), Librería Garza y Librería Maceda (en Santutxu), Cervantes Liburudenda (Galdakao), Librería Bikain (Barakaldo), y disponible también en Bibliotecas Municipales.