Explosión contenida
Diablos Invitados
Autor: Nasumi
Ya hacía años que se conocían. María y Jaime habían coincidido en la Universidad y entablaron amistad.
Jaime era simplemente un amigo para María, pero ella era una pieza importante en el corazón de él.
Tras años en diferentes ciudades, cuando María viajó a Barcelona por temas laborales, le llamó para cenar juntos y recordar tiempos pretéritos.
Tras una cena llena de confidencias y palabras cercanas, de cariño, de complicidad, se acercaron a una tienda del Paseo de Gracia para comprar un cepillo para el pelo. Cabellos rubios necesitaban cuidado y atención cada noche y cada mañana. Ella era pizpireta y coqueta, pero despistada. Iba perdiendo y olvidando las “cosas de chicas” cada vez que viajaba.
Compraron el cepillo y decidieron ir a una Cocktelería para seguir charlando y compartiendo experiencias del pasado. Estaban cómodos, como si el tiempo no importase. Las miradas entre ambos eran tiernas… pero llegado un punto, esa ternura se convirtió en deseo.
Todo fluía, estuvieron hablando con varios Clientes del Local, echando unas risas, haciendo de traductores entre un entrenador de fútbol de primera división y una guiri americana.
El entrenador hacía tiempo con su Gyn Tonic mientras llegaba la hora de su entrevista en una emisora de radio cercana. La americana, invadida por la soledad y las copas, no quería dormir sola. María y Jaime juntaron esos corazones solitarios, tradujeron los detalles del encuentro posterior para que dieran rienda suelta a sus deseos carnales. El no hablar inglés no debía impedir que dos almas solitarias gozasen una noche escondidos en el anonimato de un encuentro casual.
Una vez enlazados el entrenador y la guiri, María estaba cansada y quiso irse al Hotel. Jaime la acompañó en una travesía de no más de un kilómetro. Caminaban en silencio…
Allí, en la puerta del Hotel, ella empezó a dudar: ¿Se despediría de Jaime? ¿Una última copa en el bar del Hotel? ¿Una última confidencia en la habitación?
Su corazón estaba abandonado desde hace tiempo, sentía la soledad de la compañía rutinaria, el aburrimiento del sexo de casada, la apatía de una pareja pasiva.
Tragó saliva y le invitó a subir a la habitación. Él aceptó ilusionado. Unas botellas del minibar acabaron por vencer la resistencia del cansancio y se desnudaron parcialmente sin mediar palabra.
Ella había tenido siempre sexo clásico, aburrido, el de los sábados para cumplir con el protocolo de los casados. Él, había vivido todo tipo de experiencias, con chicas, con chicos, con transgénero… Pero a pesar de su actividad, él se había enamorado de María y decidió hacérselo con ternura. Sería la primera vez.
Empezaron con mimo, con suavidad, con la torpeza de pieles que se rozan por primera vez. Y llegaron los besos, ahí estaba la puerta de la lujuria. Él sabía que a ella le encantaban los besos. Aprovechó la experiencia de sus labios gruesos para corresponder a los suyos, más finos, con hambre de movimiento, de saliva, de carne. Sus lenguas se entrelazaban.
Ella besaba poco, pero cuando besaba, lo hacía con intensidad, con ira, con locura…
Él, enamorado, se dejó llevar por ella y lo que iba a ser un encuentro tierno de sexo suave se convirtió en algo más primitivo, más animal, más carnal, más…
Sus dedos torpes no alcanzaron a liberar sus pechos del sujetador de encaje negro. Decidió quitárselo sin desabrochar, como si fuera una falda, por los tobillos. Pronto los labios carnosos empezaron a hacer círculos por los pezones. Eran sonrosados, con tonos muy claros, sin intensidad, pero contrastaban con su piel blanca, virginal. Sus cabellos rubios descansaban sobre los pechos, como para protegerlos de la lengua ansiosa de Jaime.
Caricias, besos rodeando el ombligo para ir bajando y llegar a la puerta del deseo. Primero su lengua rozó levemente sus labios para ir abriéndolos y encontrar su clítoris, húmedo, entregado y con ganas de ser mimado primero y succionado después.
Ella retorcía el cuerpo, empezó a dar espasmos, aquellas zonas llevaban tanto tiempo abandonadas…
Él podía quedarse horas y horas deleitándose con ese manjar tan íntimo, pero ella le pidió que la penetrase.
El escaso bello rubio del Monte de Venus estaba en armonía con el pubis depilado de él. La lengua no encontraba dificultad alguna, pero ya había llegado el tiempo de fundirse en fluídos comunes.
Se echó sobre ella, alzó sus piernas para colocarlas sobre sus hombros y así tener conseguir la penetración más intensa posible. Allí estaba ella, abierta, vulnerable y el pene de Jaime a sus puertas… La penetró con suavidad, la lubricada vagina dio paso franco a la polla de Jaime. La cadencia y el ritmo fue aumentando, él sudaba e insistía en hacer más presión sobre ella, un poco temeroso de hacerla daño, pero cegado por tantos años de contención, de sexo reprimido hacia ella… Ya no era una vagina y un pene, sino un coño y una polla entregándose mutuamente.
María se corrió pero siguió moviendo la cadera para no quedarse así. Quería más. Necesitaba más. Pensaba que fueron demasiados años desaprovechados y estaba entregada sin condiciones. Se volvió a correr. Después de gemidos de plenitud, él vio en su rostro que María ya tenía suficiente y la preguntó si quería más. Ella, contestando con un simple gesto facial, dejó entrever que estaba exhausta y ya satisfecha. Se había corrido cuatro veces, dos con la lengua de Jaime y dos con su polla en plena penetración. Jaime lo entendió y activó sus mecanismos para correrse en breve y poder entregarse ambos a Morfeo.
Varios minutos después de la insinuación de María para, él consiguió correrse…
Fue un encuentro diferido, retrasado desde hacía demasiados años… Cumplió las expectativas de ambos. Podía ser el inicio de una relación de amistad y sexo hasta que ella decidiera cambiar su estado civil y entrar el corazón y (y el sexo) de Jaime.
María descubrió en Barcelona lo que ya intuía, que para gozar de buen sexo, tendría que fomentar más encuentros con Jaime y con nadie más.