Noche de viernes.
Angel&Demonio
Por fin llego el viernes, fue una semana larga, sin mucha complicación en el trabajo, pero larga. El viernes fue día más pesado, esos días que nada sale bien por tonterías, por no fijarme en lo que hago.
No me pude concentrar en todo el día, y eso me jodía; no dejaba de pensar en la quedada de esa noche. Venia una amiga a cenar a mi casa. Después de descartar mil y un sitios para cenar algo ligero y para tomar unos gintonics, le propuse pasar la velada en mi casa. Cocinar es otra de las cosas que me gusta; acompañado de un buen vino blanco, como en las películas, una buena costumbre que robaron los guionistas de Hollywood para convertirlo en estereotipo.
No sabía qué cocinar, no se me ocurría nada y no entendía por qué, porque mi cita no era una de esas en la que tendría que demostrar mis dotes culinarias, mi cita era con una amiga de hace años y no nos guardamos ningún secreto, sí, eso es, ninguno. Nos conocemos muy bien en vertical, horizontal y en cualquier forma de desafío a la gravedad.
A pesar de haber salido casi una hora más tarde del trabajo, me fui a correr. Lo necesitaba, tenía que olvidar la semana que había tenido, y que mejor forma que recordando a la voluntariosa masajista aficionada al running y experta escaladora de mi cuerpo. Después de una ducha reparadora, la cabeza me funcionaba mucho mejor.
Vestido con un pantalón corto y nada más, sentía el roce del algodón en toda la longitud de mi piel, mientras valoraba las posibilidades de éxito que me daría mi nevera para aquella noche: hongos, salmón ahumado, mi-cuit, y un poco de pescado a la plancha con una buena guarnición.
No tenía nada para el postre; al menos eso es lo que yo creía porque no sospechaba que el postre iba a ser yo.
Con mi copa de vino blanco como fiel compañera de batalla, empecé a darle forma al festín que nos íbamos a pegar. La música me transportaba a ese lugar en el que disfrutas de lo que haces, ajeno al tiempo y a veces al espacio.
Un mensaje me sacó de mi limbo, era de mi amiga.
-Llego tarde, no te importa, verdad?-, decía. Lo de siempre…pero me encanta como me lo dice.
Esta vez no fue así. Nada más escribirle el numero de portal y piso, sonó el timbre del portero automático, con una sonrisa de sorpresa abrí y deje la puerta de arriba abierta para que no tuviera que llamar, no era un desconocida, no había ningún secreto, ninguno.
Entró dándome las buenas noches desde la puerta y con la energía que desprenden las personas con mucha iniciativa. Le hice dar una vuelta sobre sí para que me enseñara el modelito con el que me había seducido desde el mismo instante en que dejo la chupa de cuero rojo en el respaldo del sofá.
Mini vestido japonés que dibujaba su obscena silueta, medias negras de dragones que se sujetaban a sus piernas con algo más que con sus garras, zapatos de tacón y un pañuelo verde sobre los hombros. Su pelo moreno cortado a capas, dejaba al descubierto su cuello hipnotizador, precioso, perfumado y deseoso de recibir mil y un besos.
Como pude me deshice de la imagen en mi cabeza y seguí cocinando.
Sentada en esa parte de la barra de la cocina que se utiliza para comer, como en esos restaurantes de show-cooking, que comes viendo como cocinan, hablábamos de la vida y compartíamos la copa de vino.
Mis miradas furtivas de dirigían a sus piernas cruzadas, que de vez en cuando se descruzaban insinuando el camino hacia su entrepierna; con esa postura tan sexy, me sentía celoso de mi encimera fucsia, por estar tan cerca de su sabroso sexo, por sentir el prohibitivo culo sobre mí.
Acabamos la primera botella, o lo que quedaba de ella, sin enterarnos. Se tomó la libertad de sacar la segunda de la nevera. Al deslizarse por la encimera, su vestido un poco subido compartió conmigo el secreto de sus medias sujetas por un más que tentador liguero. El roce de sus uñas en mis espalda al dirigirse a la nevera, me hizo estremecer y afiló mi mirada, podía sentir el aroma de su deseo entrando por los orificios abiertos de mi nariz.
Me dio la botella para abrirla, mejor dicho, me tendió una trampa, y caí en su tela.
Aprovechando que tenía las manos ocupadas paseó sus uñas desde mi nuca hasta el final de mi espalda y en un segundo se me pusieron los pezones como piedras. No tardo en comprobarlo pegándose su cuerpo al mío, rodeándome con sus brazos y pellizcándome las puntas y tirándome suavemente de ellas. Mi polla crecía con cada estímulo amenazando con una erección incontenible.
Con el plop de la botella y el aroma fresco del vino recién abierto, sus manos acababan el trabajo que habían empezado sus uñas. Sus manos jugaban con mi miembro por debajo de mis pantalones y su lengua se entretenía en mi espalda.
Me dio la vuelta y tirando de mi polla se volvió a sentar donde estaba antes, para morderme los labios como solo a ella le gustaba hacer. Me fundía con sus besos. Paro los latigazos de su lengua y paso su pañuelo por mi cuello; bien atado, tirando del pañuelo hacia abajo, me guiaba la cabeza hacia su sexo.
No sé cuando se había quitado las braguitas. Solo sé que en aquel instante comprendí que yo sería su postre.
Abrió totalmente las piernas para que pudiera ver perfectamente el tarro de miel que quería que degustara, una preciosa vulva palpitaba esperando el roce de mi lengua, su delicioso clítoris abultado jugaba al gato y al ratón con mis labios, lo atrapaba, y se me escapaba, lo volvía atrapar y se volvía a escapar, así una y otra vez.
Sus manos en mi nuca me apretaban la cabeza contra ella para que mi lengua se metiera más y más dentro de ella. Le gustaba obligarme, a la fuerza, tirándome del pelo, lo sabía por sus gemidos, por su cabeza hacia atrás, por sus ojos cerrados, por el sabor dulce de su humedad en mi boca.
Ella no quería que yo disfrutara porque era su juguete, su esclavo, su postre. Tirando hacia arriba de mí con fuerza, me bajo los pantalones de un manotazo y me masturbó con fuerza. Cuando mi polla estuvo a su gusto la introdujo dentro de sí. Poseída por la pasión me miraba con ojos ardientes, no dejaba que participara, cuando yo tomaba la iniciativa, ella me la quitaba, recta y dura, para después pellizcarme con fuerza un pezón por desobediente. El dolor hacia que mi polla se hinchara dentro de su coño y ella lo notaba y lo disfrutaba. Sujetándome las manos a mi espalda con sus pies, ella llevaba el control de las embestidas, fuertes y profundas, a demanda, constantes pam, pam, pam, pam. Frenéticas. Era un juguete sexual humano y eso le divertía, le gustaba, la volvía loca.
Aburrida de ese juego me sentó en una silla, se desnudo ante mí y me acerco sus pezones para que se los mordiera; después dándose la vuelta se clavó en mi polla lentamente hasta acoplarse por completo. Se estremeció al sentirla toda en su interior. Se movía rítmicamente sin sacarla un solo milímetro del coño, describiendo círculos que la llevaban a un trance profundo. Poco a poco empezó a saltar sobre mí, despacio al principio, más rápido después hasta mantener el ritmo que su deseo necesitaba. Estaba conmigo y a mil kilómetros de distancia. Volando con mi pene como si de una alfombra voladora se tratara. Surcando todos los rincones del placer. Su precioso culo me volvía loco subiendo y bajando. Me acople a su espalda y empecé a estimularle el clítoris con los dedos. Al primer roce irguió su espalda y me regalo su cuello para morderlo a placer. Mi otra mano se ocupaba de que a sus pequeños pechos no les faltara de lo que necesitaban. Los dos estábamos a punto de explotar. Como una acróbata se dio la vuelta y violándome la boca con su lengua embestía contra mi cuerpo con locura. Un orgasmo brutal no se hizo esperar. Apretándonos uno contra otro nos corrimos como nunca lo habíamos hecho.
La calma de después de la tormenta fue igual de intensa que el orgasmo. Abrazados nos besábamos y nos acariciábamos suavemente como buscando un trozo de piel que no se hubiera quemado en la batalla. Sus labios pegados a los míos me contaban las maravillas de los lugares descubiertos durante su vuelo.
Una vez recompuestos disfrutamos de nuestra cena. Esta vez habíamos empezado por el postre, un plato muy placentero, saciante y a la vez adictivo.
Una absoluta intimidad marco el ritmo durante el resto de la velada. Medio desnudos en el sofá, abrazados bajo una manta, apurábamos el vino de la copa mientras hablábamos, hasta que nos despertó el sol entrando por el ventanal de la terraza.
Una buena forma de empezar el fin de semana….