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Arwen
Comencé a pasear a la orilla del mar, quería sentir el agua en mis pies descalzos antes de dejarme abrazar por la sal y la marea.
Aunque no tengo demasiada costumbre, en ocasiones me gusta caminar desnuda por la playa y dejarme invadir por su poder natural.
A medida que mudaba mi falsa piel, iba dejando atrás, deshojando cada problema y desprendiendo cada prenda como si fuera una flor que en realidad tan sólo se abre.
Ahora soy yo, mi interior, mi piel y la fuerza del mar.
Era demasiado temprano aún incluso para las aves, el insomnio a veces hace que quiera perderme en mis pensamientos y en la calma del mar y disfrutar de la soledad de estar solo, porque también hay quien se siente solo en compañía.
Respirar hondo, notar el aire en la cara y en el pelo desintoxicando tus poros y el aroma del salitre invadiendo tu aliento.
Y por fin respirar, respirar como si no lo hubieras hecho nunca.
Me fui metiendo al agua, notando como todo mi cuerpo sucumbía al relax del vaivén de las suaves olas, mi pelo flotaba y acariciaba mi piel, mis pechos y mis pezones estaban cada vez más turgentes al contacto con el agua y todo mi cuerpo se veía, hermoso, terso y relajado con cada movimiento.
Decidí adentrarme más y nadar hacia unas rocas que no recordaba, me llamó la atención su forma imitando un pórtico, incluso su forma semicircular recordaba a un arco de medio punto y ya que había una puerta en medio del mar decidí ver a dónde lleva.
Agachado entre las rocas y con los pantalones mojados había un hombre, sacando fotos del oleaje y de la preciosa forma abovedada que habían adquirido las rocas.
Creo que ambos nos sorprendimos al vernos pensando que no íbamos a encontrar a nadie.
Nos presentamos. Se llamaba Hermes y me explicó cuál era su historia y la de aquellas piedras.
Comenzó a llover, me ofreció una toalla.
-Toma, cúbrete o te vas a quedar helada, yo tengo ropa de cambio en el coche.
-Gracias, te lo agradezco, empezaba a tener frío -mi piel ya empezaba a puntear con la humedad y el viento y agradecí el calor que me ofrecía la gruesa toalla de algodón.
-Tengo café en el coche, siempre tengo un termo para estos casos, como buen fotógrafo llevó la casa a cuestas, te vendrá bien, entrarás en calor -sonrió.
Me monté en el coche, mi pelo estaba mojado pero mi cuerpo se iba templando.
Hermes, muy amablemente encendió la calefacción y me puso una taza de café en las manos que absorbieron el calor de la porcelana en segundos.
Sentado a mi lado en el asiento del conductor me miró.
-Enseguida estarás seca, te he dejado una sudadera en el asiento de atrás, luego iremos a buscar tu ropa.
Agradecí con una sonrisa y le di un beso en la mejilla.
Él me apartó un mechón de pelo de la cara y diciéndome -¿sabes que tienes unos rasgos preciosos para retratar en fotos?
Me tomó por la barbilla y me besó, tan cálido como la porcelana pero con pulso, con sabor a café con leche, canela y azúcar moreno, con olor a mar.
Y mientras me perdía en sus ojos, su lengua devoraba mis ganas, mordisqueaba mis labios, sus manos desenredaron mi pelo que usaba como riendas para dirigir mis movimientos,
Ladeó mi cabeza y empezó a besar mi cuello, a lamerlo y besar y morder suavemente mi hombro,
Yo me había desecho de su camiseta hace ya un rato, y entre gemido y gemido desabroché su cinturón y el botón y cremallera de sus vaqueros.
Y noté la dureza de sus ganas en mi mano.
El metió la mano bajo la toalla e indagó cuán mojada estaba
Me soltó la toalla.
-Tienes unos pechos increíbles, tan sugerentes… tengo que hacerte una sesión desnuda, pero antes me aseguraré de comprobar cuales son tus puntos fuertes.
Siguió besando mis pechos, me giró para besarme otra vez el cuello pero esta vez desde atrás,
Volvió a besar mis hombros y fue bajando a lo largo de la espalda mientras tenía su cabello entre mis dedos, eso aseguraba que era real y no un sueño.
Cuando llegó de nuevo al ombligo, mi cuerpo ardía, y mi humedad anhelaba notar dentro su dureza sin esperar más.
Me senté a horcajadas encima y me mecí contra él como el agua al chocar contra las rocas, hasta que los dos gritamos extasiados en un orgasmo que se repitió tres veces para mi y dos para él.
Las ventanillas del coche estaban empañadas, nosotros abrazados recuperando el habla, la cámara estaba esperando a inmortalizar ese momento, en blanco y negro y en silencio,
Y el mar de mientras, nos susurraba.